Por Álex Figueroa F.
[Esta es la primera parte del estudio, para ver la segunda parte hacer clic aquí]
“Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” II Co. 8:3-5.
¿Cómo debemos ofrendar? ¿Cuánto debemos dar? ¿Cuánto podemos retener? ¿Cuál es la relación entre el estado en que se encuentra mi vida espiritual y la forma en que ofrendo? ¿Es el diezmo el criterio según el cual debemos ofrendar?
Para responder a estas preguntas, debemos tener en cuenta las siguientes verdades:
1. “De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan” (Sal. 24:1-2). 2. Todo lo que tengo y mi propio ser pertenecen al Señor. “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (I Co. 6:20). 3. El parámetro según el cual debemos ofrendar es darnos a nosotros mismos primeramente a Dios y luego a su iglesia (II Co. 8:3-5).
I. Vigencia del Diezmo
En las últimas décadas se ha generalizado en las iglesias el establecimiento del diezmo como parámetro según el cual debemos ofrendar, tanto así que se tiene como doctrina fundamental e irrefutable en muchas de ellas. De esta forma, se suele dividir entre el diezmo y las ofrendas, siendo el primero una cantidad fija y proporcional a los ingresos, y las últimas una cantidad variable que depende de lo que cada uno se haya propuesto en su corazón.
Sin embargo, esto no ha estado exento de polémica, ya que se han alzado voces cuestionando la validez del diezmo como exigencia a los miembros de una congregación, argumentando entre otras cosas:
- Que en los textos del Nuevo Testamento que tratan sobre mayordomía, el diezmo ni siquiera es mencionado. - Que el diezmo es relativo a la ley ceremonial, por lo que no puede aplicarse a la iglesia. - Que para calcular cuánto daba el pueblo de Israel por concepto de diezmo, debemos tener en cuenta que estas eran algunas de sus obligaciones financieras: a. Diezmo para la mantención de los levitas (aquellos que dirigían el servicio en el templo), ya que ellos no tenían otra forma de ganarse la vida y no recibieron territorios cuando Moisés dividió la tierra entre las 12 tribus. (Nm. 18:25-30; Lv. 27:30)
b. Diezmo para los festivales religiosos (Dt. 12:10-11, 17-18) c. Diezmo del bienestar (Cada 3 años), el cual se usaba para ayudar al extranjero, al huérfano y las viudas (Dt. 14:28-29) d. Un impuesto sobre las utilidades, para suplir algunas de las necesidades de los pobres (Lv. 19:9-10) e. Reposo de la tierra cada siete años, de cuyo fruto podían comer los pobres (Ex. 23:10-11).
De esta forma, finalmente debemos concluir que cerca del 30% de sus ingresos estaban comprometidos, sin contar las abundantes ofrendas voluntarias. Según algunos, esto explicaría que en el conocido texto de Malaquías 3:8 se hable de “diezmos”, es decir, en plural.
- Que algo se haya hecho antes de la ley ceremonial, no significa que deba seguir haciéndose luego de que ésta fue abolida, de otra forma aún serían lícitos sacrificios como el que hicieron Abel o Noé. - Que Pablo en más de una ocasión dio instrucciones sobre las ofrendas, pero en ninguna de ellas hace siquiera alusión al diezmo, pudiendo haberlo hecho. - Que las Confesiones de Fe como la Confesión Valdense de 1120, la Confesión Valdense de 1544, la Confesión Bautista de Londres de 1644, la Confesión Bautista de Londres de 1689, la Confesión de Westminster y la Confesión de Filadelfia de 1742, entre otras, ni siquiera mencionan la palabra “diezmo”, o “diezmar”; y que ésta recién se habría incorporado a una Confesión de Fe en 1963 (argumento histórico).
Todas estas razones se dan para cuestionar la imposición del diezmo como parámetro de nuestra ofrenda a la iglesia, y debo decir que son ajustadas a la Biblia y a la historia de la iglesia. Es decir, el diezmo no es el criterio según el cual los cristianos deben ejercer la mayordomía sobre sus bienes.
