Iglesia de Sardis: estás muerta

Domingo 1 de agosto de 2021

Texto base: Ap. 3:1-6.

La ciudad de Venecia es famosa por su carnaval, al que las personas asisten con vistosos disfraces y con máscaras llamativas y muy elaboradas. Algunos, haciendo un análisis más profundo, sostienen que esta lógica se refleja también en otros aspectos de la ciudad. Por ejemplo, las casas y edificios tienen fachadas hermosas y muy llamativas, pero lo que hay detrás de las fachadas y al interior puede ser muy distinto. En algunos casos, se trata de construcciones en ruinas, pobres o con una fealdad y desorden que contrastan mucho con la fachada.

Algo así era lo que ocurría con la iglesia de Sardis. Si usted hubiera podido asistir a esa congregación, se habría encontrado con una organización que aparentemente marchaba bien. Se reunían cada domingo, cantaban himnos, tomaban la Santa Cena, leían la Biblia y predicaban. En un principio no se notaría algún problema. Pero al tercer o cuarto domingo habría percibido que algo no andaba bien. Tanto así, que esta iglesia en realidad estaba muerta por dentro. Era algo así como una frutera de plástico. De lejos y a primera vista podría pensarse que frutas reales, pero al mirar más de cerca quedaría claro que es una imitación artificial, rellena de aire, sin vida alguna.

¿Qué opina el Señor de una iglesia así? ¿Cómo debían reaccionar ante esta situación desesperada? ¿Qué podemos aprender de lo que dice el Señor a esta congregación? Son preguntas que nos dedicaremos a responder a continuación.

 

I. Contexto de la ciudad y saludo del Señor

A. Contexto de la ciudad

La ciudad de Sardis corresponde a la actual Sart. Estaba ubicada al Sur de Tiatira y al Este de Esmirna. En sus orígenes, era una ciudad fortificada en un monte, pero el aumento de sus habitantes hizo necesario que se construyera una segunda parte de la ciudad, emplazada más abajo en un valle y dedicada al comercio y la agricultura.

En sus mejores tiempos, Sardis era una fortaleza inexpugnable. Estaba ubicada en la cima de una colina muy empinada. De esta forma, cuando sus enemigos llegaban a combatirla, se encontraban con una pendiente que hacía imposible subir sus máquinas de asedio, e impedía un ataque masivo por parte del ejército. Esto hacía que las autoridades y los habitantes de Sardis estuvieran muy confiados, a veces, demasiado.

Al menos en dos ocasiones (Ciro de Persia en el 546 a.C. y Antíoco el grande de Siria en 214 a.C.), los ejércitos enemigos se aprovecharon de este exceso de confianza de la ciudad y de sus distracciones, y lograron trepar por puntos de la pendiente que estaban descuidados. Esta soberbia y negligencia costaron caro a los habitantes de Sardis. Ahora, el Señor Jesucristo usó ese recuerdo de la historia de los sardianos, para advertir a la iglesia, diciéndoles que debían vigilar, pues de otra manera serían destruidos.

Los romanos conquistaron la ciudad en el 189 a.C., y sufrió un terremoto devastador luego en el 17 d.C. La destrucción fue de tal entidad, que el emperador Tiberio perdonó a la ciudad el pago de impuestos durante cinco años, para que pudieran reconstruirla.

En cuanto a la iglesia en esta localidad, no hay muchos datos sobre su origen. Sabemos que la comunidad judía en Sardis era una de las más grandes en Asia Menor, eran ricos, influyentes y disfrutaban de privilegios como la ciudadanía e incluso participación en el consejo de la ciudad. Conocemos también que los judíos fueron de los más férreos perseguidores de la iglesia. Sin embargo, no hay mención de persecución aquí. Tampoco hay referencia a algún conflicto entre la iglesia y los paganos de la ciudad (a pesar de que contaba con varios templos), ni de problemas relacionados con el culto al emperador. De entrada, esto nos da una pésima señal.

B. Saludo de Cristo

Cristo se presenta a Sardis como “El que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas…”. Como el saludo a las iglesias anteriores, este nos lleva a la descripción de Cristo en la visión del cap. 1.

a) Los siete Espíritus de Dios: Es una forma de referirse al Espíritu Santo, descrito con el número siete para resaltar que es perfecto en excelencia, que lo llena todo.

