Por Álex Figueroa

« Señor, te suplico que escuches nuestra oración, pues somos tus siervos y nos complacemos en honrar tu *nombre. Y te pido que a este siervo tuyo le concedas tener éxito y ganarse el favor del rey». Nehemías 1:11

Texto base: Nehemías cap. 1

El domingo pasado terminamos de predicar sobre el libro de Esdras, recorriendo cada uno de sus diez capítulos. Este libro nos enseñó sobre la soberanía de Dios imperando sobre todas las cosas, dirigiendo a los gobiernos humanos e inclinando los corazones de los reyes a hacer su voluntad, sin que nada pudiera oponerse a su propósito.

También aprendimos sobre la inmensa misericordia de Dios, quien pese a la gran rebelión de Israel que había motivado su exilio en Babilonia durante 70 años, se acordó de su promesa y de su decisión de hacer bien a su pueblo, aun cuando los judíos habían hecho todo para desmerecer su favor. Así, cuando se cumplió el tiempo, intervino en las circunstancias para que su pueblo pudiera retornar del exilio, y levantar nuevamente su templo y su santa ciudad.

Luego, cuando los enemigos de Israel se opusieron a la reconstrucción, el pueblo se desanimó y dejó abandonada la obra por casi dos décadas. Aun allí, el Señor envió profetas para exhortarlos y animarlos a reconstruir, quienes trabajaron juntamente con el pueblo para terminar la obra con toda prisa.

Sin embargo, el pueblo de Dios pagó tanta misericordia con más rebelión y más desobediencia contra su Señor. Para peor, quienes debían guiar al pueblo y enseñarles a temer a Dios, fueron los primeros en disponer sus pies para que corrieran presurosos al mal. Así, los escribas, sacerdotes, príncipes y gobernadores tomaron para sí mujeres paganas de las tierras, desobedeciendo así la prohibición expresa del Señor.

Pero increíblemente, incluso en este escenario tan nefasto, en el que uno esperaría que Dios descargaría todo su furor contra un pueblo tan rebelde y desobediente, el Señor se decidió a preservar un remanente, un grupo que no había caído con el resto del pueblo, y que se indignó santamente contra tanta rebelión. Esdras, abatido por el pecado de sus hermanos, fue exhortado a levantarse y poner manos a la obra, porque era su responsabilidad, y porque sus hermanos prometieron estar con él y acompañarlo en el servicio. Por lo mismo, concluimos junto con Secanías, «aún hay esperanza para Israel». Es decir, que incluso desde el pecado más terrible y manifiesto, debemos mirar al Señor nuevamente y regresar a la cruz rogando por perdón.

Introducción histórica

Ahora, para situarnos históricamente en el libro de Nehemías, debemos decir que el decreto del rey Ciro para que volviera la primera oleada de judíos a Jerusalén, liderada por Josué y Zorobabel, fue en el año 539 a.C. Luego, 80 años más tarde volvería una segunda oleada de judíos, liderados por Esdras. 93 años después de la primera oleada, y 13 años después de la segunda, retornó un tercer grupo de judíos, esta vez liderados por Nehemías, con la tarea pendiente de reconstruir el muro alrededor de Jerusalén.

Nehemías era el copero del rey, es decir, ocupaba un cargo de absoluta confianza, pues era común que se atentara contra la vida de los reyes envenenando lo que él comía o bebía. El copero, entonces, era una persona a quien el rey permitía acceder a su círculo más íntimo, pues estaba a cargo de lo que él bebía y debía probar todo aquello que el rey tomaría para ver si estaba envenenado, poniendo así su vida en peligro por el rey. Estaba en una posición privilegiada para hacer peticiones, y se podría decir que era el confidente del rey.

Solo alguien que gozara de esa confianza irrestricta podía ser el encargado de reconstruir los muros de Jerusalén. Esto porque, como hemos visto en mensajes anteriores, los reyes persas eran muy desconfiados ante posibles complots e insurrecciones, y contaban con una red de espías que eran llamados los ojos del rey y los oídos del rey, quienes estaban encargados de informar ante cualquier posible rebelión en contra de la autoridad.

En este sentido, el que una ciudad conquistada intentara reconstruir sus muros podía ser una señal de que esa ciudad quería rearmarse e iniciar una revuelta independentista. Por lo mismo, si el rey de Persia permitía que alguien guiara la reconstrucción de los muros de Jerusalén, ese ‘alguien’ debía ser de su confianza. En este sentido, pocos podían gozar en mayor medida de esa confianza que su copero, el judío Nehemías.