Ante esto, quizá algún corazón codicioso y avaro suspire aliviado, alegrándose porque ya no tendrá que destinar el 10% de sus ingresos al Señor, y así podrá utilizar un mayor porcentaje en sus propios intereses y deleites. Sin embargo, antes de que sigas regocijándote en tu avaricia, te pido que consideres las siguientes palabras, dichas por el pastor presbiteriano Tim Keller:
“A menudo me preguntan: ‘¿Realmente no crees que ahora, en el Nuevo Testamento, se exige de manera absoluta a los creyentes dar un diez por ciento? ¿Verdad que no?’ Lo niego con la cabeza y ellos dan un suspiro de alivio. Pero prontamente añado: ‘Te diré la razón por la que no ves el requisito del diezmo claramente delineado en el Nuevo Testamento. Piensa. ¿Has recibido más de la revelación, verdad y gracia de Dios que los creyentes del Antiguo Testamento o menos?’ Usualmente hay un silencio de incomodidad. ‘¿Somos más “deudores de la gracia” que lo que fueron ellos o menos? ¿“Diezmó” Jesús su vida y su sangre para salvarnos o lo dio todo?’ El diezmo es un estándar mínimo para los creyentes cristianos. Realmente no quisiéramos encontrarnos en una posición en la que demos menos de nuestros ingresos que lo que hicieron aquellos que tuvieron un entendimiento menor de lo que Dios hizo para salvarles” (Tim Keller; Counterfeit Gods, pg. 62; extraído de Citas Edificantes).
Esta visión del diezmo no como impuesto fijo, pero sí como un estándar mínimo para los creyentes, es compartida por otros autores:
“Un punto importante de recordar acerca de la mayordomía neotestamentaria es que, puede exceder grandemente el porcentaje del diezmo (como por ejemplo el caso de las dos blancas de la viuda), y por lo tanto, ninguna forma fija de dar está vigente ahora. Hoy es un asunto del corazón y de la generosidad máxima, según como el Señor nos haya prosperado. No obstante, el diezmo todavía permanece como una guía de lo que constituye una porción mínima y razonable” (Peter Masters, Pastor del Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres).
“Mucho se ha dicho acerca de dar un décimo (diezmo) del ingreso al Señor. Soy del parecer que se trata de un deber cristiano que nadie debería cuestionar ni por un instante. Si se trataba de un deber bajo la ley judía, es ahora un deber mucho mayor bajo la dispensación cristiana. Pero es un gran error suponer que el judío solamente daba el diezmo. El judío daba mucho, mucho, mucho más que eso. El diezmo era el pago que debía realizar, pero después de eso venían todas las ofrendas voluntarias, todos los varios dones en diversos tiempos del año, de tal forma que, tal vez, él daba un tercio, o ciertamente algo mucho más aproximado a eso, que el diezmo. Y es extraño que en nuestro tiempo, los seguidores de ídolos tales como los hindúes, den también esa proporción de sus ingresos, avergonzando así totalmente la falta de liberalidad de muchos que profesan ser seguidores de Jesucristo” Charles Spurgeon.
II. Ejemplos de ofrenda en el Nuevo Testamento
Teniendo en cuenta lo anterior, es perfectamente dable concluir que, aunque el diezmo no continúa vigente para la iglesia como un impuesto legal, sí constituye un criterio mínimo que debe orientar nuestras ofrendas al Señor, sobre todo considerando que, si aquellos que estaban bajo el ministerio de condenación, es decir, la ley; daban mucho más del 10% de sus ingresos, ¿Cuánto más debemos dar aquellos que conocemos el ministerio de la justificación, que es el Evangelio? Como dice la Escritura: “Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación” (II Co. 3:9).
Esto se confirma cuando examinamos los ejemplos que el Nuevo Testamento nos brinda sobre la ofrenda:
1. Hay un ejemplo de ofrenda del que Jesús se agradó, por lo que debemos tenerlo muy en cuenta:
“Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” Lc. 21:1-4.
Esto excede con creces el diezmo, y podemos apreciar que echa por tierra el mito según el cual el 10% de nuestros ingresos es del Señor y el 90% restante es nuestro. Una humilde viuda nos enseña con su ofrenda sincera que todo lo que tenemos es del Señor, y nuestro sustento no son las cosas, sino Él mismo. Además, vemos que toda su confianza estaba en Él, ya que ofrendó todo su sustento.