Estas perfecciones del Espíritu aparecen estrechamente relacionadas con la gloria de Cristo, como en este pasaje. Él es quien tiene “siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios” (5:6). Esto cumple la profecía de Isaías: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (11:2).

Así, Jesucristo tiene la plenitud del Espíritu Santo, y como tal, es el único que puede dar vida a esta iglesia que estaba muerta. Esa llenura del Espíritu es la vida de la iglesia. Sea que ella se encuentre saludable o no, siempre tiene la misma necesidad del Espíritu, sólo que cuando está en decadencia, esta necesidad se hace más notoria. Sardis no necesitaba nuevas estrategias de evangelismo, ni nuevos métodos de predicación, ni nuevas ideas para ministerios atractivos para los miembros. Ellos necesitaban que el Espíritu obrara en ellos con poder, dándoles vida espiritual. Esa es nuestra necesidad vital también.

b) Las siete estrellas: son los ángeles de las siete iglesias. Recordemos que, en griego, ‘ángel’ significa mensajero, y aquí se refiere a “pastores o ministros. El Señor los sostiene en su diestra; ejerce sobre ellos una autoridad absoluta; son sus embajadores”.[1] El poder del Espíritu que ya fue mencionado, obra por medio de la Palabra. Son los pastores fieles los que están llamados a revitalizar a una iglesia que ha caído en esta muerte espiritual, y deben hacerlo por medio de la predicación del Evangelio, en el poder del Espíritu. Este es el mensaje que Cristo quiere dejar claro a los sardianos con Su saludo.

 

II. El diagnóstico infalible de Jesucristo

Una vez más, el Señor Jesucristo afirma con certeza que conoce la realidad de la congregación a la que se está dirigiendo. Ante Él nada se esconde y ninguna cosa se puede disimular. Lo que conoce de Sardis es lo siguiente:

a) Tiene nombre de que vive, pero está muerta: Esta característica es la que hace tristemente famosa a Sardis entre las siete iglesias. Al parecer, el problema no se notaba a simple vista para quien podría haber sido un visitante ocasional, o para hermanos de otras congregaciones que contaban con buenos reportes de esta iglesia. La reputación de Sardis era positiva, ya que tenía nombre de una iglesia viva.

Sin embargo, el diagnóstico de Jesucristo es categórico: Era una iglesia muerta. Se trataba de una simple religiosidad que podía impresionar a los hombres pero que ante Dios tenía el olor de un cadáver. Es la situación que denunció el Señor sobre Judá, a través del Profeta Isaías:

"No traigáis más vuestras vanas ofrendas, el incienso me es abominación. Luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas: ¡no tolero iniquidad y asamblea solemne! 14 Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece mi alma; se han vuelto una carga para mí, estoy cansado de soportarlas. 15 Y cuando extendáis vuestras manos, esconderé mis ojos de vosotros; sí, aunque multipliquéis las oraciones, no escucharé" (Is. 1:13-15).

Más allá de las actividades, del servicio, de las oraciones que se pronuncian y los cantos que se entonan, el Señor puede ver lo que ocurre en lo profundo de nuestros corazones. En este caso, todo el culto que esta iglesia muerta pudiera presentarle, le resultaba desagradable e insoportable.

En la Escritura, el buen nombre es algo deseable, se nos dice que es más valioso que las muchas riquezas (Pr. 22:1). Pero esto es siempre y cuando ese buen nombre sea una consecuencia directa de un corazón que anda en la ley de Dios y ama sus mandamientos. Cuando el buen nombre encubre una decadencia espiritual secreta, estamos en realidad ante el despreciable pecado de la hipocresía, "la levadura de los fariseos", algo de lo que el Señor jamás se podría agradar.

El problema de la iglesia de Sardis es que se había conformado con este buen nombre, como si eso bastara para agradar a Dios. Se habían auto engañado pensando que esas apariencias que habían engañado a los hombres también podrían burlar el ojo de Dios. Pero el Señor les dice: "yo conozco tus obras".

b) Sus obras no están completas delante de Dios: Recordemos lo ya dicho respecto de las otras Iglesias. Cuando el Señor habla aquí de "las obras", está resumiendo con eso todo el andar en la fe de estas Iglesias. Algunos en las otras congregaciones se habían desviado siguiendo las obras de los nicolaítas, de los de Balaam o de Jezabel, pero las iglesias estaban llamadas a seguir las obras de Jesucristo. Este es un contraste que permanece a lo largo de todo el libro.

