Bienaventurados los de limpio corazón
Domingo 19 de junio de 2022
Álex Figueroa
Texto base: Mateo 5:1-12 (v. 8)
En nuestros días, la necesidad de un corazón limpio ante Dios no parece ser una gran preocupación. Por un lado, muchos ligeramente afirman tener un corazón limpio, pues aseguran no dañar a nadie con sus vidas. Por otro lado, hay multitudes de gente chapoteando sonriente en sus inmundicias, y hasta se jactan de su pecado y de su capacidad de practicarlo sin culpa. Mientras tanto, en muchas iglesias, hay más preocupación por corazones entretenidos que por corazones puros, considerando demasiado graves a quienes buscan ser puros ante el Señor.
En este escenario, la bienaventuranza que expondremos hoy es completamente contraria a nuestra cultura, no sólo en el mundo, sino tristemente hasta en la propia cristiandad.
Por ello, se hace necesario i) analizar nuestra tendencia natural opuesta a esta bienaventuranza, ii) exponer la limpieza de corazón que es bienaventurada y la bendición que recibe de Dios, y iii) terminar exaltando a Cristo como el bienaventurado en Su pureza y revisar aplicaciones prácticas para nuestra vida.
Para comprender adecuadamente el significado de las bienaventuranzas, debemos realizar previamente algunas aclaraciones:
Las bienaventuranzas responden a una pregunta esencial: quiénes son realmente los benditos, y dónde se encuentra la verdadera felicidad.
La inclinación que hay en nuestro corazón bajo el pecado, no sólo es diferente, sino que opuesta a la limpieza de corazón de esta bienaventuranza.
El corazón del hombre sin Dios se preocupa de guardar una apariencia externa, pero internamente puede abrazar los más terribles pecados. La hipocresía implica un doble ánimo: uno aparente, que es fingido, y otro oculto, que es el verdadero estado de esa persona. Corresponde al impío en las exhortaciones de los profetas, especialmente a los que Dios confrontaba por invocarle con sus bocas, mientras que continuaban adorando a sus ídolos. Tenían un corazón insincero, ya que por un lado tenían algún conocimiento de Dios y Su Palabra, pero en sus corazones abrazaban el mal.
Esta fue una de las razones más frecuentes por las que el Señor Jesús confrontó a los líderes religiosos.
“»¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, que limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno! »¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de adentro del vaso y del plato, para que lo de afuera también quede limpio. »¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas que son semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. »Así también ustedes, por fuera parecen justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.” (Mateo 23:25–28, NBLA)
El hipócrita tiene el corazón de un impío, pero desea ser considerado como justo. Aborrece a Dios en su corazón, ya que ama la maldad en lo íntimo, pero desea ser contado dentro del pueblo de Dios.
El corazón bajo el pecado está corrompido desde la misma médula. Sus pensamientos, intenciones, deseos y voluntad no son puras, sino inmundas: “»Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias” (Mateo 15:19, NBLA).
Este fue también el diagnóstico del Señor en el diluvio: “la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud” (Gn. 8:21).
El apóstol también fue categórico: “La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo” (Ro. 8:7). La carne aquí se refiere a la naturaleza de pecado. La persona sin Dios vive con la mente puesta en su pecado, lo que incluye toda intención que no se somete a la voluntad de Dios ni le reconoce como Señor.
La tendencia de nuestro corazón no es la integridad, sino pasiones que se agitan en nuestro interior y que no pueden profesar un amor fiel, sino que el alma es como un mar revuelto que nunca está quieto, y se divide amando desordenadamente las cosas de este mundo. Santiago habla de las pasiones que combaten en nuestros miembros (Stg. 4:1), mientras que Jeremías declara: “Más engañoso que todo es el corazón, Y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9, NBLA).
Esto fue lo que confrontó el Señor por medio del profeta Elías: “¿Hasta cuándo vacilarán entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, síganlo; y si Baal, síganlo a él” (1 R. 18:21).
Tristemente, incluso ya habiendo conocido el amor de Dios en Cristo, seguimos luchando con esta fuerte tendencia de nuestra naturaleza de pecado, con un corazón que no es leal, sino que se divide en sus afectos.
Además de estas inclinaciones contrarias a la bienaventuranza, hay supuestas soluciones ante nuestra impureza, pero que nos dejan igualmente inmundos.