Ella sabía que el dinero con el que comía, se vestía y cubría sus necesidades era en realidad del Señor, y que Él podía sustentarla. No estaba preocupada de lujos y gastos extravagantes, sino de retribuir al Señor por su gran misericordia. No estaba preocupada de dar un céntimo más o un céntimo menos, tratando de ofrendar el mínimo y conservar el remanente.
La actitud que deberíamos tener entonces no es: “¿Qué proporción debería entregar?”, sino: “dado que todo es suyo, ¿Cuánto me es legítimo retener?”. Evaluemos nuestros gastos, y veamos si en ellos se refleja o no la voluntad de Dios.
2. Quizá el caso más gráfico sea el de los macedonios en contraste con los corintios. Respecto de ellos, Pablo afirma:
“Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios; de manera que exhortamos a Tito para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia. Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia. No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del amor vuestro. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” II Co. 8:1-9
La iglesia de Corinto parecía marchar bien en algunos aspectos, pero no habían comprendido plenamente el deber de la mayordomía generosa.
Ellos revelaron una significativa área de estancamiento, en su falla en terminar la mayordomía que habían empezado. Ellos tenían la intención de dar (versículos 10-11), ciertamente habían empezado a dar, pero no terminaron la obra. El reto para nosotros es claro. ¿Cuál es el nivel de mayordomía que hemos alcanzado, el de Macedonia o el de Corinto?
Además el Apóstol señala que el dar es una “gracia”, y ciertamente lo es, ya que es fruto de la obra santificadora y transformadora del Espíritu Santo en nuestros corazones, siendo incluso la forma en que se prueba la sinceridad de nuestro amor (v. 8).
A su vez, la mayordomía es una "gracia" por el espíritu con que se lleva a cabo. Damos motivados por la gracia. El dador da voluntariamente y no espera recibir ningún beneficio personal. Es motivado a dar porque Dios le ha mostrado Su favor libre y gratuitamente.
Si la iglesia fijara el diezmo como un impuesto obligatorio para sus miembros, entonces sus ofrendas ya no serían una "gracia". Para agradar a Dios, la dádiva debe provenir de un corazón sincero, como un acto voluntario, sin ninguna expectativa de recibir alguna recompensa personal. Debemos notar la seriedad con que el Señor toma este asunto, tanto así que quitó la vida súbitamente a Ananías y Safira por una ofrenda que fue hecha sin sinceridad de corazón y de manera interesada.
¿Cuál es nuestra condición ante el Señor? ¿Cuán grande es nuestro amor? ¿Cuán profunda es nuestra convicción? ¿Cuán sincero es nuestro agradecimiento y nuestro deseo para el avance de la obra del Señor y la gloria de Su nombre? Pablo, hablando bajo inspiración del Espíritu Santo, dice que todas estas cosas son probadas por el vigor de nuestra mayordomía.
Recordemos además que se pone como ejemplo la gracia del Señor Jesucristo en el v. 9, quien se despojó de su riqueza para que nosotros fuéramos hechos ricos.
En otras palabras, la mayordomía es una de las pruebas más reveladoras de nuestra semejanza a Cristo, porque refleja muy claramente Su carácter. Él se dio a Sí mismo completa y enteramente para beneficio de otros. Él se despojó de la gloria del cielo por la más profunda humillación, aun hasta la muerte de cruz, motivado por Su compasión por los pecadores.
El Señor Jesucristo, nuestro "hermano mayor," precursor y ejemplo, es inmensurablemente desinteresado, amoroso, tierno, benevolente y generoso. En Su maravillosa gracia y condescendencia, se dio a Sí mismo, y se dio a Sí mismo enteramente. Entonces, la evidencia más grande de nuestra semejanza a Él, será manifiesta en nuestra buena voluntad de darnos a nosotros mismos y nuestros bienes, para Su causa. Si somos mayordomos infieles, entonces nuestra semejanza de "familia" no será muy visible en nosotros.