Por ello, cuando les dice que sus obras no están completas, está afirmando que su andar cristiano es deficiente. Estaban en la misma situación que los judíos que fueron denunciados a través del profeta Malaquías. Ellos estaban llamados a sacrificar lo mejor, lo excelente, pero estaban ofrendando lo cojo y lo dañado, en otras palabras, daban a Dios lo que de igual forma no le servía y debían desechar (Mal. 1:6-14).

El Señor no desea nuestro corazón a medias. No quiere lealtades divididas, sino que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento” (Mt. 22:37-38). No te engañes, nada menos que esto es lo que el Señor manda. No te conformes con entregar las sobras de tu ser, tu tiempo y disposición al Señor, sino que Él debe ser todo para ti, y recibir lo mejor de tu vida.

Este reproche de Jesucristo nos recuerda lo que dijo el Señor al rey Belsasar, de Babilonia: "has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso" (Dn. 5:27). El Señor es quien pesa nuestros corazones (Pr. 21:2), y si no están puestos completamente en Cristo, serán también hallados faltos de peso.

¿Cómo está tu vida hoy? ¿Qué diagnóstico haría el Señor sobre ella? ¿Cómo está tu peso espiritual? Cuando ven un peso no deseado en su balanza física, muchos toman medidas drásticas para lograr que sus cuerpos pesen lo que ellos quieren. Pero cuando el Espíritu los está confrontando personalmente a través de la Palabra y les dice que están faltos de peso espiritual, muchos se sienten culpables en el momento, pero luego siguen sus vidas igual que siempre, sumergidos en la mediocridad espiritual, llenos del mundo y sin buscar el rostro de Dios. Es así porque este problema espiritual no se nota a la vista humana, y por eso no nos parece urgente corregirlo. Ese era precisamente el problema de Sardis. Se contentaron con las apariencias, sin preocuparse de que sus corazones estaban muertos ante Dios.

c) Hay unos pocos que no han manchado sus vestiduras: Se refiere a que no habían corrompido su andar. Esto que les dice parece ser un elogio, pero en realidad es un reproche. Como cristianos estamos llamados a vivir en santidad, apartándonos de la contaminación del mundo. Sin embargo, esto que debe ser una característica de los discípulos de Cristo, en esta Iglesia era la excepción.

En Pérgamo y Tiatira unos pocos estaban viviendo impíamente, mientras que la mayoría de esas congregaciones era fiel. En Sardis era al revés: la congregación en su mayoría había manchado sus vestidos con la corrupción del mundo, pero sólo unos pocos habían permanecido fieles al Señor. La situación era dramática y debía ser abordada con la mayor urgencia.

Pero ¿Cuál era el pecado que caracterizaba su terrible situación? Hay algunas pistas en la carta qué nos ayudan a responder esto. La carta tiene un énfasis en "el nombre". Esta reiteración debía traerles a la mente una verdad cristiana básica: Quienes confiesan el Nombre de Cristo serán reconocidos por él ante el Padre, pero quienes lo niegan, serán también negados por Cristo ante la presencia del Padre y de los ángeles (Mt. 10:32-33). Esto era conocido por todos los cristianos como un principio elemental, que se hacía muy relevante en un contexto de persecución como el que ellos estaban viviendo en tiempos del emperador Domiciano, que es cuando se escribió esta carta. Notemos que la promesa que hace Cristo a los vencedores en esta iglesia tiene que ver con este mismo asunto.

Por otra parte, se les exhorta a recordar lo que habían recibido (v. 3), y esto era precisamente el testimonio del Evangelio. Mientras los de Éfeso podían recitar muy bien el Evangelio, pero habían olvidado su significado práctico, y los de Pérgamo y Tiatira lo estaban contaminando con la idolatría, lo que pasaba con Sardis es que había olvidado el Evangelio.

