Bienaventurados los perseguidos por causa de Cristo

Domingo 17 de jul. de 22 | Álex Figueroa

Mateo 5:10–12

 

El pastor rumano Richard Wurmbrand fue perseguido por causa de Cristo por el régimen comunista que imperó en su país. Pasó más de 14 años en distintas prisiones, siendo severamente torturado, al punto de casi perder la vida. Mientras se encontraba dos años aislado totalmente en una celda subterránea y oscura, donde no tuvo contacto humano más que con sus torturadores, escribió lo siguiente: “hallándome solo en mi celda padeciendo frío, hambre, y vestido de harapos, todas las noches bailé de alegría… A veces estaba tan lleno de gozo que me parecía que iba a estallar si no le daba salida. Recordaba estas palabras de Jesús: «Bienaventurados sois cuando los hombres os odian, cuando os aparten de sí, os injurien y desechen vuestro nombre como malo por causa del Hijo del Hombre. ¡Regocijaos en aquel día, y saltad de gozo!» Me dije a mí mismo: «Solamente he cumplido la mitad de este mandamiento. Me he regocijado, pero no es suficiente. Jesús ciertamente dice que también debemos saltar»” (Cristo en las Prisiones Comunistas, cap. 21, Richard Wurmbrand).

¿Cómo puede explicarse algo así? Hay historias de judíos resistiendo las torturas de los nazis, y de perseguidos políticos que se mantienen firmes ante los tormentos, pero se puede apreciar que fue el orgullo lo que los llevó a resistir, y que quedaron amargados o atormentados permanentemente por lo que padecieron. Pero cuando vemos este relato del pastor Wurmbrand, o cuando sabemos de cristianos que iban cantando de alegría hacia la crucifixión o la hoguera, vemos que hay algo radicalmente distinto y único en el sufrimiento cristiano. De esto nos ocuparemos hoy.

Analizaremos i) nuestra tendencia natural, opuesta a esta bienaventuranza, ii) la persecución por causa de la justicia y su bendición, y iii) exaltaremos a Cristo, el perseguido Bienaventurado, terminando con algunas aplicaciones prácticas para nuestra vida.

Recordemos, además, algunas aclaraciones:

i. Este es un retrato de todos los cristianos y no de un grupo especial entre ellos. Aunque expone ocho bienaventuranzas, no se refiere a ocho grupos de personas, sino a un solo grupo: los discípulos.

ii. Todos los cristianos deben manifestar todas estas características.

iii. Ninguna de estas bienaventuranzas es una tendencia natural en nosotros.

iv. Las bienaventuranzas distinguen a un discípulo de quien no lo es, pues viven para reinos diferentes y opuestos.

v. Las bienaventuranzas siguen un orden lógico, y la bendición está asociada a la condición.

Las bienaventuranzas responden a una pregunta esencial: quiénes son realmente los benditos, y dónde se encuentra la verdadera felicidad.

I.Nuestra tendencia natural

La inclinación del corazón bajo el pecado no sólo es distinta de la bienaventuranza, sino opuesta a ella. Encontramos aquí:

i.Cobardía

Tendemos a alejarnos de todo lo que nos produzca daño o dolor, y buscar lo que nos genere placer y bienestar.

La autoconservación no es en sí misma un pecado, ya que sin esta inclinación, no podríamos sobrevivir ni siquiera en nuestros años más tempranos. De hecho, se presume que una persona tiene algún desequilibrio en su mente cuando se expone a grandes riesgos de manera necia. Es decir, este instinto de autopreservación es parte de estar en nuestros cabales.

Pero se transforma en pecado de cobardía, cuando preferimos conservar nuestra vida aquí y librarnos de un dolor o una privación temporal, en lugar de permanecer fieles a Dios para vida eterna.

Esto no sólo se manifiesta ante una persecución abierta contra el cristianismo, sino que ante decisiones cotidianas de la vida: se puede negar a Dios por cobardía con tal de no perder un trabajo, un beneficio económico o la condición social que se tiene actualmente. Algunos saben que deberían renunciar a sus actuales trabajos y buscar otros que les permitan servir mejor al Señor, pero no quieren hacerlo porque en su situación actual están cómodos y disfrutan de un buen sueldo. Otros no desean que se sepa que son cristianos, porque eso podría librarlos de un ascenso o podría traerles problemas con sus profesores.