Es justamente esa actitud de Cristo la que puede apreciarse en los creyentes macedonios, quienes se dieron a sí mismos al Señor y luego a la iglesia. Podemos inferir del texto que se privaron ellos mismos, tal vez incluso de comer, para que los creyentes de Jerusalén no murieran de hambre. Ellos no ofrendaron lo que les sobraba, o una suma conveniente para dejarse una porción a invertir en sus propios placeres y deleites. Antes bien, se negaron a sí mismos, y se entregaron completamente al Señor y a su pueblo, renunciando a lujos, diversiones, gastos extravagantes e incluso a satisfacer sus propias necesidades, dando más allá de sus fuerzas.
Más aun: ¿Con qué disposición participaron de la gracia de dar? Podemos ver con asombro que no lo hicieron lamentándose ni con renuencia, sino todo lo contrario, con agrado dieron incluso más de lo que podían (v. 3). A eso se refiere Pablo en II Co. 9:7, “no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”.
Para ofrendar, estos creyentes no necesitaron de actividades especiales como cenas o asados, ni tampoco de predicaciones especiales, exhortaciones o amonestaciones. En ellos el dar no se dio por necesidad, sino por amor y gratitud a su Señor. No sólo dieron su dinero, sino que se dieron a sí mismos.
Respecto de ellos, Charles Spurgeon declara: “Ellos se dieron a sí mismos, también, enteramente y sin reservas. Eso queda demostrado por el hecho de que su dinero acompañó a la entrega de su propio ser. La ofrenda de sus personas fue seguida por la consagración de sus bolsillos. No fue la ofrenda mezquina de una lánguida devoción, sino que fue una entrega real y práctica de cada trozo de su ser para ser enteramente y para siempre del Señor. Ellos sentían que no podían hacerlo de ninguna otra manera, sino que debían ser enteramente del Señor debido a lo que Él había hecho por ellos. Ese es el argumento del apóstol, cuando dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.
Que nunca seamos contados entre aquellos que dan solamente porque tienen que hacerlo. Más bien demos, porque nos hemos propuesto en nuestro corazón dar para la obra de Dios, quien nos está declarando que en estas cosas se agrada.
Peter Masters afirma con razón: “Podemos pensar que en tanto que demos una porción de nuestro ingreso, (digamos un diez por ciento), seremos reconocidos como unos siervos obedientes en el día del juicio. Pero, vean otra vez a los creyentes de Macedonia, pues ellos se esforzaron en dar más allá de su capacidad (versículo 3). No hay ninguna evidencia de que ellos daban una porción "confortable" o "conveniente." Al contrario, hay un deseo profundo de esforzarse al máximo, y esto es lo que el Espíritu Santo aprueba y recomienda. ¿Así sucede con nosotros? ¿Cuándo fue la última vez que revisamos nuestra mayordomía? ¿Es nuestro deseo constante el avance de la obra de Dios? O, ¿hemos caído en el error de pagar un 'impuesto' fijo al Señor, considerando todo el resto como "dinero para nuestros bolsillos"?”.
3. La misma actitud de los Macedonios puede notarse en el entusiasmo que mostraron los primeros cristianos a la hora de dar, despreciando sus propiedades y posesiones:
“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” Hch. 2:44-47.
4. La disposición de renunciar a todo para ganar a Cristo se puede ver también en una parábola: “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” Mt. 13:44.
¿Quieres saber cuánto es lo que tienes que ofrendar? La respuesta es: todo, aun tu propia vida. La actitud mezquina y calculadora que intenta desprenderse del mínimo posible no corresponde a la de un ciudadano del Reino de los Cielos.
5. Otra ofrenda de la que Jesús se agradó vino de la mano con la conversión de aquel que ofrendó:
“Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham” Lc. 19:8-9.
Vemos aquí que la conversión trajo consecuencias inmediatas en la relación de Zaqueo con sus posesiones, lo que fue corroborado por Jesús, quien consideró esto un fruto de su salvación. Podemos apreciar que excedió con creces el 10%.
Además de estos ejemplos bíblicos, la Biblia también nos proporciona anti-ejemplos, como los casos del joven rico (Mt. 19:16-24) y de Ananías y Safira (Hch. 5:1-11), existiendo en ambos casos una relación defectuosa con los bienes, tanto así que en el último de ellos el costo fue la muerte.