Con esto, una vez más vemos la soberanía del Señor, quien usa a sus hijos en lugares estratégicos para llevar a cabo su propósito. En esta posición de confianza, Nehemías podía influir en el imperio más poderoso del mundo en ese entonces, para que hiciera bien al pueblo de Dios.

Nehemías es un personaje que aparece solo en el libro que lleva su nombre, el que significa “El Señor consuela”. Muchos llamaron a este libro “II Esdras”, y se cree que en algún tiempo era considerado como un solo libro con el de Esdras, el que recibía el nombre de “I Esdras”.

Todo apunta, y así es reconocido, que el autor del libro de Nehemías es precisamente el sacerdote y escriba Esdras. También hay consenso en que Esdras escribió los libros I y II Crónicas.

Es importante mencionar que la célebre Ester fue madrastra de Artajerjes, y bien pudo haber influenciado a este rey para mirar favorablemente a los judíos. También debemos recordar que las famosas 70 semanas de Daniel comienzan con el decreto del rey Artajerjes ordenando reconstruir la ciudad, en el año 445 a.C. Por último, es interesante mencionar que Nehemías y Malaquías fueron los últimos libros del Antiguo Testamento en ser escritos. Es decir, luego de que Dios habló a través de estos dos libros, no volvería a revelar Palabra a su pueblo hasta el ministerio de Juan el Bautista, a quien podríamos llamar el último profeta del antiguo testamento.

En el libro de Nehemías, resalta el celo de este funcionario del imperio persa por hacer todas las cosas de acuerdo a la ley del Señor. También destaca la obediencia a Dios que sostuvo Nehemías a pesar de todas las numerosas dificultades. Vemos también como idea clave en este libro la manifiesta oposición que ejercen los enemigos de Dios contra su pueblo, y la manera en que el mismo Señor usa esta oposición para cumplir sus propósitos y hacer bien a su pueblo.

Análisis del capítulo 1

El libro comienza a relatar lo que precedió al regreso de Nehemías a Jerusalén con la misión de reconstruir el muro, tarea que terminó en 52 días.

Lo primero que vemos, es que Nehemías era un hombre preocupado por el pueblo de Dios, por sus hermanos. Parecía tener poco conocimiento de las condiciones y circunstancias de su tierra natal, mientras vivía en la corte de Persia, lejos de la nación que veía como su verdadero país; y es probable que hubiese permanecido en su ignorancia durante toda su vida, a no ser por un accidente.

Un evento -no sabemos qué-, hizo que su hermano Hanani fuese a Jerusalén; y en su retorno a Susa su hermano le dio una descripción del estado desmantelado y ruinoso de la Ciudad Santa, y la consiguiente aflicción y humillación de sus habitantes, lo que lo llevó a un dolor extremo.

Por fuentes externas a la Biblia, sabemos que Hanani, cuyo nombre significa “El Señor es compasivo”, fue encargado de los asuntos judíos en Jerusalén, y que incluso la gobernó después del primer período de Nehemías. Se cree que Hanani retornó a Jerusalén junto con la segunda oleada, dirigida por Esdras, y fue en ese entonces cuando pudo percatarse de que la ciudad todavía estaba ruinosa y devastada, a pesar de que el templo ya se había reconstruido.

Del texto podemos ver que Nehemías estaba ansioso por saber de Jerusalén. Lo más probable es que su hermano Hanani haya ido a Jerusalén cuando la obra estaba detenida por los acontecimientos relatados en Esdras cap. 4. Aparte de ver los escombros, las ruinas, y la ciudad completamente devastada, era un tiempo en que el desánimo, la incertidumbre y la deserción dominaban el pueblo de Israel. Por ese entonces, los judíos habían sido obligados a interrumpir la reconstrucción a través de amenazas, intimidaciones, difamaciones, sobornos a las autoridades persas e incluso violencia física.

El asunto es que la ciudad santa estaba en ruinas, devastada. Eso causaba un profundo dolor en Nehemías, lo que nos debe llevar a pensar. Nehemías gozaba de un alto e importante cargo en el Imperio Persa. Él podría haberse preocupado de disfrutar de las bondades de su posición, de vivir una buena vida como funcionario del Imperio y como alguien que gozaba de la plena confianza de quien era quizá el hombre más poderoso de su tiempo.

Poniéndolo en palabras de nuestros días, Nehemías podría haberse entregado por completo a cumplir sus sueños, a realizarse como persona o como profesional, sin más preocupación que la de surgir en su carrera y sacar adelante sus proyecciones como hombre importante en el mundo.