La cobardía se puede manifestar de muchas maneras, pero todas implican negar al al Señor con tal de preservar su vida aquí en la tierra, o las condiciones en que esa vida se desarrolla.

Por eso el Señor exhortó claramente sobre esto:

Y a todos les decía: «Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. »Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de Mí, ese la salvará” (Lucas 9:23–24, NBLA).

Esta cobardía fue la que hubo en Demas, de quien dijo el Apóstol Pablo: “pues Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica...” (2 Timoteo 4:10, NBLA).

Quien quiera seguir a Cristo, debe calcular el costo: le costará todo. La cobardía es incompatible con la fe salvadora. Quien persevera en este pecado se perderá. De hecho, los cobardes son los primeros mencionados en la lista de los que serán lanzados al lago de fuego (Ap. 21:8).

ii.Temor de los hombres

La cobardía tiene una expresión que conviene detallar: la búsqueda de aprobación de los demás pecadores, antes que buscar la gloria de Dios. Tendemos a actuar según lo que nos traiga la aceptación de nuestro entorno y evitamos lo que nos cause vergüenza y reprobación ante ellos.

Incluso los que se jactan de ser genuinos y de no interesarse por la opinión de los demás, no pueden despojarse totalmente de esta disposición, porque naturalmente buscamos la vida en sociedad y nadie puede vivir en completa soledad.

Esta búsqueda del aplauso humano y el temor a desagradarlos limita nuestro actuar y nos presiona a pensar, obrar y hablar según la opinión dominante en nuestra sociedad. Algunos prefieren perder su alma a perder su reputación ante los hombres.

Esta fue la motivación que estuvo en Saúl cuando realizó el sacrificio antes de la batalla con los filisteos (1 S. 13:6-14), sabiendo que él no estaba autorizado por Dios para esto, sino que debía realizarlo el profeta Samuel. Esto le costó la reprobación de Dios.

Fue también la inclinación de Pilato cuando entregó a Jesús a la cruz, consciente de que no había hecho ningún mal y que los judíos lo habían entregado por envidia (Mr. 15:10); y lo que movió a Porcio a dejar preso a Pablo injustamente, para agradar a los judíos (Hch. 24:27).

Muchos falsos creyentes hoy, por este mismo temor de los hombres, han acomodado el mensaje que debe predicar la Iglesia, diluyendo el Evangelio de Cristo para que sea más aceptable a la cultura que nos rodea. Otros han realizado alianzas humanas, tanto con movimientos políticos como de otras religiones, para mantener así una posición en la sociedad.

Por eso dice la Escritura: “El temor al hombre es un lazo, Pero el que confía en el Señor estará seguro” (Proverbios 29:25, NBLA).

iii.Oposición al pueblo de Dios

La inclinación natural lleva a oponerse a Dios y a Su pueblo, porque ellos reflejan el carácter del Señor en la tierra y viven según Su Palabra.

Esto es lo que se conoce como el conflicto entre la simiente de la mujer y los hijos de la serpiente, que se desarrolla desde el momento de la caída, cuando Dios dice a la serpiente: “»Pondré enemistad Entre tú y la mujer, Y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, Y tú lo herirás en el talón».” (Génesis 3:15, NBLA).

La simiente de la mujer se refiere a los hijos de Dios, a Su pueblo en el mundo. Los hijos de la serpiente son los no creyentes, que se rebelan contra Dios y de Su pueblo. Este conflicto queda registrado desde el asesinato de Caín contra Abel y se aprecia a lo largo de toda la historia bíblica, con Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, la persecución de los egipcios contra los israelitas, el enfrentamiento constante entre los isrelitas y los pueblos vecinos, la oposición de los judíos incrédulos contra Moisés y luego contra los profetas, llegando incluso a matar a varios de ellos, llegando a su punto cúlmine con la oposición que enfrentó Cristo, como ya veremos.