Los de Esmirna estaban sufriendo la persecución de los judíos, mientras que los sardianos estaban tranquilos, aunque tenían una gran colonia judía alrededor. La sociedad aquí era pagana como en Éfeso, Esmirna, Pérgamo y Tiatira. Todas estas Iglesias habían enfrentado el conflicto con la idolatría en sus ciudades, pero en el caso de Sardis, nada de eso se menciona.

Ya va quedando claro lo que ocurre: “… parece que ni los judíos ni los gentiles molestaban mucho a la gente de Sardis. Sardis era una iglesia muy «tranquila». Gozaba de paz, es decir, ¡la paz del cementerio!”.[2] Entre las siete iglesias, sólo de Sardis se dice que estaba muerta. “Al acomodarse a su entorno religioso la iglesia quedó protegida de toda persecución, porque casi nadie se daba cuenta de que existía. Su estilo de vida inofensivo conducía a la paz religiosa con el mundo pero también a su muerte espiritual a los ojos de Dios”.[3]

Tristemente, la iglesia de Sardis había hecho una especie de pacto implícito con su ciudad incrédula. Algo así como: "si nos dejan estar aquí entre ustedes, no los molestaremos con nuestras creencias". Olvidaron que nuestro objetivo como iglesia no es lograr que la ciudad en la que vivimos nos tolere, sino que hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. y enseñándoles a guardar todo lo que Cristo mandó (Mt. 28:18-19). Somos un pueblo que Dios adquirió para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P. 2:9).

En lugar de esto, los creyentes sardianos decidieron enterrar el talento que les entregó el Señor, escondieron la lámpara bajo el almud, callaron el testimonio que debían entregar, y así evitar la persecución de los influyentes judíos y de los perversos paganos que los rodeaban, y que habían atormentado a sus hermanos en Cristo en las ciudades cercanas.

Al caer en esto, no podían esperar otra cosa que una profunda decadencia, y un reproche claro y categórico de parte del Señor. Al hacer esto, habían mantenido una cáscara que los hacía parecer iglesia, pero el interior estaba podrido y sin vida. Lejos de buscar enmendar la situación, se habían conformado con la cáscara. Debían reaccionar con urgencia.

 

III. Exhortación y promesa

A. Exhortación

El Señor Jesucristo no se queda en el reproche, lo que de todas formas habría sido justo. Él muestra además la salida y demanda a esta iglesia que busque con urgencia la restauración. Esto nos dice que aun a esta iglesia que enfrentaba una decadencia tan desesperada, el Señor le muestra que existe esperanza y los anima a buscarla.

Notemos una cosa: a pesar lo expuesto, el Señor la sigue considerando iglesia y la llama al arrepentimiento. Si algo hemos podido comprobar recorriendo estas cartas de Jesús a las iglesias, es que no existe la congregación perfecta de este lado del sepulcro.

Si bien es cierto, hay desviaciones doctrinales notorias y permanentes que hacen recomendable dejar una congregación que persiste en su rebelión, lo que vemos aquí contrasta con la actitud tan común en nuestros días, de quienes son capaces de dejar una congregación por asuntos que están lejos de ser un impedimento para la comunión. Donde debería haber humildad, paciencia y perseverancia, se presenta un egoísmo que lleva a algunos a buscar congregaciones que se ajusten a sus preferencias como si se tratara de un catálogo de productos o servicios.

En lugar de eso, debemos procurar considerar a la iglesia como Cristo lo hace, y aquí tenemos un ejemplo. Él los exhorta a lo siguiente:

a) Ponte en vela y afirma lo que queda: La forma en que deben velar es afirmando las cosas que quedan, que estaban a punto de morir. Podemos comparar la situación de esta iglesia con un barco que está naufragando en medio de una fuerte tormenta. Claramente, ese no es el momento para dormir, sino para vigilar: abrir los ojos y agudizar los sentidos al máximo, lanzando por la borda todos los pesos innecesarios, afirmando lo esencial y que está a punto de perderse.

Sardis no tenía tiempo que perder. Una situación así de desesperada no da para tomarse vacaciones, ni un tiempo para pensarlo, sino que requiere acciones decididas y urgentes.