Sin embargo, algo inquietaba su corazón. Algo perturbaba sus pensamientos, y no le permitía estar quieto y tranquilo, ocupado de sus propios intereses. Nehemías ansiaba saber de sus hermanos, de la Santa Ciudad, de esa porción del pueblo de Dios que habitaba en la tierra que su Señor les había prometido. Lamentablemente, la respuesta que le dio su hermano, testigo presencial de la situación, estuvo muy lejos de ser alentadora: Su amada Jerusalén, la joya de Israel, la Ciudad Santa, la encargada de brillar ante el mundo reflejando la gloria y la santidad de Dios, estaba en ruinas, devastada, llena de escombros, y el pueblo que allí habitaba estaba sometido a humillación y afrenta.

Nehemías no podía vivir tranquilo sabiendo algo así. La situación era catastrófica, y lo único que podía hacer era llorar, lamentarse profundamente por las circunstancias negras por las que atravesaba el pueblo de Dios. La pregunta del profeta Hageo parece describir los pensamientos de Nehemías: «¿Acaso es el momento apropiado para que ustedes residan en casas techadas mientras que esta casa está en ruinas?» (Hag. 1:4).

¿Cómo conservar el gozo si la Ciudad Santa se encontraba en estas condiciones? ¿Cómo vivir tranquilo sabiendo que la Ciudad de Dios, y en realidad, el pueblo de Dios se encontraba en ruinas? ¿Cómo podría decir Nehemías que teme al Señor si no se conmueve ante una situación tan desastrosa?

Por lo mismo, no había otra alternativa: solo quedaba sentarse, llorar, lamentarse, ayunar, hacer duelo y rogar delante del Dios Altísimo (v. 4). La vida no puede seguir igual si el pueblo de Dios está devastado y en escombros, porque una afrenta al pueblo de Dios es hecha en realidad contra el Dios de ese pueblo, es un atentado contra su Nombre Santo, una blasfemia contra su gloria, manifestada en la comunidad de redimidos que Él ha decidido congregar en torno a su Palabra y su Nombre.

Esto no era una situación acerca de nacionalismo. Nehemías no lloraba ni se lamentaba por el fracaso de anhelos independentistas, o por intentos frustrados de tomarse el poder y volver a ser un reino respetado y poderoso. No. Se trata de un asunto mucho más profundo: es acerca del testimonio del pueblo de Dios en el mundo, de cómo el pueblo de Dios ha de reflejar el carácter y la gloria de Dios, y de cómo la desobediencia y la rebelión habían hecho que Israel se expusiera a una severa disciplina de parte del Señor, y a sufrir las consecuencias de su extravío, quedando en vergüenza y humillación permanente delante de todas las naciones, absolutamente desprotegida al no tener muros a su alrededor, cuestión que para cualquier ciudad antigua significaba una muerte segura.

Era necesario sentarse a llorar. Era preciso detenerse en las funciones y trabajos diarios, hacer un alto y derramar el corazón delante de Dios. Veamos, por ejemplo, lo que ocurrió con los judíos cuando Jerusalén fue arrasada por los babilonios, antes de que todo esto ocurriese:

« 8 El Señor decidió derribar la muralla que rodea a la bella Sión. Tomó la vara y midió; destruyó sin compasión. Hubo lamentos en rampas y muros; todos ellos se derrumbaron. 9 Las *puertas se han desplomado; él rompió por completo sus cerrojos. Su rey y sus príncipes andan entre las naciones; ya no hay ley ni profetas, ni visiones de parte del Señor. 10 En la bella Sión los ancianos se sientan silenciosos en el suelo; se echan ceniza sobre la cabeza y se visten de luto. Postradas yacen en el suelo las jóvenes de Jerusalén. 11 El llanto me consume los ojos; siento una profunda agonía. Estoy con el ánimo por los suelos porque mi pueblo ha sido destruido. Niños e infantes desfallecen por las calles de la ciudad» Lam. 2:8-11.

La actitud de Nehemías en este pasaje de sentarse, hacer lamento, de ayunar y de rogar delante de Dios, nos recuerda lo que pudimos ver en Esdras, quien reaccionó de esta manera al enterarse del pecado del pueblo. Es la actitud que vemos también en el relato del libro de lamentaciones.

¿Qué tienen en común Nehemías, Esdras y los ancianos de Lamentaciones? Que se identifican con la aflicción de su pueblo, con el clamor, con el lamento de sus hermanos, y se identifican asimismo con la Palabra de Dios, la que acusa la rebelión del pueblo y anuncia las consecuencias que siguen a la desobediencia, pero también brinda esperanza a quienes se entregan completamente a su misericordia, a rogar su favor reconociendo.

