Por Álex Figueroa
«Bendito sea el SEÑOR, Dios de nuestros antepasados, que puso en el corazón del rey el propósito de honrar el templo del SEÑOR en Jerusalén. Por su infinito amor, él me ha permitido recibir el favor del rey, de sus consejeros y de todos sus funcionarios más importantes». Esdras 7:27-28 (NVI).
Texto base: Esdras cap. 7, vv. 11-28.
El domingo anterior vimos que Esdras fue comisionado por el rey de Persia para liderar a un segundo grupo de exiliados en su retorno a Jerusalén. Este grupo volvió a dicha ciudad 80 años después de la primera oleada de repatriados, quienes retornaron presididos por Josué y Zorobabel.
Vimos que Esdras disfrutaba del favor de Dios, porque había preparado su corazón para estudiar la Palabra de Dios, para obedecerla y para enseñar sus decretos y estatutos al pueblo, siendo reconocido como un escriba diligente en la ley del Señor.
Hoy veremos cómo el Señor sigue su obra soberana en los reyes, y cómo gobierna indiscutiblemente sobre todas las naciones, usando a las autoridades para llevar a cabo su propósito en su pueblo.
Para comenzar, vemos que junto con comisionar a Esdras, el rey Artajerjes le hace llegar una carta en la que le otorga diversas responsabilidades y le concede amplias facultades sobre los territorios ocupados por los judíos.
Entre esas atribuciones, se contaban aspectos económicos y financieros, como recaudar, administrar y distribuir ofrendas y recursos reales. Esdras debía llevar una ofrenda que el rey y sus consejeros hacían para el Dios de Israel. Se le encargó además que recogiera ofrendas voluntarias del pueblo y de los sacerdotes. Este dinero debía ser gastado íntegramente en el servicio y la adoración a Dios, y esto debía ser hecho diligentemente (v. 17).
A su vez, Esdras recibió atribuciones políticas, debiendo velar por el cumplimiento de la ley del rey, y castigar a quien desobedeciera, incluso con penas muy severas como la muerte, el destierro, la confiscación de bienes o la cárcel.
Vemos que Esdras también recibió atribucionesespirituales, ya que debía velar también por el cumplimiento de la ley de Dios, y enseñarla al pueblo de manera que todos pudieran conocerla.
En esta carta a Esdras, el rey Artajerjes muestra una preocupación constante por que la voluntad de Dios sea cumplida. Parece preocuparse de cada detalle, hasta de los utensilios del templo. Así, el rey ordena a Esdras: «Cualquier otro gasto que sea necesario para el templo de tu Dios, se cubrirá del tesoro real» (v. 20, NVI). También afirmó en su carta: «Todo lo que ha ordenado el Dios del cielo para su templo, háganlo de inmediato» (v. 23, NVI).
Así, los judíos tenían el privilegio y la gracia de poder volver a regirse por las leyes de su Dios, a pesar de que en otro tiempo debieron sujetarse a las leyes de gobiernos paganos. Tal fue el favor del rey, que incluso le concedió recursos de las arcas del imperio, reunidos de entre sus súbditos. De esta forma, aquellos que adoraban otros dioses estaban tan convencidos de la soberanía del Dios de Israel que estuvieron dispuestos a incurrir en gastos para encomendarse a su favor y velar por que este Dios fuera adorado. El rey de Persia, un rey pagano, estaba fomentando la adoración al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y estaba protegiendo al pueblo de este Dios.
Es avergonzante pensar que muchos reyes de Israel, que debían hacer mucho más que el rey Artajerjes para promover y fomentar la adoración a Dios, en realidad se volcaron a ídolos paganos, y empobrecieron el templo. Muchos de los monarcas del pueblo de Dios destinaron sus recursos a construir altares a dioses falsos, y a fomentar el culto a deidades de las naciones que fueron expulsadas de esa tierra justamente por su idolatría. Algunos de estos reyes de Israel incluso persiguieron y mataron a los mismos profetas del Dios Altísimo, que los llamaban al arrepentimiento, a volver al Dios vivo y verdadero. Esta actitud contrasta con la del rey de Persia, quien envió presentes para la construcción del templo y comisionó a Esdras para que se asegurase que el lugar fuese reconstruido; y no solo eso, sino que también para que la misma ley de Dios fuese cumplida, como si se tratara de un decreto del propio rey de Persia.