III. ¿Cómo debemos ofrendar entonces?
1. Debemos dar proporcionalmente: En 1 Corintios 16: 1-2, Pablo habla de la frecuencia y del espíritu de la mayordomía, diciendo: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado”.
En este particular pasaje, el propósito de la ofrenda es benevolencia para los creyentes afligidos; pero la actitud respecto a la 'ofrenda' y su frecuencia, es muy instructiva para todo tipo de ofrendas.
Lo que demos, entonces, debe ser proporcional a lo que hemos recibido como provisión de parte del Señor, lo que desde luego puede variar de un mes a otro.
Los corintos sabían que si el Señor los prosperaba, era para poder bendecir a sus hermanos. Si hacían un mal uso, en otras palabras, si utilizaban esta bendición de manera egoísta, estaban pecando al malversar los recursos que el Señor les entregó.
Si Dios los bendecía con provisiones, no era para que se enriquecieran individualmente, sino para que dichas bendiciones pudieran ser compartidas con los hermanos, de modo que haya igualdad: “Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (II Co. 8:13-15).
Notemos además que esto nos obliga a ser sensibles a las necesidades de nuestros hermanos y de la iglesia en general, y a no ser perezosos en atenderlas y suplir sus carencias.
Otro punto a destacar es que la ofrenda se reunía el día de adoración, tal como se hace ahora. Esto porque la ofrenda es un acto de adoración a nuestro Señor, así como de amor y de gratitud por su infinita misericordia.
Pero alguien podrá decir: “pero yo no estoy trabajando, no tengo dinero que pueda dar”. Bien, si ese es tu caso por ser muy joven o por estar cesante, puedes decir con Pedro: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy…” (Hch. 3:6). El Señor te ha dado dones que debes utilizar en servicio de otros.
2. Debemos dar alegremente: Eso es lo que nos dice el conocido texto de II Co. 9:6-11: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: Repartió, dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre. Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios”.
Esto implica dar gozosamente, no contando cada centavo, ni desprendiéndose del dinero con aflicción o lamentaciones, sino deseando dar, haciéndolo con libertad, espontaneidad y deleitándose en ese acto.
Además un dador alegre es un dador voluntario, alguien que no necesita ser obligado con exhortaciones y amonestaciones, sino que da con limpia consciencia y con desprendimiento.
Asimismo, es alguien que da de todo corazón. Spurgeon dice en relación con esto: “Algunos dan a Dios su tiempo el día domingo, pero están medio dormidos. Algunos le dan sus esfuerzos en la escuela, o las clases, o la predicación callejera, pero no parecen poner nunca toda el alma en sus compromisos. Lo que la iglesia necesita hoy día es un servicio más alegre, de mayor entrega. Si no servimos a nuestro Señor con alegría, y por consiguiente no lo hacemos de todo corazón, Dios no amará ese servicio, y no se obtendrá ningún resultado. Una cosa sé, que un dador alegre siempre desea poder dar diez veces más de lo que da. Un hacedor alegre siempre anhela tener mayor capacidad para hacer más”.
IV. Conclusión
A través del estudio que hemos hecho de la mayordomía, podemos ver que la administración de nuestro tiempo, de nuestro cuerpo y de nuestros bienes están ligadas indisolublemente, y que tienen un patrón común: dependen de nuestra consagración a Cristo.
Una mayordomía sabia y responsable es la marca del carácter cristiano, y es fruto de la obra santificadora y transformadora del Espíritu Santo en nuestros corazones; y se resume finalmente en darnos nosotros mismos al Señor, y luego a su pueblo, a la Santa Iglesia que Él rescató por la sangre de su propio Hijo.
Dios no escatimó ni a su propio Hijo para darnos vida, siendo nosotros sus enemigos. ¿Aun así quieres retener con avaricia tus posesiones y vivir para ti mismo, satisfaciendo tu carne y tus deleites egoístas?
No podemos sino afirmar con Spurgeon: “La mejor ofrenda que puedes presentarle a Cristo es tu propio ser, pues mientras no te hayas dado a ti mismo a Él, Él no puede aceptar ninguna otra ofrenda de tus manos”.
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” Tit. 2:11-14.