Incluso los no creyentes pueden darse cuenta de que tienen un problema con su corazón, y que sus deseos no son rectos. Pero ante esto, no buscan la pureza de Dios, sino que procuran purificarse a sí mismos por sus propios medios, siguiendo reglas muy estrictas y tratándose duramente, o practicando ciertos rituales de vez en cuando, pensando que eso podrá lavar sus culpas.
Otros, proponen que si el hombre recibe una buena educación, podrá reformar sus inclinaciones y transformarse en un ciudadano útil y de bien. Aunque eviten usar términos religiosos, lo cierto es que están promoviendo una forma de purificar el corazón humano, que ciertamente no tendrá éxito.
Encontramos el primero de estos esfuerzos humanos de autopurificación en Adán y Eva, cuando cocieron hojas de higuera y se vistieron con ellas, intentando cubrir así su vergüenza. Esa es la primera forma de religión humana, y a lo largo de toda la historia hemos visto innumerables intentos de cubrir la propia vergüenza y de purificar la propia maldad, tantos como lo ha permitido la imaginación torcida del ser humano.
Sin embargo, la Escritura advierte que ningún medio humano ni terrenal podrá limpiar la mancha de nuestra maldad. “»Aunque te laves con lejía Y uses mucho jabón, La mancha de tu iniquidad está aún delante de Mí», declara el Señor Dios.” (Jer. 2:22).
Esta es nuestra tendencia natural.
La palabra traducida como ‘bienaventurados’ es el gr. Μακάριος (makários), que significa bendito, feliz. Aunque incluye esta idea, “… no puede reducirse a la felicidad... Ser «bendecido» quiere decir, fundamentalmente, ser aprobado, hallar aprobación… Ya que este es el universo de Dios, no puede haber mayor «bendición» que la de ser aprobados por él” (Carson). Son aquellos que pertenecen al Señor y son bendecidos por Él, y como consecuencia de eso, pueden disfrutar de la mayor felicidad, esa para la que fuimos creados al disfrutar de Dios.
En este caso, la bienaventuranza se aplica a los de limpio corazón (gr. καθαροὶ τῇ καρδίᾳ, katharoi te kardía). El concepto griego se usa 26 ocasiones en el N.T., con los significados de limpieza y pureza, tanto física como espiritual.
Como hemos expuesto, las bienaventuranzas son una santa escalera, en que la gracia es la que pone cada peldaño. Comenzamos siendo conscientes de nuestra bancarrota espiritual, luego nos lamentamos por ella, esto nos lleva a una disposición mansa y humilde y a tener hambre y sed de la justicia de Dios. Al recibir la obra del Espíritu, el amor de Dios se derrama en nosotros y podemos ahora ser misericordiosos hacia otros pecadores; purificando nuestros pensamientos, deseos y voluntad. Esa limpieza de corazón es producida por Dios y nos hace benditos ante Él.
Debemos poner atención aquí, ya que en nuestra cultura la palabra ‘corazón’ se usa en un sentido distinto del bíblico. Solemos usarlo como un sinónimo de nuestros sentimientos y emociones. Así, algunos distinguen entre el corazón y el intelecto, refiriéndose a los sentimientos versus la razón. Pero este no es el entendimiento bíblico.
En la Biblia, el corazón es
… la misma fuente principal de las disposiciones así como de los sentimientos y pensamientos
Hendriksen, Mateo, 290.
Se refiere a
“la plenitud de nuestro ser interior, pensamiento, voluntad y emociones… es el foco de la vida personal, el asiento de la razón tanto como de las emociones y los elementos volitivos de la vida humana, por tanto, es donde reside la condición moral y religiosa del hombre”.
[Por ello,]
“Esta bienaventuranza nos lleva a la pureza en el mismo centro de nuestro ser”.
Morris, Matthew, 100.
Esto es muy significativo, porque el Señor no dijo “bienaventurados los de limpia conducta”, ni “los de limpia apariencia”, ni “los de limpios modales”, ni los de “dieta purificada”, sino los de limpio corazón, yendo directamente al núcleo de lo que somos, allí donde sólo Dios puede ver, traspasando las apariencias y los disfraces.