Este conflicto continuó a lo largo del Nuevo Testamento, con martirios como el de Jacobo y Esteban y la persecución que enfrentó la iglesia apostólica; sigue en vigor en nuestros días, y continuará hasta la segunda venida de Cristo. De hecho, Apocalipsis nos revela la consumación de este conflicto universal, con la victoria de Cristo sobre sus enemigos.

Así, lo que debemos esperar de parte del mundo no es simpatía hacia la Iglesia, sino todo lo contrario: enemistad, oposición y acoso, como dijo el Señor:

»No piensen que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada. »Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su misma casa.” (Mateo 10:34–36, NBLA).

Desde luego, no es que Cristo busque producir conflicto en el seno de las familias, sino que por causa del pecado y la rebelión, muchos no se someten al reino de Dios sino que se oponen activamente, actuando con enemistad hacia la Iglesia, aunque eso signifique actuar contra sus padres, cónyuges, hermanos o hijos.

Esta es nuestra tendencia natural.

II.La bienaventuranza y su bendición
A.La bienaventuranza

Ser bienaventurado implica ser bendito y favorecido por Dios, y como consecuencia de eso, experimentar un gozo sobrenatural. En este caso, la bienaventuranza se aplica a los perseguidos (raíz gr. διώκω, dioko), aquellos que son insultados, agredidos y calumniados de diversas maneras.

i.Definición

Puede parecer extraño que Jesús pase de la bienaventuranza de los pacificadores a la de los perseguidos, de la obra de reconciliación a la hostilidad de la oposición. Y es que deseamos la paz y la procuramos, pero recibimos violencia como respuesta de un mundo que aborrece a Dios.

Esta bienaventuranza es una de las que nos puede parecer más discordante y contracultural. Humanamente es incomprensible que los perseguidos puedan ser felices y benditos. Esto tenía una connotación especial para los oyentes contemporáneos de Jesús, pues

… era una idea bastante común entre los judíos que todo sufrimiento, incluida la persecución (véase Lc. 13:1–5), era una indicación del desagrado de Dios y de la especial maldad del que así era afligido (Hendriksen, Mateo, 293).

Sin embargo, se relaciona con el inevitable conflicto entre el cristiano y el mundo rebelde a Dios. Incluso el carácter del discípulo acusa a los no creyentes, quienes reaccionan con resentimiento y odio ante un creyente que vive su fe.

El Señor aquí nos prepara para esperar que la lealtad hacia él y su evangelio resulten en que nuestra propia paz sea perturbada y nos introduce en la perspectiva de la lucha y la guerra (Pink).

Y es que no se habla de cualquier perseguido. Es “por causa de la justicia”, y “por causa de Mí”, dice Jesús. Es decir, esa es la razón precisa que motiva la persecución. Por lo mismo, no se refiere a un conflicto personal simplemente, ni a las consecuencias del propio pecado (por ej. homicidio o adulterio), sino a la reacción que enfrenta el verdadero discípulo en un mundo que aborrece a Dios. Para mayor claridad, el Señor dice que esta bienaventuranza se refiere a cuando hablen mal de nosotros, pero falsamente. Es decir,

Los creyentes no deben enredarse en el tipo de conductas que llevan a las personas a acusarlos genuinamente. Sus vidas deben ser irreprochables… “por causa de Mí” relaciona [esta bienaventuranza] a la profesión cristiana (Morris, Matthew, 102).

Por eso, el Apóstol Pedro exhorta:

Que de ninguna manera sufra alguien de ustedes como asesino, o ladrón, o malhechor, o por entrometido. Pero si alguien sufre como cristiano, que no se avergüence, sino que como tal glorifique a Dios.” (1 Pedro 4:15–16, NBLA)

Ser perseguido por causa de la justicia implica primero ser justo. Y

Ser justo, practicar la justicia, significa en realidad ser como el Señor Jesucristo. Por tanto, son bienaventurados los que son perseguidos por ser como él (Lloyd-Jones, Sermón del Monte, 178).

Algunos no creyentes dicen que creerían en Jesús si los cristianos fuéramos más parecidos a Él. Sin embargo, hay que recordarles que a Jesús lo crucificaron. El mundo no lo recibió, sino que lo rechazó hasta la muerte. Los cristianos son rechazados precisamente porque reflejan el carácter de Cristo en medio de un mundo bajo el pecado.