Hablamos ya sobre el ayuno y sobre el lamento respecto del pecado a propósito del libro de Esdras. Con todo, vemos que Nehemías también se tomó un tiempo necesario para sentarse y llorar, para hacer duelo, para ayunar, para orar. En nuestra sociedad, tal destinación del tiempo sería vista como un despilfarro de fuerzas y de horas. Sería mejor dedicarse a producir, y a cumplir con todas las numerosas tareas que tengo que realizar cada día. ¿Destinar días completos al lamento, el ayuno y la oración por el pueblo? ¡Qué locura! Basta con 15 minutos de una oración fría, mecánica y rápida, o con pensar sobre el asunto mientras camino o hago otras cosas.

Por otro lado, esta actitud de lamento y de luto es completamente extraña en la iglesia exitista de nuestros días, como ya hemos dicho en otra oportunidad. La iglesia moderna ha exiliado el lamento, se ha declarado “positiva”, “motivadora”, llena de mensajes cuya motivación es hacerte sentir mejor contigo mismo, y no ajustarse a la verdad de la Palabra de Dios. Es una iglesia que no deja lugar para el caído y el abatido, ni para el ruego suplicante por la misericordia de Dios.

Lejos de esto, Nehemías sentía dolor. Su corazón estaba profundamente conmovido, y su conmoción iba de la mano con su devoción por el Señor. Nehemías se había comido la Palabra, y ésta resultaba dulce a su paladar, pero amarga a sus entrañas, tal como ocurrió con Jeremías. Los dichos de Dios eran rectos y sus juicios justos, pero eso significaba que el pueblo de Israel debía entonces ser castigado, humillado y consumido por su rebelión.

Podríamos ir más lejos. ¿Es pecado no orar por el pueblo de Dios? Nos sorprendería ver que hay un pasaje que habla específicamente de esto:  «En cuanto a mí, que el Señor me libre de pecar contra él dejando de orar por ustedes. Yo seguiré enseñándoles el *camino bueno y recto». Efectivamente, nuestra apatía respecto de la iglesia puede llevarnos a pecar al no orar por nuestros hermanos.

Esta convicción llevó a Nehemías a rogar a nombre de su pueblo delante de Dios. Era un clamor que le quemaba los huesos, que consumía sus fuerzas, que acaparaba todos sus pensamientos, algo que encendía su devoción y lo llevaba a trabajar arduamente en oración. Y es que olvidamos frecuentemente este último punto: que la oración muchas veces será un trabajo, una labor en la que deberemos esforzarnos, luchar contra la oposición de nuestra propia carne, contra la distracción de nuestros pensamientos, contra lo escaso de nuestras fuerzas; y perseverar en ruegos y súplicas allí donde solo queremos parar de orar e ir a entretenernos, o ir a hacer cosas que creemos más importantes.

Para Nehemías la oración no era algo que él tomara a la ligera. Concluimos eso al analizar su ruego. Tal como en el caso de Esdras y de Daniel, Nehemías no lanzó simplemente un chorro de palabras que vino a su mente, sin orden ni sentido. Su oración es ordenada, coherente, meditada. Él pensó cada palabra que diría delante de Dios, porque estaba consciente de que se presentaría delante del Soberano del Universo, el Rey de todas las cosas, el Alto y Sublime, incomparable y eterno. ¿Vemos la oración de esta manera? ¿Nos damos cuenta que accedemos al Trono de la Gracia, pero Trono al fin y al cabo, es decir, entramos en la presencia de un Rey, un Emperador Soberano respecto de todas las cosas? Siendo así, ¿No deberíamos cuidar cada palabra que digamos delante de Él?

Características de la oración de Nehemías

a. Devota (v. 4): La oración de Esdras estaba empapada de lágrimas, de sudor, de angustia por la situación del pueblo de Dios. Estaba acompañada de una actitud, de una disposición de su corazón a lamentarse y rogar la misericordia de Dios.

b. Ordenada: Tiene una introducción, un desarrollo y una conclusión; un fin claro, y utiliza argumentos basados en la Palabra para estructurar sus peticiones.

c. Se basa en la Palabra de Dios: Nehemías ora según la verdad. No tiene un concepto de Dios que se derive de sus propios pensamientos o su propia imaginación, ni tampoco de la cultura que lo rodeaba. Él se refiere al Dios de las Escrituras, y para orar recuerda los atributos de ese Dios: Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, fiel, misericordioso y justo. Con esto nos enseña que al orar, debemos referirnos a Dios como la Escritura lo describe, y debemos pensar que Él es lo que la Biblia dice que Él es.