Mucho de lo que vemos alrededor de nosotros es una religión práctica –buscar la salvación por obras– o una religión intelectual que descansa satisfecha en un credo ortodoxo. Pero Dios “mira el corazón” (1 Samuel 16:7), es decir, ve todo el ser interior incluyendo el entendimiento, los afectos y la voluntad (Pink).
Así, debemos tener claro que
La fe cristiana no es en último término una cuestión de doctrina o comprensión o intelecto… tampoco es básicamente una cuestión de conducta externa. Comienza con la pregunta: ¿Cuál es el estado del corazón? (Lloyd-Jones, 145-146)
La limpieza de esta bienaventuranza, sin duda, incluye la sinceridad y honestidad de carácter. Esto es elogiado incluso por los no creyentes, y muchos se jactan de tener estas virtudes. Sin embargo, esto no es suficiente, porque se puede estar sinceramente equivocado.
En el fondo, la limpieza aquí se refiere a una integridad de corazón (como opuesta al corazón dividido), relacionada directamente con la fe y sumisión a la verdad de Dios revelada en Su Palabra.
¿Qué es limpieza? Es estar libre de la corrupción y los afectos divididos; es sinceridad, veracidad y firmeza de corazón. Como una cualidad del carácter cristiano, la definiríamos como una sencillez piadosa (Pink).
… significa que tenemos un amor indiviso que considera a Dios como nuestro bien supremo, y que se preocupa sólo de amar a Dios. Ser de corazón limpio, en otras palabras, significa guardar ‘el primero y mayor de los mandamientos’ que es ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente’ (Lloyd-Jones, 149).
Son aquellos guiados por el Espíritu de Dios a un culto y una vida sincera, libre de hipocresía y engaño, de modo que pueden adorar a Dios en espíritu y en verdad, desde lo profundo de su Ser.
Ante esto, surge la pregunta obvia: ¿Cómo podemos tener un limpio corazón si nuestro corazón es inmundo y somos incapaces de limpiarlo?
La respuesta también es evidente: sólo Dios puede hacer el milagro de limpiarnos. Por eso el salmista rogaba diciendo: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10, NBLA).
Ya aclaramos que ningún medio humano podrá limpiar la maldad de tu corazón. Pero si vienes al Señor rogando que Él te limpie, ciertamente serás limpiado: “Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones.” (Santiago 4:8, NBLA). La limpieza que es imposible para nosotros, en el Señor no sólo se hace posible, sino que es un deber que hemos de cumplir, no en nuestras fuerzas, sino en el poder de Su Espíritu.
Por tanto, el corazón limpio de esta bienaventuranza es el corazón nuevo que recibimos cuando el Espíritu nos hace nacer de arriba. Pero también es el carácter transformado por ese Espíritu.
No es un corazón en el que ya no hay más pecado, sino uno que desea sinceramente conformarse a la Palabra de Dios, busca al Señor por la fe y va creciendo y madurando en obediencia.
Esto es fundamental, ya que muchos se contentan con la simple disposición, o con saber que deben obedecer a Dios, creyendo que eso es todo, pues a fin de cuentas nadie es perfecto. La disposición es esencial, pero no basta con eso: debes santificarte, crecer en obediencia, madurar espiritualmente a la imagen de Cristo.
No serás perfecto mientras estés aquí, pero debe ser cierto en tu vida que estás siendo perfeccionado en santidad. Al hablar de los hipócritas, vimos que se puede tener una apariencia de santidad en lo externo sin tener un corazón realmente santo. Por otro lado, si alguien es santo en su corazón, necesariamente lo será también en su vida pública y externa.
Es decir,
Jesús pronuncia su bendición sobre las personas cuya manifestación exterior está en armonía con su disposición interior
Hendriksen, Mateo, 289
De esta forma, el limpio de corazón
“… está libre de falsedad tanto en su relación con Dios como con el hombre. Así, los puros de corazón son ‘los completamente sinceros’. Su vida completa, pública y privada, es transparente ante Dios y los hombres”.
Stott, Sermon on the Mount, 49.
Uno de los más claros ejemplos es el rey David, de quien se dice: “... Mi siervo David, que guardó Mis mandamientos y me siguió de todo corazón, para hacer solo lo que era recto a Mis ojos” (1º Reyes 14:8, NBLA). Este caso es fundamental, pues demuestra que los limpios de corazón no son los que nunca pecan, pues no hay ser humano en la tierra que esté libre de pecado, sino que los que quieren seguir a Dios de todo corazón para obedecer Su Palabra, a pesar de sus debilidades. Aunque sigue cayendo, su reacción es quebrantarse y arrepentirse, buscando rectificar su caminar para ser agradable al Señor.
