Domingo 3 de abril de 2022
Texto base: Mt. 5:1-2.
El “sermón del monte” o “de la montaña” es una de las enseñanzas más populares de Jesús. Contiene pasajes conocidos y valorados incluso en la “cultura pop”, como las bienaventuranzas, el “Padre nuestro”, la regla de oro, el dar la otra mejilla y el caminar la otra milla. Es también de los textos más atesorados por la Iglesia, pues contiene verdades esenciales de nuestra fe.
Pero el mismo hecho de que sea conocido tan universalmente, lo ha expuesto a las malas interpretaciones y herejías. Algunos, como Tolstoi y Ghandi, han tomado parte de sus palabras según ellos las entendieron. Otros han asegurado ver similitudes con la enseñanza de Buda. Aún otros han hecho referencias a él en canciones y libros.
Ahora, ¿Cómo debemos considerarlo nosotros? ¿Cómo nos impacta en el s. XXI un sermón pronunciado en el s. I? ¿Por qué sería relevante leerlo hoy?
Hoy realizaremos una introducción a la serie, abordando los aspectos fundamentales de este “Sermón del Monte”: su contexto y escenario, su audiencia y tema principal, su estructura e interpretación, y terminaremos con una aplicación a nuestras vidas.
“Cuando vio a las multitudes, subió al monte”.
Para el momento de este sermón, Jesús ya había sido ungido por el Espíritu Santo en su bautismo (Mt. 3:13-17); y había salido victorioso de la tentación en el desierto (Mt. 4:1-11). Había iniciado hace poco su ministerio, centrándose en la ciudad de Capernaum, en la región de Galilea. Su mensaje era: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (4:17).
Capernaum estaba ubicada en la ribera del mar de Galilea. Fue allí donde Jesús llamó a sus primeros discípulos: Pedro, Andrés, Juan y Jacobo. Luego de esto, enseñaba en las sinagogas de la región de Galilea, “proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (4:23). Esto hizo que la fama del Señor subiera como espuma, de manera que grandes multitudes lo seguían desde toda la región, trayéndole enfermos, endemoniados, epilépticos y paralíticos para que los sanara.
Son esas grandes multitudes las que Jesús vio cuando decidió subir al monte a enseñar. De esta forma, pese a que su ministerio había iniciado hace poco, Jesús se encontraba aquí en un momento de gran popularidad, con muchedumbres que le buscaban con distintas motivaciones. Unos querían sanidades, otros se interesaron más allá en su Persona y mensaje, y otros por simple curiosidad, porque las multitudes atraen a más multitudes.
Toda esta gente se reunió a escuchar la enseñanza dirigida a los discípulos. Posiblemente siguieron a Jesús hacia el campo para escuchar una enseñanza más amplia, notando su creciente popularidad, pues la estrechez de las calles hacía difícil entregar esta enseñanza en una ciudad o pueblo. El campo entregaba la extensión necesaria para que las multitudes pudieran reunirse a escuchar.
Entre esta multitud estaban, desde los más íntimos hacia afuera, en primer lugar, los doce, luego otras decenas de discípulos que seguían a Jesús, y más en general, una muchedumbre de simpatizantes e interesados en el mensaje del Salvador.
Destaca la humildad de Jesús al predicar al aire libre, en un monte. Siendo el Rey de reyes, pudo haber predicado en los grandes foros de Grecia y Roma, donde se encontrarían los grandes oradores de su tiempo. Sin embargo, quiso que uno de sus sermones más célebres fuera predicado con una roca como su trono, con el cielo como único techo, y con la hierba silvestre como su alfombra real.
Mateo, el autor de este Evangelio, escribió pensando en una audiencia judía, por lo que ocupaba conceptos e imágenes conocidas por ellos. No es descabellado pensar que tuvo en mente el significado simbólico del monte en los profetas, que comunica la idea de reino. Por ejemplo, dice:
“Acontecerá en los postreros días, Que el monte de la casa del Señor Será establecido como cabeza de los montes. Se alzará sobre los collados, Y confluirán a él todas las naciones” (Is. 2:2).
Esto enfatiza el tema central de este sermón: el Evangelio del reino, la asociación de monte y reino comunica con mayor realce el mensaje del Señor.
Justamente, el Señor Jesús predicó este sermón en su autoridad como Rey del reino, como el Mesías Hijo de David que había de venir, sabiendo que su dominio ya ha comenzado en sus discípulos. No habló como uno más de los rabinos, sino como el Rey y Señor que viene a inaugurar el reino (7:29).
Otra imagen que saldría a colación con este escenario es la de Jesús como el Moisés mayor y definitivo. Dios había prometido a Moisés: “Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré Mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que Yo le mande” (Dt. 18:18). Es decir, el Mesías prometido sería el profeta de profetas, de quien Moisés era solo una sombra.
Así, mientras Moisés recibió la Ley de Dios en el monte Sinaí, Jesús mismo era quien entregaba Su Palabra en este monte, siendo Él la fuente de autoridad. Moisés apuntó a las tablas escritas por el dedo de Dios, pero Jesús era Dios mismo hablando a Su pueblo.