Esto nos recuerda lo que ocurrió con el Evangelio, que fue rechazado por los judíos, quienes se negaron a recibir al mismo Jesús, que venía como su Mesías y su Libertador. Este mismo Evangelio rechazado por los descendientes sanguíneos de Abraham, sería acogido luego entre los gentiles, quienes fuimos hechos descendientes de Abraham no por la sangre, sino por la fe, los verdaderos israelitas (Hch. 13:46).
Pero esto también nos exhorta a nosotros, quienes no debemos confiarnos, ya que podemos caer en los mismos pecados que los israelitas que abandonaron al Señor. Si este rey pagano sintió la necesidad de comprometer sus recursos para la adoración de Dios y reconoció su soberanía y gobierno sobre todas las cosas, ¿Cuánto más nosotros, que hemos recibido el Espíritu Santo? ¿Cuánto más nosotros, que sabemos que el Cordero de Dios murió por nosotros en el madero y redimió nuestras almas? ¿Cuánto más nosotros, que sabemos del gran e inconmensurable amor de Dios?
El rey de Persia, hijo de paganos, parte de un pueblo de paganos y siendo él mismo idólatra, estaba diciendo no solo con sus palabras, sino con sus decretos y edictos: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob debe ser adorado y su voluntad debe ser cumplida prontamente y sin demora. Destinaré mis recursos y los de mi imperio para que esto sea así.
Solo con esto, ya hizo más que muchos cristianos por el avance del Reino de Dios y el bienestar de su pueblo, y con esto no nos referimos a los recursos que invirtió, ya que siendo rey disponía de riquezas e influencias que la inmensa mayoría de los líderes cristianos no poseen. Nos referimos a que el rey Artajerjes tenía un conocimiento elemental, básico: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el Dios de todo lo que hay, por tanto debe ser alabado y servido con prontitud, con ánimo dispuesto e incluso con urgencia. Asimismo, su voluntad debe ser obedecida, y las leyes del reino deben ajustarse a las leyes de este Dios, de manera que quien no las obedezca debe ser castigado severamente.
En otras palabras, el rey Artajerjes aceptó la verdad, tomó medidas para obedecer a la verdad que recibió, e hizo todo lo posible para que esta verdad fuese acatada también por quienes estaban bajo su autoridad.
Por eso decimos que esta actitud contrasta con la de muchos que profesan ser cristianos, que lejos de seguir el ejemplo de este rey, tuercen la Palabra de Dios para que diga lo que ellos quieren, y en vez de llevar a quienes están bajo su dirección a acatar la voluntad de Dios, pretenden que la Palabra de Dios se adapte a los intereses de quienes están a su cuidado, o a sus propios intereses.
Pensemos en un pastor que quiere atraer más gente a su congregación, o que quiere retener a quienes están dentro, y para ello deja de predicar sobre ciertos asuntos, o suaviza la Palabra de Dios para no ofender a ciertas personas de su iglesia. Puede ir más allá, y adoptar métodos o estrategias para entretener a sus ovejas, reemplazando o suplantando a las Escrituras.
También puede ser el caso de un padre cristiano, que al ver que sus hijos rechazan la Palabra de Dios, comienza a darles una versión suavizada o más light de ella, o la tuerce para justificar los pecados de sus hijos, en vez de enderezar a sus hijos conforme a la regla de la Palabra de Dios.
Puede darse el caso además de un jefe cristiano, que accede a demandas corruptas de sus trabajadores para mantenerlos trabajando contentos, o incluso para su propia conveniencia económica.
Los tres casos mencionados, es decir, el pastor, el padre y el jefe cristianos, traicionaron la Palabra de Dios y prefirieron que ésta se adaptara a las necesidades de los hombres, en lugar de que los hombres se adapten a las demandas de la Palabra de Dios. Todos ellos, diciéndose cristianos, son avergonzados por el testimonio del rey pagano Artajerjes, que en toda la oscuridad de su mente, tuvo en mayor estima a Dios y a su Palabra.