Otro caso es Daniel, quien “… se propuso en su corazón no contaminarse...” (Daniel 1:8, NBLA). Esa resolución del corazón es la limpieza bienaventurada, y debe estar en todo aquel que se haga llamar discípulo de Cristo.
Tenemos además a Job, quien resolvió: “»Hice un pacto con mis ojos, ¿Cómo podía entonces mirar a una virgen?” (Job 31:1, NBLA). Es decir, Job sabía que el pecado comienza en el corazón y que puede darse en los pensamientos aunque no exista ningún acto externo. Por eso, esta resolución evidencia un limpio corazón, dispuesto completamente en lealtad a Dios.
Estos ejemplos bíblicos delínean la limpieza de corazón de la que habla el Señor Jesús en esta porción.
A los limpios de corazón, el Señor promete una bendición incalculable: ¡ellos verán a Dios! ¿No es ese el mayor deseo de quienes lo aman? Es la bendición que perdimos con la rebelión en Edén, pero ahora en el Adán definitivo, la recuperamos para siempre. Es decir,
"... no solo se les permitirá acercarse al lugar santo, donde mora el honor de Dios, sino que “verán a Dios”, serán llevados a un trato más íntimo con él” (Pink).
Esta bendición es coherente con el mensaje del resto de la Escritura. Cuando menciona a los que pueden subir al monte de Dios, es decir, a los que tendrán comunión con Él y estar en su lugar santo, dice: “El de manos limpias y corazón puro, El que no ha alzado su alma a la falsedad Ni jurado con engaño.” (Salmo 24:4, NBLA)
Y comenzamos a experimentar esta bendición aquí, ya que cuando el Espíritu transforma nuestro corazón, somos capaces de ver el reino de Dios y reconocer al Señor en todas las cosas.
Los limpios de corazón poseen discernimiento espiritual y con los ojos de su entendimiento obtienen una visión clara del carácter divino y perciben la excelencia de sus atributos (Pink)
Sin Dios, somos como ciegos ante una puesta de sol, o ante una magnífica pintura: incapaces de percibir la hermosura y majestad de Su Ser. Pero una vez que el Espíritu obra en nuestras vidas dándonos el nuevo nacimiento, por fin podemos ‘ver’ a Dios y su reino. Comenzamos a entender que todo viene de Él, todo se relaciona con Él, que todo debe servirle y darle gloria. Por eso dijo Cristo: “el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3, NBLA). Por consecuencia lógica, si Dios nos da el nuevo nacimiento, es recién allí que podemos ver Su reino.
Mientras estamos en esta vida, debemos contemplar la gloria del Señor por la fe. Los ojos de nuestro entendimiento han sido abiertos a Su gloria, pero aún no le vemos cara a cara. Estamos llamados a vivir como Moisés, quien “se mantuvo firme como viendo al Invisible” (He. 11:27).
Pero sin duda, la plenitud de esta bendición se disfruta en la gloria eterna, cuando podamos ver a Dios cara a cara. Ese debe ser tu mayor anhelo aquí, porque es el principal deleite en el Cielo. Considera que todas las bienaventuranzas están directamente relacionadas con su bendición. Para los de corazón limpio, el mayor disfrute es ver a Dios.
Ese fue el intenso ruego de Moisés al Señor: “Te ruego que me muestres Tu gloria” (Éxodo 33:18, NBLA). Comenzamos contemplándola por la fe, pero un día la veremos cara a cara. Esto se conoce como “visión beatífica”, y consiste en
… una comunión sin pecado e ininterrumpida de las almas de todos los redimidos con Dios en Cristo, un ver “cara a cara” (1 Co. 13:12)
Hendriksen, Mateo, 290-291.
Es allí cuando se cumplirá la oración de Cristo, hecha la noche en que fue entregado:
“»Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.” (Juan 17:24, NBLA)
Las bienaventuranzas nos dan un retrato de los discípulos, pero ante todo, reflejan la imagen del Maestro, quien es el varón bienaventurado por excelencia. Como verdadero hombre, Jesucristo es el bendito, de quien el Padre dijo: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido” (Mt. 3:17). Esa declaración del Padre muestra la suprema bienaventuranza de Cristo, quien es llamado “el varón perfecto” (Ef. 4:13 RV60).