Por ello, este sermón no es dicho en el vacío: es el cumplimiento de toda la Palabra revelada por Dios anteriormente. El trasfondo del sermón es toda la historia de la redención: la Ley, los profetas, los salmos, que tuvieron como respuesta la constante rebelión de Israel a la Palabra que Dios les reveló.
Luego de miles de años de espera, desde la promesa hecha a Eva de que un hijo suyo aplastaría la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15), el pacto hecho con Abraham de que en su hijo serían benditas todas las naciones (Gn. 22:18), el reino prometido a Judá (Gn. 49:10), el Hijo prometido a David (2 S. 7:12ss) y el Siervo sufriente anunciado en los profetas, el día por fin había llegado: el Mesías estaba en medio de Su pueblo predicando palabras de vida. Era el Emmanuel, “Dios con nosotros”.
Después de rebelión tras rebelión, de reyes impíos y dolorosos exilios, en medio de un pecado que parecía irremediable y una opresión extranjera que era como una bota en la cara de Israel, por fin venía el Rey Hijo de David para restaurar a Su pueblo y traer las buenas noticias de salvación, para refrigerio de sus corazones.
“y después de sentarse, Sus discípulos se acercaron a Él. Y abriendo Su boca, les enseñaba, diciendo”.
El Sermón del Monte es el primero de los cinco grandes bloques de enseñanza de Jesús en Mateo[1].
Jesús adoptó la posición tradicional de enseñanza para la época: se sentó, y dice que abrió su boca. Esto podría parecernos obvio, porque no se puede exponer con la boca cerrada, pero esta era una manera de introducir una enseñanza formal del maestro, ordenada y entregada con un propósito. Mateo enfatiza que la enseñanza de Jesús no era improvisada, sino un discurso.
Refleja la enseñanza usual de Jesús, no un sermón que entregó en una única oportunidad. Este mensaje condensa parte esencial de las enseñanzas de Jesús, que Él podría haber entregado en distintas oportunidades y lugares. Por eso, no es necesario sostener que fue entregado la misma oportunidad que el sermón de Lucas cap. 6.
Dado que habla de un estándar moral altísimo, se han dado distintas interpretaciones sobre a quiénes se dirige:
Entonces, ¿A quién se dirige el mensaje? El mismo texto lo dice: a los discípulos, y en ellos, a la iglesia toda.
El sermón refleja el arrepentimiento y la justicia que pertenecen al reino. Describe la vida del discípulo y la comunidad cristiana cuando se someten a la voluntad de Dios, viviendo en su gracia.
Una frase clave es: “No os hagáis, pues, semejantes a ellos” (Mt. 6:8). El sermón marca la distinción esencial entre los discípulos de Cristo y quienes no lo son. Refleja el llamado de Dios en Su Ley a que Su pueblo no sea como las naciones paganas. Pero en este caso, también los llama a no ser como los judíos hipócritas.
En otras palabras, como cristianos debemos ser distintos de los incrédulos, como también de quienes sólo parecen creer. Y en este último grupo encontramos a los libertinos, quienes abusan de la gracia de Dios pensando que pueden vivir en pecado y a la vez considerarse discípulos, y en el otro extremo están los legalistas, quienes se preocupan de las apariencias y de imponer mandatos humanos, olvidando la esencia de la Palabra de Dios.
Pero debe quedar claro: Cristo no describe aquí lo que debemos hacer ‘para’ llegar a ser cristianos, sino cómo viven aquellos que ‘son’ discípulos de Cristo. Es la exposición más completa del estándar cristiano, que siempre es contracultural, sea que nos encontremos en una cultura conservadora o en una libertina. Y ese estándar abarca la devoción religiosa, la ética, las relaciones personales, la actitud hacia el dinero, y el estilo de vida.
“El Sermón del Monte no es sino un desarrollo acabado, grandioso y perfecto de lo que nuestro Señor llamó su ‘nuevo mandamiento’. Este nuevo mandamiento fue que nos amáramos unos a otros como él nos ama… Es una descripción perfecta de la vida del reino de Dios”[2].
Ese es precisamente el tema principal del sermón: el Evangelio del reino de los cielos y cómo este impacta toda la vida del discípulo: su relación con Dios y con su prójimo, y cómo el mundo resulta transformado a través de los discípulos.
Al hacer esto, expuso los errores del fariseísmo y el judaísmo defectuoso y apuntó a despertar las conciencias de los oyentes legalistas, entregando el verdadero sentido y alcance de la Ley. Cristo sentó así principios espirituales aplicables a todo tiempo y lugar.
Habla de un reino que impacta nuestros corazones, dirige nuestros pensamientos, motivaciones, deseos y metas, moldea nuestro estilo de vida, nuestra perspectiva del mundo, nuestras relaciones y define lo que nos parece admirable y digno de dedicar nuestra vida.
Se aprecia un contraste constante entre la tierra (y su lógica) y el cielo (y su lógica). En la tierra habitan los hombres, en el Cielo está la presencia de Dios, a quien Jesús se refiere como el “vuestro/nuestro/mi Padre que está en los cielos”.