Así también, en esta hora atiende la exhortación que el Espíritu hacia las iglesias, y afirma tu corazón delante de Él. Estamos en un campo de batalla, y ese no es el lugar para tomar siestas. No sirve el autoengaño de que mañana o la próxima semana te preocuparás de afirmar lo que está por morir. Es un llamado que debe ser atendido hoy mismo. Una de las mentiras clásicas del diablo es hacernos creer realmente que mañana atenderemos lo que Dios nos manda poner en orden hoy. Si te has acomodado el mundo y has perdido de vista el Evangelio en tu día a día, el Señor te ordena hoy y ahora vigilar y afirmar lo que queda.

b) Acuérdate de lo que has recibido y guárdalo: Toda iglesia nace del Evangelio. Sea como un pequeño brote o como un frondoso árbol, la semilla de una verdadera iglesia siempre será la Palabra de Dios. La iglesia de Sardis debía recordar lo que había recibido, esa Palabra que les había dado vida pero que ellos habían enterrado para acomodarse al mundo.

Debían guardar esa Palabra, pero no como quien esconde un tesoro en un lugar secreto, sino obedeciéndola y andando en ella, siendo luz ante aquellos que no conocían a Cristo y siendo sal de la tierra para quién es estaban corrompidos por la podredumbre del pecado, es decir, ese preservante que Dios ha puesto en una sociedad para que pueda refrenar el pecado a través de la predicación de la Palabra y el testimonio de vidas santas, transformadas por el Espíritu Santo.

c) Arrepiéntete: en el griego , esto implica un cambio de mente, una forma de pensar, en este caso, por la Palabra de Dios. Debían dejar de abrazar ese compromiso con el mundo sin Dios, abandonar su temor de los hombres y volverse hacia aquel que era su Señor y Salvador.

El pecado no se trata con terapia ni con métodos humanos, sino con el arrepentimiento para vida, que significa reconocer que la ley de Dios es verdadera, que es justa cuando me acusa de pecado, y que por tanto debo lamentar mi rebelión, abandonarla por amor a Cristo y volverme a Él. El arrepentimiento es esto y nada menos que esto, y es a lo que el Señor te llama en esta hora.

d) Si no, vendré como ladrón y no sabrás: Así como la ciudad de Sardis había caído ante sus enemigos en siglos anteriores por un exceso de confianza que los llevó a ser descuidados, si esta iglesia permanecía en su adormecimiento, sería destruida.

Es interesante que el Señor no los amenaza con un ataque del diablo, sino que dice que Él mismo vendrá a ellos como ladrón en una hora que no lo esperan. Esto es así porque cuando olvidamos que vivimos para el Señor y hacemos pactos con el mundo, en realidad estamos jugando para el mismo lado que el enemigo y nos hemos ubicado en el lugar opuesto a Dios. El Señor dijo: "el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios" (Stg. 4:4).

Sin duda, el cumplimiento final de esta advertencia se dará en la segunda venida de Cristo, la que siempre será una terrible sorpresa para quienes viven para este mundo. Sin embargo, también había aquí un juicio que se estaba anunciando para esta iglesia en particular, en caso de que no se arrepintiera. Y así ocurre también con cada congregación en todo tiempo y lugar. Aquellas que persisten en su pecado sin arrepentirse, serán visitadas por Cristo para juicio, según lo que advierte claramente en estas cartas.

B. Promesa

En medio de este terreno quemado de Sardis, había un pequeño brote de vida. El Señor se refiere a ellos diciendo que hay lit. “unos pocos nombres” que no han manchado sus vestiduras. Aquel que se pasea entre los candelabros, conoce el estado de las iglesias, porque son suyas. Pero no las considera como simples multitudes sin rostro ni como simples números, sino que son aquellos que compró con su propia sangre. Él dijo: “Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen” (Jn. 10:14). Él “llama a sus ovejas por nombre” (v. 3).

Él sabía perfectamente quiénes en esta iglesia de Sardis eran falsos creyentes, y quiénes eran verdaderamente de sus ovejas, porque dice también: “el sólido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos” (2 Ti. 2:19).

A estos fieles, que no habían manchado sus ropas, es decir, que se habían mantenido puros y no habían cedido ante la corrupción del mundo, el Señor promete:

a) Andarán con Él vestidos de blanco: es la recompensa por haber perseverado en el sufrimiento. Podemos atribuir un significado doble a esto: en primer lugar, estas vestiduras blancas reflejan en la Escritura la pureza y la justicia: “Y a ella [la Iglesia] le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio, porque las acciones justas de los santos son el lino fino” (Ap. 19:8).