Ser discípulo significa una unión con Cristo por la cual participamos no sólo de la vida que hay en Él, sino también de sus padecimientos (1 P. 4:13). Por lo mismo, se exhorta constantemente a no extrañarnos de que sobrevenga persecución, sino a asumir que ella es parte de nuestro andar en este mundo. No es la excepción, sino la regla.

La clave de esta bienaventuranza es, como decía el Apóstol Pedro, que se aplica a los que sufren como cristianos. Esta persecución es una marca del verdadero discípulo.

Por eso dice:

Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos.” (2 Timoteo 3:12, NBLA)

Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él,” (Filipenses 1:29, NBLA)

Así, los que tienen hambre y sed de justicia padecerán porque obtuvieron la justicia que ansiaron. Esto muestra la corrupción de este mundo, ya que

El carácter mismo que el Señor Jesús alaba, el mundo lo desprecia (Ryle, Mateo, 52).

La persecución toma diversas formas: insultos, difamaciones, calumnias, burlas, agresiones. Se incluyen aquí esas miradas de reproche o de burla de nuestros familiares y conocidos cuando les hablamos del Evangelio. Esos comentarios de pasillo y esas bromas que reflejan un profundo menosprecio hacia el Señor, Su Palabra y Su Iglesia. Esos vacíos que nos hacen seres queridos y compañeros de trabajo por causa de nuestra fe, como cuando ya dejan de invitarnos porque les arruinamos el momento. Desde luego, se incluyen también esas discusiones, peleas, malos ratos y todo obstáculo que nos hacen pasar cuando queremos servir al Señor o ir a la iglesia.

Es decir, la persecución que nos hace bienaventurados va desde una mirada burlona hasta un pelotón de fusilamiento, desde un comentario al pasar hasta el exilio y la separación forzosa de una familia cristiana.

La persecución viene desde el mundo, pero muchas veces desde el cristianismo formal y la religión moralista. Gran parte de la persecución más férrea contra los verdaderos discípulos, ha provenido de los que se hacen llamar Iglesia o pueblo de Dios, pero no lo son.

ii.Orden en las bienaventuranzas

Hemos señalado que las bienaventuranzas siguen un orden lógico, mostrando la obra de Dios en el discípulo desde su arrepentimiento inicial hasta su perseverancia final.

Comienza con la pobreza en espíritu, en donde el discípulo no tiene nada que ofrecer a Dios más que su propio quebrantamiento, y la confesión de que nada merece y nada tiene. Si hubiera comenzado con la bienaventuranza de los perseguidos, probablemente hubiese sido desmotivante que el primer peldaño de esta escalera fuera la expresión de la fe más firme. Pero con mucha sabiduría, el Señor ubica este peldaño al final, para mostrarnos la entrega definitiva del discípulo en las manos del Señor.

Esta perseverancia hasta el fin es la expresión de la victoria final, la consagración más plena del discípulo, y nos muestra el fruto maduro de la obra de Dios en el discípulo, cuando el río de la fe desemboca en el mar de la gloria.

iii.Resultado de la obra de Dios

Ya hemos señalado que los perseguidos de esta bienaventuranza, lo son por causa de Cristo y Su justicia.

Es importante aclarar que el hecho de ser perseguidos o mártires no compra nuestra salvación. Más bien, evidencia esa fe salvadora que ya existe en el discípulo. Pero aquellos que son salvos, seguirán a Cristo a pesar de la oposición, hasta la muerte si es necesario.

Esto porque

El evangelio de Jesucristo crea una división bien marcada entre el cristiano y el que no lo es. El no cristiano lo demuestra persiguiendo al cristiano… El cristiano no es como los demás sólo que con alguna diferencia mínima. Es esencialmente diferente; tiene una naturaleza diferente y es un hombre diferente (Lloyd-Jones, Sermón del Monte, 186-187).

Por lo mismo, la persecución por causa de Cristo es algo así como un certificado de nuestra fe, como enseñó Jesucristo.

B.La bendición

Sobre los perseguidos por causa de Cristo, se dice que “de ellos es el reino de los cielos” (v. 10).