Tanto es así que este rey señaló en su carta: «Todo lo que es mandado por el Dios del cielo, sea hecho prontamente para la casa del Dios del cielo; pues, ¿por qué habría de ser su ira contra el reino del rey y de sus hijos?» (v. 23) El rey estaba en lo cierto al temer la ira de Dios si la voluntad de este último no era cumplida y ordenada cumplir por los gobernantes de una nación. La negligencia y el desprecio de la Palabra de Dios traen juicio de Dios hacia los reyes y las naciones. Para un rey, preocuparse de la voluntad de Dios equivale a preocuparse por el bienestar de su nación. Al parecer hemos olvidado que Dios en numerosas ocasiones pronunció juicio no solo sobre individuos específicos, sino sobre naciones completas, por desobedecer a su voluntad y ser rebeldes a su señorío. El mismo Jesús pronunció esta clase de juicios:
«20 Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: 21 ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. 22 Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. 23 Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. 24 Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti»
(Mt. 11: 20-24).
¿Qué diría Jesús de Santiago? ¿Cuál sería su veredicto sobre Rancagua, Puerto Montt, Antofagasta, o sobre Chile?
El rey Artajerjes, a diferencia de muchos de nosotros, temió al Señor, y quiso evitar que su ira cayera sobre su imperio e hizo que la ley de Dios se convirtiera en la ley del territorio ocupado por los judíos.
Esta actitud del rey era una muestra más de la misericordia del Señor hacia su pueblo. En otro tiempo el mismo Dios había utilizado a otras naciones para afligir y disciplinar a Israel por su pecado y rebeldía, pero ahora, sin que los judíos hicieran nada para merecer un trato diferente, el Señor de todo lo que hay obra sobrenaturalmente para que este rey incircunciso bendijera a su pueblo y les concediera su protección.
Así fue reconocido por Esdras, quien al percatarse de los deseos del rey expresados en esta carta, exclamó: «Bendito Jehová Dios de nuestros padres, que puso tal cosa en el corazón del rey, para honrar la casa de Jehová que está en Jerusalén, 28 e inclinó hacia mí su misericordia delante del rey y de sus consejeros, y de todos los príncipes poderosos del rey» (vv. 27-28). Con esto, el escriba reconocía que todo esto vino del Señor primeramente, y no que simplemente fue una ocurrencia genial del rey.
Es decir, su alabanza no se refirió primero a la persona de Artajerjes, por su bondad y misericordia. No, el engrandeció el nombre de Dios, porque siendo conocedor de las Escrituras, tenía muy claro que es el Señor quien gobierna el mundo, y quien tiene en sus manos el corazón de cada hombre, incluyendo el de los reyes. No importa qué tan poderoso y temible sea un monarca, siempre será verdad que «Como los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de Jehová; A todo lo que quiere lo inclina» (Pr. 21:1).
Y hablar del rey de Persia no era hablar de cualquier gobernante. Estamos hablando de quien dirigía no solo un reino notable, sino uno de los imperios más poderosos en la historia de la humanidad. Quizá podría acercarse hoy a hablar del presidente de Estados Unidos, o los gobernantes de Rusia o China, aunque por alguna razón esto nos resulta difícil de creer por estos días.
Pero el Señor nos sigue mostrando capítulo a capítulo de este libro que es Él quien gobierna la historia y dirige a las naciones. Él fue quien despertó el corazón del rey Ciro en primer lugar, para hacer volver a los cautivos a Jerusalén. Él fue quien despertó a los jefes de familia para que lideraran al pueblo en el retorno. Él fue quien despertó a su pueblo cuando había caído en el desánimo, a través de los profetas Hageo y Zacarías. Él fue quien movió a Esdras a preparar su corazón y quien le concedió su favor; y fue Él mismo quien puso todo este bien obrar en el corazón de Artajerjes para que su nombre fuese honrado, y quien inclinó hacia Esdras su misericordia delante del rey y de sus consejeros, así como delante de todos los príncipes poderosos del rey.
Por eso podemos decir con el salmista:
«Oh naciones del mundo, reconozcan al Señor; reconozcan que el Señor es fuerte y glorioso. 8 ¡Den al Señor la gloria que merece! Lleven ofrendas y entren en sus atrios. 9 Adoren al Señor en todo su santo esplendor; que toda la tierra tiemble delante de él. 10 Digan a todas las naciones: «¡El Señor reina!». El mundo permanece firme y no puede ser sacudido. Él juzgará a todos los pueblos con imparcialidad»
(Sal. 96: 7-10)
Todo cristiano debe poder hacer la misma confesión: El Señor reina, sobre todas las cosas, sobre todos los tiempos y lugares, sobre cada reino, país, organización, Estado y autoridad humana, Él es Rey sobre todas las cosas, y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos según su Santa Palabra.