Es en Cristo en quien somos benditos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3). Es decir, Jesucristo es ‘el Bendito’, quien está lleno de toda bendición, y es en unión con Él que nosotros somos bendecidos.
Esta bendición de Cristo incluye la limpieza de corazón de la que hablamos hoy, pues
“Las cualidades que el Señor exige de los demás, las posee él en grado infinito”.
Hendriksen, Comentario a Mateo, 279.
Cristo demostró un corazón perfecto en integridad en los días de Su ministerio. Ningún ser humano ha perseverado en pureza e integridad, ni ha demostrado una limpieza interior más alta y excelente que Jesucristo.
Sólo Él fue “… tentado en todo como nosotros, pero sin pecado.” (Hebreos 4:15, NBLA). Esto fue así porque su corazón estaba completamente entregado en devoción a Dios, sin siquiera una sombra de hipocresía ni doble ánimo. Cristo no tenía un corazón dividido por el pecado, sino unificado en la obediencia a Dios, pues dice también de Él: “Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío; Tu ley está dentro de mi corazón».” (Salmo 40:8, NBLA, cfr. He. 10:5-7).
Tanta era la integridad del corazón de Jesús, que dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra” (Juan 4:34, NBLA). Es decir, Cristo se alimentaba de obedecer a Su Padre. Necesitaba agradarlo, y lo que saciaba su alma era ser íntegro y obediente a la voluntad del Padre. Por eso confesó también: “Yo siempre hago lo que le agrada».” (Juan 8:29, NBLA). Ningún ser humano pecador puede hacer una declaración como esta: sólo Cristo, el varón perfecto, pudo afirmarlo con toda certeza y fidelidad.
Tal fue la integridad de su corazón, que llevó su obediencia hasta las últimas consecuencias, para rescatar a los delincuentes que éramos nosotros:
“Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:8, NBLA)
“Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, muerto en la carne pero vivificado en el espíritu.” (1 Pedro 3:18, NBLA).
Por tanto, Cristo es bienaventurado en la limpieza perfecta de Su corazón, y sólo estando en Él por la fe es que podemos ser también lavados para salvación, y perseverar en esa pureza hasta el fin.
Muchas personas afirman tener un corazón limpio de malas intenciones. Son incapaces de ver su terrible condición espiritual y su necesidad de salvación.
Pero otros, sabiendo lo que la Escritura dice sobre nuestro corazón bajo el pecado, llegan a creer que nunca podrán vivir en santidad y están condenados a una constante derrota espiritual frente a la maldad que hay en su corazón.
Pero ese no es el cuadro que pinta la Escritura sobre la vida cristiana.
La sanidad de los leprosos refleja la limpieza que el Señor hace de nuestra alma. Así como la lepra corrompe la piel y deforma la apariencia, así el pecado corrompe nuestro corazón y lo deforma.
Pero así como el leproso pidió al Señor Jesús: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mt. 8:2), debes rogar al Señor que purifique tu corazón por la obra de Su Espíritu. Ninguno de los que ruega esto sinceramente al Señor, quedará avergonzado. Él siempre responderá como al leproso: “Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: «Quiero; sé limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt. 8:3 ).
Una vez que el Señor te salva, hace una obra sobrenatural en tu corazón, haciéndote pasar de muerte a vida, lo que impacta en tus pensamientos, deseos, emoción y voluntad.
Si crees en Cristo, el varón bienaventurado en su pureza, tú también serás purificado, y el Espíritu te capacita para vivir como es agradable ante los ojos del Señor. Dice:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17, NBLA)
“Pues Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de Aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia. Por ellas Él nos ha concedido Sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos.” (2 Pedro 1:3–4, NBLA)
¡En Cristo eres nueva creación! Ya no perteneces a este mundo corrupto, sino que Dios te está transformando, para que recibas la herencia de la gloria. Perteneces a la nueva creación, esa es tu identidad. Ya no estás en Adán el pecador, sino en Cristo, el Justo. En Jesús, eres nuevo hombre (humanidad).