Este reino es

… la completa salvación, la suma total de las bendiciones que resultan cuando se reconoce a Dios como Rey sobre el corazón y la vida (Hendriksen, Mateo, 281-282).

Aunque pueden haber perdido todo en este mundo por causa de Cristo, a ellos les pertenecen las riquezas de la gracia de Dios que son propias del reino. Esta bendición es principalmente futura, pero desde ya se puede anticipar la dicha y privilegio de pertenecer al reino, recibiendo paz, gozo, contentamiento, disfrutando del amor de Dios y el que existe entre los hermanos, recibiendo el cuidado y trato paternal de Dios y siendo favorecidos por su gobierno del mundo (Ro. 8:28).

En consecuencia, quienes son despreciados por causa de Cristo ya son poseedores de la suprema bendición: tienen a Dios mismo y a su reino.

Notemos que la primera y la última bienaventuranza tienen la misma promesa:

… Empezar y terminar con la misma expresión es una figura estilística llamada «inclusión». Esto quiere decir que, en realidad, todo lo que esta entre las dos expresiones puede incluirse bajo un mismo tema, que en este caso es el reino de los cielos (Carson, El Sermón del Monte, 20).

Esto comprueba que las bienaventuranzas son una unidad, que describen integralmente al discípulo de Cristo.

Está al principio y al final porque es el resumen de todas las bendiciones, la que da sentido a todas las demás, lo que hace a un discípulo ser un discípulo: recibir el reino, estar en el reino, disfrutar del reino.

El Señor quiso dar un tono especial y final a esta bienaventuranza, a modo de conclusión, como incluyendo en esta a todas las demás.

En primer lugar, es la única bienaventuranza que se presenta primero en tercera persona y luego en segunda. Por eso, se le considera una “doble bienaventuranza”.

Segundo, es la única en que se presentan razones para regocijarse, probablemente porque es la que nos parece más disonante. Estos motivos son:

  Nos pone en noble compañía: los profetas y hombres de Dios que fueron perseguidos antes, y que dieron testimonio de su fidelidad al Señor.

  Hay una gran recompensa en los Cielos para quienes han sido fieles hasta el fin en medio de la persecución, que es la vida eterna y la gloria ante la presencia del Señor.

Además,

  La persecución revela el carácter genuino de nuestra fe.

  El carácter cristiano es purificado y madura por medio del sufrimiento (Ro. 5:3, 5; Stg. 1:3-4).

El Señor nos llama a regocijarnos cuando somos perseguidos así, y no sólo eso, sino que seamos llenos de alegría desbordante. ¡El término original involucra la idea de saltar de alegría, de ser llenos de felicidad! Claramente, para que esto ocurra es necesaria la obra del Espíritu en el corazón y una profunda comprensión del Evangelio.

Este es el testimonio de la Escritura:

Los apóstoles, pues, salieron de la presencia del Concilio, regocijándose de que hubieran sido considerados dignos de sufrir afrenta por Su Nombre.” (Hechos de los Apóstoles 5:41, NBLA)

Así,

No debemos tomar represalias como un incrédulo, ni ofuscarnos como un niño, ni lamer nuestras heridas en autocompasión como un perro, ni simplemente sonreír y soportar como un estoico. Menos aún simular que lo disfrutamos como un masoquista. Entonces ¿Qué? Debemos regocijarnos como un cristiano debe regocijarse, e incluso saltar de alegría (Stott, Sermon on the Mount, 52).

Por tanto, esta bienaventuranza implica que

los discipulos de Jesús deben determinar sus valores a la luz de la eternidad… Lejos de ser esta una perspectiva deprimente, el sufrimiento de los creyentes bajo la persecución, motivada por su justicia, se convierte en una señal inequívoca de que el reino es suyo (Carson, Sermón del Monte, 37).

III.Cristo, el perseguido bienaventurado
A.Cristo el bienaventurado

Las bienaventuranzas nos dan un retrato de los discípulos, pero ante todo, reflejan la imagen del Maestro, quien es el varón bienaventurado por excelencia. Como verdadero hombre, Jesucristo es el bendito, de quien el Padre dijo: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido” (Mt. 3:17). Esa declaración del Padre muestra la suprema bienaventuranza de Cristo, quien es llamado “el varón perfecto” (Ef. 4:13 RV60).