Si hay alguna autoridad humana o entre los seres celestiales, es porque Él la ha establecido y Él le permite existir. Si alguien ejerce alguna autoridad sobre la iglesia, tal autoridad fue establecida por Dios, y debemos estarle sujetos en todo lo que no contradiga las Escrituras. Por eso es que las Escrituras afirman:
«Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él. 2 Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. Los que así proceden recibirán castigo. 3 Porque los gobernantes no están para infundir terror a los que hacen lo bueno sino a los que hacen lo malo. ¿Quieres librarte del miedo a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás su aprobación, 4 pues está al servicio de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, entonces debes tener miedo. No en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor. 5 Así que es necesario someterse a las autoridades, no sólo para evitar el castigo sino también por razones de conciencia».
(Ro. 13:1-5)
La pregunta decisiva, entonces, es si esa autoridad está ordenando algo que vaya en contra de las Escrituras. Si tal fuera el caso, debemos decir tal como Pedro y Juan «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch. 5:29). Pero si lo que ordena la autoridad no nos lleva a desobedecer la Palabra de Dios, entonces nuestro deber es someternos a ellas en todo, pues su autoridad viene de parte de Dios.
Por muy pagano y corrupto que sea un gobierno, seguirá siendo cierto que está al servicio de Dios para el bien de su pueblo (Ro. 13:4), para impartir justicia y castigar al malhechor; y están para infundir terror al que hace lo malo, no así a los que obedecen a Dios. Recordemos que mientras Pablo escribió esto, el Imperio Romano estaba gobernado por hombres que persiguieron a la iglesia e incluso mataron a algunos de sus hermanos.
Esdras comprendía que Dios estaba por sobre el gran y temible Artajerjes, y por eso no sucumbió a pedirle ayuda. Todo lo contrario, en el capítulo siguiente vemos que Esdras demostró a Artajerjes su confianza en el Señor: «… sentí vergüenza de pedirle al rey que nos enviara un pelotón de caballería para que nos protegiera de los enemigos, ya que le habíamos dicho al rey que la mano de Dios protege a todos los que confían en él, pero que Dios descarga su poder y su ira contra quienes lo abandonan. 23 Así que ayunamos y oramos a nuestro Dios pidiéndole su protección, y él nos escuchó» (8:22-23, NVI).
Con esto Esdras deja un ejemplo a la iglesia para todas las generaciones: que el Señor reina, y es Él quien está a cargo de su pueblo; y que como pueblo de Dios debemos dejar en claro esa verdad a las autoridades. Como iglesia no dependemos de sus planes, ni de sus ayudas, ni de sus influencias ni de su poder: dependemos del Dios Altísimo, el Creador de todas las cosas, y de quien es la tierra y su plenitud. Él es muro de fuego a nuestro alrededor, y es Él quien nos guarda y nos protege.
Por eso Dios siempre reprendió a su pueblo cuando dejaba de confiar en Él y buscaba la ayuda de los pueblos vecinos. Así, dijo el Señor: «Ay de los hijos rebeldes que ejecutan planes que no son míos, que hacen alianzas contrarias a mi Espíritu, que amontonan pecado sobre pecado, 2 que bajan a Egipto sin consultarme, que se acogen a la protección de Faraón, y se refugian bajo la sombra de Egipto. 3 ¡La protección de Faraón será su vergüenza! ¡El refugiarse bajo la sombra de Egipto, su humillación!» (Is. 30:1-2).
La lección es clara: el pueblo de Dios debe confiar en que el Señor reina, y no en la protección de los hombres. Es una vergüenza que el pueblo de Dios mendigue a los paganos la protección y la provisión que solo pueden provenir de su Señor.
Con todo lo dicho anteriormente entendemos también la exhortación de Pablo a Timoteo:
«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; 2 por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. 3 Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador» (I Ti. 2:1-3).