Por eso el Apóstol exhorta diciendo:
“¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.” (1 Corintios 6:9–11, NBLA)
“Esto eran”, dice, “pero fueron lavados... santificados… justificados”, ¿Por su propia fuerza? ¿Por su gran intelecto? ¿Por sus muchas ceremonias y rituales? NO, sino “en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”.
Por eso, uno de los grandes desafíos de la vida cristiana es i) entender lo que Dios ha hecho ‘por’ nosotros, ‘en’ nosotros y ‘de’ nosotros, ii) creerlo, iii) vivir de acuerdo a lo que ya somos.
Fuiste hecho hijos de Dios en Cristo, ahora debes vivir como tal. Fuiste salvo, ahora debes andar en esa salvación. Fuiste santificado, ahora debes caminar en santidad. Fuiste lavado y purificado, ahora debes perseverar en pureza y huir de toda obra impura.
La purificación de nuestro corazón es una obra de Dios, pero el perseverar y crecer en pureza es un mandato que Dios te entrega como responsabilidad:
“Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Corintios 7:1, NBLA).
Algunos medios que Dios dispuso para esto:
La misma exhortación dice: “Por tanto, amados, teniendo estas promesas...”. Es decir, son las promesas de Dios las que te moverán a perseverar en pureza y santidad, sabiendo que el Evangelio es poder de Dios para salvación (Ro. 1:16-17).
Dice también:
“Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.” (1 Juan 3:2–3, NBLA)
Por tanto, ¿Estás esperando a Cristo? ¿Meditas en Su venida? ¿Es tu mayor deseo encontrarte personalmente con tu Dios y Salvador? Es esa esperanza la que purificará tu alma.
La exposición fiel de la Escritura tiene un propósito claro: purificar tu corazón y que así ames sinceramente a Dios: “Pero el propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera” (1 Timoteo 1:5, NBLA).
Escucha con toda diligencia la palabra predicada, porque ella es un medio que Dios usa para que tu corazón sea lavado de maldad y así puedas conocerle y amarle más, y tu fe sea fortalecida.
Nadie puede perseverar en un corazón puro si permanece lejos de la comunión de los santos. Este es un medio fundamental que usa Dios para santificarnos, ya que nos cuidamos unos a otros mirando que no haya ninguno que tenga un corazón malo de incredulidad (He. 3:12), nos exhortamos a las buenas obras (He. 10:25), nos restauramos cuando alguno ha cometido una falta (Gá. 6:1) y nos animamos para invocar juntos el Nombre del Señor:
“Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro.” (2 Timoteo 2:22, NBLA)
Por tanto, no digas que quieres ser limpio de corazón si menosprecias la comunión con tus hermanos.
Desde luego, nada de esto podrá ayudarte si no buscas a Dios de corazón. Necesitas ver a Dios por la fe, encontrarte personalmente con Él, para que seas verdaderamente transformado:
“Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.” (2 Corintios 3:18, NBLA).
Si el Señor te ha confrontado con un pasaje en Su Palabra y te está advirtiendo claramente por medio de Su Espíritu que no debes seguir haciendo tal cosa, frecuentando tal lugar o cultivando tal relación que te lleva constantemente a caer y a apartarte de Él, no sigas en ese camino de maldad, no desoigas la guía del Espíritu.
Si igualmente decides avanzar allí donde el Señor te dijo que te detengas, estás contristando a Su Espíritu, y esto endurecerá tu corazón y enfriará tu fe y tu devoción. No me digas que quieres ser puro, si constantemente traspasas las barreras que Dios te advierte que no debes sobrepasar. Por eso dice: “Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30, NBLA), sino que dice “Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:14, NBLA)
Pero si andas en la integridad de tu corazón, puedes estar gozoso: puedes confiar en que Dios será fiel y le verás, porque así lo ha prometido. Esto no significa que estás libre de todo pecado en tu vida, pero sí que deseas de corazón sincero andar en obediencia, que te has consagrado para esto y que estás creciendo en esa pureza bienaventurada.
Que tu oración sea la del salmista: “En cuanto a mí, en justicia contemplaré Tu rostro; Al despertar, me saciaré cuando contemple Tu semblante” (Sal. 17:15). Y que tu destino eterno sea el descrito en la Escritura: “Ya no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará allí, y Sus siervos le servirán. Ellos verán Su rostro y Su nombre estará en sus frentes.” (Apocalipsis 22:3–4, NBLA)