Es en Cristo en quien somos benditos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3). Es decir, Jesucristo es ‘el Bendito’, quien está lleno de toda bendición, y es en unión con Él que nosotros somos bendecidos.

Esta bienaventuranza de Cristo incluye la persecución por causa de la justicia de la que hablamos hoy, pues

Las cualidades que el Señor exige de los demás, las posee él en grado infinito” (Hendriksen, Comentario a Mateo, 279).

Cristo es el Hijo de la mujer prometido en Gn. 3:15. En Él, el conflicto cósmico entre los hijos de la mujer y los hijos de la serpiente llega a su punto definitivo, como se presenta en Apocalipsis:

Y el dragón se paró delante de la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo cuando ella diera a luz. Y ella dio a luz un Hijo varón, que ha de regir a todas las naciones con vara de hierro. Su Hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta Su trono. (Apocalipsis 12:4–5, NBLA)

Jesús enfrentó la persecución del reino de las tinieblas desde su nacimiento, cuando Herodes mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores (Mt. 2:16).

Cuando se presentó como el Mesías en su propia ciudad, lo menospreciaron y luego estuvieron a punto de lanzarlo por un barranco, pero Jesús milagrosamente se fue del lugar caminando por en medio de ellos, porque todavía no había llegado Su hora (Lc. 4:29-30).

Debió enfrentar la constante oposición de los líderes religiosos y sus seguidores, quienes le presentaron preguntas tramposas e iniciaron conspiraciones en Su contra, sólo que no las pudieron concretar por temor al pueblo que seguía a Jesús.

Uno de sus propios discípulos lo traicionó y lo entregó a los líderes judíos, y luego lo abandonaron todos sus discípulos (Mt. 26:56). Cuando fue entregado en manos de los judíos y los romanos, Jesús describió ese momento como la hora de las tinieblas (Lc. 22:53). Fue juzgado injustamente, sin seguir la Ley de Moisés ni las tradiciones judías, con un juicio clandestino y con testigos falsos, y el procurador romano Pilato lo condenó sabiendo que era inocente (Jn. 19:4).

Mientras estaba en la cruz, recibió la burla y el desprecio de los soldados y de la gente que miraba (Mt. 27:39-44). Hasta su último suspiro en la tierra, sufrió el asedio de las tinieblas.

Jesús no fue crucificado simplemente por ser muy polémico, ni por tener una personalidad desagradable, por ser un perverso criminal ni un revolucionario ferviente. Fue perseguido hasta la muerte porque es “el Justo”, quien fue rechazado por los pecadores:

»Y este es el juicio: que la Luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, pues sus acciones eran malas. »Porque todo el que hace lo malo odia la Luz, y no viene a la Luz para que sus acciones no sean expuestas.” (Juan 3:19–20, NBLA)

Esto no fue una sorpresa ni un fracaso del plan de Dios, sino su cumplimiento. Jesús anunció varias veces a Sus discípulos que sería entregado a la muerte, y cuando habló del mensaje central del Antiguo Testamento, dijo: “Así está escrito, que el Cristo padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día” (Lc. 24:46). Es decir, el padecimiento del Mesías era esencial en Su obra de salvación y las profecías que se hicieron sobre Él.

Cristo es el Perseguido bienaventurado, pero este no fue un sufrimiento sin propósito, sino un padecimiento redentor. Por eso se le describe como “Varón de dolores y experimentado en aflicción” (Is. 53:3), pues

Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, Y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, Por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por Sus heridas hemos sido sanados.” (Isaías 53:4–5, NBLA).

B.Aplicaciones finales

Sabiendo que tu Señor es el Varón de dolores, estás llamado a participar de sus padecimientos. Si eres un discípulo de Cristo sufrirás, pero es necesario lo siguiente:

i.Sufre con entendimiento

No sólo debes saber, sino recordar constantemente que tu unión con Cristo te hace fundamentalmente distinto de este mundo. No perteneces aquí, sino que has sido hecho una nueva humanidad en Cristo. Eres nueva creación, y eso es lo que produce el conflicto con este mundo.

»Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia. »Acuérdense de la palabra que Yo les dije: “Un siervo no es mayor que su señor”. Si me persiguieron a Mí, también los perseguirán a ustedes; si guardaron Mi palabra, también guardarán la de ustedes.” (Juan 15:19–20, NBLA)

Por tanto, no esperes una vivir como si estuvieras reclinado en una silla en la playa, sino que enfrentarás un conflicto permanente, pero la gracia de Dios es la que te da la fuerza para esta batalla, confortando tu corazón y manteniéndote firme hasta el fin.

Que tu corazón tome valor sabiendo que los discípulos

Beben del mismo vaso que bebió su Señor. Ellos le confiesan ahora delante de los hombres, y Él les confesará delante de su Padre y de los ángeles en el día final. “Su galardón es grande” (Ryle, Mateo, 52).

ii.Sufre por la razón correcta

Tanto creyentes como incrédulos sufren, pero el sufrimiento del creyente es fundamentalmente distinto. Todavía hay presencia del pecado en tu vida como discípulo, pero no estás llamado a sufrir por las consecuencias de una vida impía, sino por la razón correcta: sufrir por seguir a Cristo. Por eso dice:

Pues ¿qué mérito hay, si cuando ustedes pecan y son tratados con severidad lo soportan con paciencia? Pero si cuando hacen lo bueno sufren por ello y lo soportan con paciencia, esto halla gracia con Dios.” (1 Pedro 2:20, NBLA)

Estás llamado a crecer en la fe, a madurar en la consagración, de tal manera que tus padecimientos sean los de Cristo.

iii.Sufre con propósito

No malinterpretes esta bienaventuranza pensando que mientras más sufres, más santo eres. Muchos se desviaron creyendo esto a lo largo de la historia, y buscaban causarse dolor intencionalmente para ser más santos. Otros buscaban activamente convertirse en mártires, pensando que de eso se trataba el cristianismo. Pero esta bienaventuranza no es una exhortación al fanatismo, ni un llamado a buscar sufrimientos innecesarios.

No hemos de hacer nada que atraiga persecución. Pero por ser simplemente como Cristo la persecución resulta inevitable (Lloyd-Jones, Sermón del Monte, 183).

iv.Sufre con gozo

Uno de los grandes errores que cometemos, es tomar las aflicciones del Evangelio de modo personal, en lugar de recibirlas como una gracia de Dios en nuestra vida. Así, cuando nuestro cónyuge, un familiar o un compañero de trabajo ponen obstáculos a nuestra vida espiritual, podemos caer en enojarnos con ellos, cuando deberíamos interpretar las cosas espiritualmente.

Debes sufrir con gozo, ¡incluso saltar de alegría! No te enojes ni te irrites, no guardes resentimiento, ni caigas en amargura. Cuando sufres incluso pequeños obstáculos por hacer lo bueno, estás siendo bienaventurado, con el mismo fundamento que cuando alguien es llevado a sufrir grandes pérdidas materiales o incluso de su vida por causa de Cristo. Dice la Escritura:

Pues ¿qué mérito hay, si cuando ustedes pecan y son tratados con severidad lo soportan con paciencia? Pero si cuando hacen lo bueno sufren por ello y lo soportan con paciencia, esto halla gracia con Dios. Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia. Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fueron ustedes sanados.” (1 Pedro 2:20–24, NBLA)

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Al terminar las bienaventuranzas, considera que el Señor ha descrito a sus verdaderos discípulos: pobres en espíritu, quebrantados por su pecado, humildes, con hambre y sed de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, pacificadores y perseguidos por causa de Cristo. Y ha expuesto también su gran bendición: son consolados, heredarán la tierra, serán saciados con la justicia de Dios, alcanzarán misericordia, verán a Dios y serán llamados hijos de Dios, lo que se resume en que de ellos es el reino de los cielos, la vida eterna y toda la bendición que se encuentra en Cristo.

Pero ante todo, las bienaventuranzas han descrito a nuestro bendito Salvador, quien por medio de la aflicción que sufrió ‘por’ nosotros conquistó la vida y la gloria ‘para’ nosotros. Si eres bienaventurado, es sólo por Cristo y en Cristo. Entrega completamente tu vida a quien sufrió por ti, para que sigas sus pasos.

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