¿Por qué se nos exhortaría a rogar a Dios por algo que Él no puede controlar? Dios no solo gobernaba el mundo en el Antiguo Testamento. Lo seguía haciendo en tiempos de Pablo, y ciertamente sigue haciéndolo ahora, porque el reina por los siglos de los siglos.
Orar por las autoridades demuestra fe en que Dios gobierna el mundo, y es por eso que Pablo dice que rogar por quienes están en eminencia es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador. Sin fe es imposible agradar a Dios. Por medio de la fe le somos gratos, y demostramos mucha fe al rogar por nuestras autoridades, porque así confesamos que no hay autoridad sino aquellas establecidas por Dios, y que Él está por sobre todo gobierno e institución humana. Orar por las autoridades, en otras palabras, es reconocer la soberanía de Dios sobre todo. Es confesar que el Señor reina.
El rogar por nuestras autoridades, es para su salvación, y para que podamos vivir quieta y reposadamente. Esto no se refiere a nuestra tranquilidad personal, en un sentido egoísta, sino a que las condiciones de estabilidad y paz social en nuestro país y en nuestra ciudad favorezcan la predicación del Evangelio y el establecimiento de la iglesia en ese tiempo y lugar. Es decir, parte de cumplir la gran comisión es orar por las autoridades de nuestro país.
Conclusiones
- El Señor es soberano sobre todos los reyes y naciones.
- El Señor usa a las autoridades civiles para el servicio de su pueblo, incluso proveyendo recursos para su adoración.
- No importa cuán pagano o corrupto sea un gobierno, toda autoridad fue instituida por Dios y debe ser acatada mientras no nos lleve a desobedecer la Palabra de Dios.
- Debemos ser capaces de ver el plan de Dios en el acontecer nacional e internacional.
- Orar por las autoridades es demostrar fe en la soberanía de Dios.
- No cumpliremos adecuadamente la gran comisión si no oramos por nuestras autoridades.
- El pueblo de Dios debe demostrar a las autoridades que confía primeramente en la provisión y cuidado de su Señor.
Reflexión final
¿Cuánto has orado por tu alcalde? ¿Cuánto has rogado por los jueces de tu ciudad, por tu diputado, o por el senador de tu circunscripción? ¿Conoces el nombre de tu intendente? ¿Ruegas por el Presidente y sus ministros? ¿Puedes ver la mano de Dios gobernando el mundo? ¿Crees que Dios tiene alguna incidencia en las noticias que vemos en la TV o el periódico?
La iglesia, y esto implica cada creyente considerado también individualmente, tiene un deber para con el Estado, y peca contra Dios y contra los hombres si no lo cumple. Tú tienes un deber impuesto por Dios: orar por tus gobernantes y por los que están en eminencia.
Esto dice relación también con la responsabilidad de la iglesia de brillar como una luminaria en las tinieblas. Donde quiera que se congregue una iglesia cristiana, deben ser elevadas a Dios rogativas por quienes ocupan puestos de autoridad, y por todos los hombres; en súplicas, intercesiones y acciones de gracias.
Por alguna razón hemos perdido la fe en que Dios reina y gobierna las naciones. Parecemos no creer que pueda tener alguna influencia en lo que ocurre en nuestra comuna, nuestra ciudad y nuestro país. Pero el poder del Señor para salvar no ha disminuido, y su gobierno sobre el mundo no es menor que el que ejercía en tiempos de Esdras.
El Señor tiene el reloj del mundo en su mano, y cada segundo pasa por su voluntad. Recordemos lo que dice el libro de Gálatas: «Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley. 5 Dios lo envió para que comprara la libertad de los que éramos esclavos de la ley, a fin de poder adoptarnos como sus propios hijos» (vv. 4-5, NTV).
La mayor prueba de que Dios interviene en el mundo y controla su acontecer es que en su debido tiempo, Cristo vino al mundo para rescatarnos de nuestros pecados, y ha sido hecho nuestro Rey. Somos embajadores de este reino por pura gracia, y hasta que Él venga, somos los encargados de ordenar a los hombres que se arrepientan y reconozcan que Cristo reina sobre todo, y que lo reconocemos como autoridad por sobre todo gobierno humano, recordando que todo rey y todo príncipe doblará sus rodillas ante nuestro Señor y Salvador. Amén.