Esta justicia viene de Cristo, pues si estuviéramos en nuestros propios méritos, estaríamos cubiertos de inmundicia y vergüenza. Por eso el Señor invita a la iglesia de Laodicea diciendo: “te aconsejo que de mí compres… vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez” (3:18). Es por eso que el Señor dice que estos creyentes en Sardis son dignos: no por sí mismos, sino porque están vestidos en la justicia de Cristo.

Esa es la única forma en que puedes ser digno ante la presencia de Dios en este día: si has emblanquecido tus ropas lavándolas en la sangre de Cristo. Ningún medio humano puede lograr esta limpieza. Sólo esa sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7).

En segundo lugar, tiene una connotación triunfal, por eso se les llama “vencedores” (v. 5). “Vencer aquí en 3:5 significa mantener nuestro testimonio cristiano incluso al enfrentar la persecución”.[4]

Los romanos solían celebrar sus victorias vestidos de blanco. Cuando, más adelante en el libro, Juan tiene una visión de los santos triunfantes en el Cielo, dice: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (7:14).

Desde antiguo el Señor nos habla de ser purificados a medida que sufrimos persecución y dificultades en este mundo. En el profeta Daniel, se habla sobre el tiempo del fin diciendo: “Muchos serán purificados, emblanquecidos y refinados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá, pero los entendidos comprenderán” (Dn. 12:10).

Si has puesto tu fe en Cristo y te aferras al Señor sin ceder tu fe por temor al mundo, puedes tener seguridad de una cosa: Cristo te despojará de tus trapos inmundos y te vestirá con Sus ropas. Así podrás entrar a las bodas del Cordero vestido de gala, y estarás para siempre lleno de justicia y pureza ante la presencia del Señor.

b) No borraré su nombre del libro de la vida: Las sinagogas pronunciaban maldiciones contra los que se convertían al cristianismo, pidiendo a Dios que los borrara del libro de la vida. Los romanos quitaban la ciudadanía a los cristianos que se negaban a adorar a César. Pero esta promesa de Jesús daba seguridad a estos hermanos fieles de que eso no ocurriría, sino que Su salvación eterna estaba firme en los Cielos, y nadie podría borrar sus nombres del libro de la vida. Si has puesto tu confianza en Cristo, tu nombre es conocido por Dios y no será quitado del libro de memoria:

Entonces los que temían al Señor se hablaron unos a otros, y el Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de Él un libro memorial para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre” (Mal. 3:16).

Debemos entender, en consecuencia, que esta es una promesa para vida y no una amenaza de que perderán la salvación.

c) Promesa de reconocer el nombre de los creyentes: esto nos confirma que el problema de Sardis era que estaban avergonzándose del Evangelio y lo escondían para no ser perseguidos. El Señor Jesús dijo: “todo el que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Pero cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10:32-33).

La relación está clara: los que no habían manchado sus ropas andarán con Jesús vestidos de blanco. Quienes no han negado su nombre, tendrán la bendición de que Cristo reconocerá sus nombres delante del Padre y de Sus ángeles. ¿Hay mayor bendición que esta? Que Jesucristo interceda para nuestro bien ante el Padre Todopoderoso, quien tiene en sus manos nuestra eternidad. Si has creído en Cristo y no lo escondes ante un mundo hostil, Cristo recordará tu nombre ante el Padre y Sus ángeles.

Que estas promesas nos ayuden a ver esta vida desde la perspectiva correcta. Enfrentamos la oposición del mundo en diversos niveles, pero nos espera la recompensa eterna, que es Cristo y Su gloria. La iglesia en Sardis pensaba que era mejor estar muerta ante Dios, pero en este mundo. Aprendamos que es al revés: es mejor ser muertos por el mundo, pero estar vivos ante Dios en Cristo.

IBGS, escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias.

  1. Hendriksen, Más que vencedores, 59.

  2. Hendriksen, Más que vencedores, 75.

  3. Kistemaker, Apocalipsis, 171.

  4. G. K. Beale, The book of Revelation: a commentary on the Greek text, New International Greek Testament Commentary (Grand Rapids, MI; Carlisle, Cumbria: W.B. Eerdmans; Paternoster Press, 1999), 279.