También se basa en la Palabra de Dios porque las peticiones tienen que ver con promesas y mandamientos de Dios (vv. 7-9). Esto nos enseña que nuestras peticiones y los argumentos que ocupemos para sostenerlas, deben provenir de la Palabra de Dios. De otra manera, no pediremos como conviene, sino según nuestros propios deleites y deseos engañosos. Una oración piadosa está empapada de la Escritura, lo que irá desarrollándose en cada persona a medida que vaya conociendo más la Palabra de Dios. De ahí la importancia de estudiarla y entenderla.

d. Confiesa pecados (vv. 6-7): Tal como la oración de Esdras, el ruego de Nehemías confiesa los pecados del pueblo delante de Dios, y Nehemías se identifica con la rebelión de sus hermanos, pese a que él personalmente no incurrió en las mismas transgresiones. Al rogar por el pueblo, hace suyas las faltas del pueblo, y así también hace suyo el ruego por la misericordia de Dios.

e. Perseverante (v. 6): Nehemías oraba día y noche por sus hermanos, presentándolos delante del Trono del Señor. Su preocupación lo consume, y no se queda tranquilo con una plegaria express. Él está decidido a presentarse delante de Dios, y a plantearle aquello que lo angustia tan profundamente.

f. Llena de fe (v. 11): Como ya sabemos, sin fe es imposible agradar a Dios (He. 11:6). Nehemías se acercó al Señor confiando en que Él está sobre todas las cosas. Por ello, le pidió que le concediera el favor del rey de Persia. De paso, estaba reconociendo con eso que el Señor está sobre todo gobierno humano y sobre toda autoridad y potestad, por poderosa que pueda parecer.

g. Motivada correctamente (v. 11): El propósito de Nehemías es honrar el nombre de Dios, reverenciarlo. Él no pide para satisfacer sus intereses egoístas. No tiene en mente sus sueños, o sus proyectos, ni ve a Dios simplemente como un genio de la botella que concederá sus deseos. El ruego de Esdras está relacionado y dirigido directamente con glorificar el nombre de Dios, y eso explica que sus peticiones y sus plegarias estén tan empapadas de las Escrituras.

Conclusiones

  • Una vez más, vemos la soberanía del Señor sobre todas las cosas, usando a su pueblo y también a sus enemigos para llevar a cabo su propósito.
  • Resalta la necesidad de afligirse por la situación desastrosa de la iglesia moderna, tal como Nehemías se entristeció por saber que Jerusalén estaba en ruinas.
  • Debemos preocuparnos por lo que ocurra con el pueblo de Dios, identificándonos con sus necesidades, con sus gratitudes y con sus confesiones de pecado.
  • Es preciso tomar el tiempo necesario para lamentarse, orar y ayunar cuando sea necesario, y para meditar en la condición del pueblo de Dios.
  • La oración no es algo que debemos tomar a la ligera, sino que debemos dimensionar que nos presentamos delante del Soberano de todo lo que hay.
  • Debemos orar según la Palabra de Dios, con las prioridades que ella nos impone, con la motivación correcta que es honrar el nombre de Dios, de una forma devota, perseverante, reverente, ordenada, confesando nuestros pecados y llenos de fe en el Dios a quien elevamos nuestras súplicas.

Reflexión Final

Al ver la profunda reverencia y devoción de Nehemías, resalta la superficialidad, la irreverencia y la poca importancia que como iglesia atribuimos a la oración. Pareciera que a través de ella no se lograra nada, o que simplemente no valiera la pena. Sin embargo, vemos en Nehemías y otros ejemplos de la Biblia un profundo aprecio por aquel momento en que nos presentamos frente al Soberano del universo.

Nehemías se dedicó a orar por su pueblo, identificándose con sus pecados y sus angustias. Jesucristo, por otra parte, también rogó por su pueblo, pero de una manera incomparable a como lo hizo Nehemías, ya que Él no debía pedir perdón ni misericordia por sus pecados propios, ya que nunca cometió pecado.

Pero recordemos que se dice en Juan 13:1 «… como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Es decir, luego de ese momento vendría la consumación del amor de Cristo por su pueblo, y esa consumación, ese amarlos hasta el fin incluyó la oración de intercesión que realizó por ellos en Juan cap. 17.

Aprendemos entonces, que el servir al pueblo de Dios va de la mano con orar por el pueblo de Dios. Cristo rogó por la iglesia, y luego se entregó a sí mismo por ella, identificándose con sus pecados a tal punto de llevarlos sobre sí y ensuciarse con su inmundicia, siendo que Él era puro y sin mancha.

No encontraremos ejemplo más supremo que este de servicio excelente. Roguemos por el pueblo de Dios, entregándonos primeramente al Señor, para luego entregarnos por completo a servir a su iglesia. Amén.