Se hace mención constante del reino de los cielos como aquello que debemos buscar y en el que debemos entrar. Debemos vivir en el marco de ese reino y a la vez procurar tener más de él, y que se extienda sobre toda la tierra.
Algunos aquí han hecho una distinción artificial entre el reino de los cielos y el reino de Dios, como si fueran cosas diferentes, pero esto no tiene fundamento, pues Mateo habla de “reino de los cielos” para el mismo reino que es llamado “reino de Dios” en los otros Evangelios (Cfr. Mr. 1:15 y Mt. 4:17). Mateo, como judío, evitaba usar la palabra “Dios”, y para ello prefería referirse de manera indirecta a Él.
Este reino no está dado por un territorio geográfico, sino por el dominio de su Rey: es eterno y universal. Al mismo tiempo, no es reconocido universalmente y pareciera que no domina sobre todo, pues hay muchos que lo resisten, y Jesús llama a entrar en Él. Por lo mismo, ese reino es tanto una realidad como algo que todavía está por manifestarse. Es un “ya” pero “todavía no”.
El reino llegó con Jesús en su primera venida, y ya se puede ser parte de él. Entrar en el reino es sinónimo de entrar en la vida, y aunque todavía vivimos en el siglo presente, podemos disfrutar de la vida y las bendiciones del siglo venidero.
Este alto estándar ético es imposible de cumplir para el hombre sin el Espíritu, pero una vez que somos transformados por la obra de Dios, somos capacitados para vivir de esta manera, no para obtener nuestra salvación, sino como una obediencia agradecida ante la infinita bondad que Dios nos demostró en Cristo.
El tema principal del Evangelio del reino de los cielos se presenta con una estructura:
Ahora, la pregunta es, entonces, ¿Cómo debemos leer este sermón?
Ante todo, este sermón nos muestra la gloria de Cristo como el Rey del reino que vino a inaugurar. Cristo obedeció perfectamente la Ley, vivió según lo que predicó en el sermón del monte (por eso predicó como quien tiene autoridad). Su justicia superó incomparablemente la de los escribas y fariseos, no sólo en su discurso sino en su vida, hasta en lo más cotidiano. Es quien vino a cumplir la Ley, no a abolirla.
Esto permite concluir por qué deberías estudiar este sermón:
Por ello, considera seriamente la descripción que este sermón hace del cristiano:
Esta es la forma en que Jesús describe al cristiano en su sermón. ¿Es un retrato de tu vida? Considera las palabras del Rey en 7:21-27. Si crees que estas palabras son ideales inalcanzables y estás tranquilo permitiendo que el pecado gobierne tu vida, porque a fin de cuentas “nadie es perfecto”, debes saber que has construido tu casa sobre la arena, y cuando llegue el juicio tu ruina ciertamente será grande. Nada sacas con mirar para el lado, como si este sermón no existiera. Si desoyes las palabras de Jesús, ¡Este mismo día será una evidencia en tu contra cuando des cuenta ante Él en Su tribunal!
Ten sumo cuidado, porque nuestra cultura evangélica ha creado una distinción artificial entre discípulo y creyente, para calmar las conciencias de quienes realmente no quieren seguir a Jesús. Así, el creyente sería el que cree, pero “no es fanático”, mientras el discípulo es el que decide tomar un paso más allá, de un grupo especial de hermanos más maduros y consagrados. ¡Pero esa distinción no existe en la Escritura! Todos los que verdaderamente creen, son discípulos de Cristo y entregan su ser a vivir según lo que Él mandó.
No existe tal cosa como los “medio discípulos”. Los que son, pero no son. Nunca terminan de entrar por la puerta estrecha. Les gusta tener un pie en el camino angosto, pero sin quitar el otro del camino ancho. Aman a este mundo y lo que hay en él, pero dicen al mismo tiempo creer en Jesús y no aceptan que nadie cuestione si esa fe es verdadera o no. ¡Cuidado! Porque puede ser que esto sea aceptado entre los evangélicos, pero no ante Aquel que va a juzgar a los vivos y a los muertos.
Si logras ver tu insuficiencia, no es para que te quedes espantado y frustrado, sino para que vayas quebrantado a los pies del Salvador. El mismo Señor que predicó este sermón es el que luego murió en la cruz para pagar el precio de tu deuda eterna, y luego resucitó de entre los muertos para que vivas juntamente con Él.
Pero dijimos que este sermón no describe un ideal que los discípulos jamás vivirán. Él espera que vivamos de esta forma, sabiendo que ninguno podrá cumplirlo a la perfección porque todavía hay pecado en nuestra vida. Por lo mismo, si considerando eso, te ves reflejado en este retrato del discípulo, da toda la gloria a Dios, porque es la obra de Su Espíritu en ti la que te ha capacitado para entregar tu vida a Él.
Teniendo esto en mente, a lo largo de esta serie recordemos las palabras de la Escritura: “despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.3 Consideren, pues, a Aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra Él mismo, para que no se cansen ni se desanimen en su corazón” (He. 12:1-3).