La Iglesia y Babilonia, la Gran Ramera
Domingo 3 de noviembre de 2019
Texto base: Ap. 17
Apocalipsis es un libro escrito para consolar a los discípulos de Cristo en medio de la persecución que estaban sufriendo. A través de distintas visiones, el Señor les muestra cómo su victoria es segura, y su pueblo no sólo será preservado, sino que también resultará vencedor.
Aunque la Iglesia del s. I fue la que recibió el libro, el Señor quiso que su pueblo, en todo tiempo y lugar, pudiera ser fortalecido espiritualmente a través de esta profecía, y es así porque trata de cosas que ocurrirán entre la primera y la segunda venida de Cristo, es decir, durante todo el rango en que la Iglesia del Nuevo Pacto se desarrolla en el mundo: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3; 22:7).
Junto con esto, Apocalipsis nos muestra que “el misterio de la iniquidad” (2 Tes. 2:7) ya está en marcha, y que hoy podemos ver sus distintivos, pero irá creciendo en intensidad hasta una gran apostasía, y un gobierno idólatra y blasfemo que gobernará sobre todas las tribus, naciones, pueblos y lenguas; pero que será destruido por el establecimiento del Reino de Cristo.
Este cap. 17, se encuentra en una serie de visiones en las que el Señor nos relata su juicio sobre Babilonia, la gran ciudad, que terminará en su destrucción. Estas visiones nos detallan lo que ocurrió con la 7ª copa, que tuvo como consecuencia la destrucción de Babilonia (16:17-21). En este capítulo 17 y en el 18, entonces, Apocalipsis hace una especie de zoom o primer plano al juicio y la destrucción de la gran ciudad.
Hoy veremos importantes elementos para comprender y analizar bíblicamente el mundo que nos rodea: Como creyentes, vivimos en medio de un sistema de maldad creado por el hombre en rebelión al Señor. Es preciso que lo identifiquemos de acuerdo con la Palabra de Dios, y que sepamos vivir en medio de este mundo perverso sin ser parte de él, denunciando su pecado y esperando la venida de nuestro Señor y Salvador, quien destruirá este sistema y todas sus abominaciones.
I. Babilonia, la gran ciudad
Aunque no es primera vez que Babilonia aparece en este libro, el cap. 17 es el primero que se dedica a describirla con detalle. El ángel explica al Apóstol Juan que esta gran ciudad, ha sido juzgada, pero antes de adentrarse en eso, describe a Babilonia. ¿Qué es entonces Babilonia, esta gran ciudad?
En primer lugar, Babilonia es un símbolo en el lenguaje profético. En libros como Isaías, Jeremías y Ezequiel se anuncian grandes juicios contra Babilonia, que representa la corrupción moral, espiritual y religiosa, y podríamos decir también política. Es el sistema humano corrupto, el poder humano, la perversión y la inmoralidad.
Es el “símbolo de todo mal dirigido contra Dios” (Simón Kistemaker). Tengamos en cuenta que se le define como “la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”. “Es la madre superiora de todos los que cometen prostitución espiritual al rendir culto a la bestia. Sus seguidores proclaman el evangelio del Anticristo mientras que ella recibe su adulación y loa. Es la fuente de todo lo malo que se dirige contra Dios: difamación, homicidio, inmoralidad, corrupción, vulgaridad, lenguaje obsceno y codicia…, los enemigos de Dios pertenecen a la madre de las abominaciones y sufren las consecuencias”.
En otras palabras, es el “símbolo del espíritu de impiedad que en todo tiempo seduce a las personas para que se aparten de la adoración del creador” (Mounce).
Se le describe como la gran ramera, o la gran prostituta. Hay dos grandes pecados que caracterizan a una ramera: la fornicación, es decir, la inmundicia espiritual y moral; y la codicia que la lleva a vender su cuerpo a cambio de dinero, bienes o comodidades. Se trata, entonces, de una ciudad entregada al pecado, donde reina la maldad.
La ramera es una mujer entregada a las relaciones sexuales ilícitas, a tal punto que esto la caracteriza. Se dice que ha fornicado con los reyes de la tierra, y no solo eso, los moradores de la tierra (es decir, los incrédulos) se han embriagado con el vino de su fornicación. Esta es una referencia al libro de Jeremías: “En la mano del Señor, Babilonia era una copa de oro que embriagaba a toda la tierra. Las naciones bebieron de su vino y se enloquecieron” (51:7).
Aquí se mencionan dos pecados que pueden desquiciar a una persona: la embriaguez y la fornicación. Dice la Palabra de Dios: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os. 4:11). Con esto se nos está diciendo que “las naciones del mundo están intoxicadas con su repudio de Dios y de su revelación y se han vuelto hacia el culto del poder que rige todas las esferas de la vida” (Kistemaker).
La rebelión y la soberbia en contra del Señor hacen perder la cabeza. Quien vive de esta manera, lejos de Dios y sin oír su Palabra, está viviendo sumergido en necedad y locura espiritual. Por más que se haga asesorar por gente que se considere sabia, gurúes o supuestos guías espirituales, motivadores o cualquier cosa que se le parezca, están sumidos en necedad, en insensatez, en irracionalidad, y encausarán su vida hacia la ruina y la destrucción.
Esta prostituta, además, está llena de símbolos de riqueza y poder económico (vestida de púrpura y escarlata, joyas y adornos de oro). Y es que este sistema humano rebelde a Dios, cuenta con poder económico, es rico, está lleno de los bienes de la tierra, pero está corrupto en su seno, está muerto y podrido espiritualmente, tanto que sus riquezas y joyas se envilecen por su inmundicia: dice que tiene un cáliz de oro, pero está lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación.
Este sistema humano-satánico rebelde a Dios, como es lógico y esperable, canaliza su odio a Dios persiguiendo a la Iglesia. La ramera está ebria de la sangre de los santos, de aquellos que dan testimonio de Jesús. Este sistema político, espiritual, moral, religioso, económico e ideológico que surge de la humanidad corrupta, persigue a la Iglesia con furor porque odia al Dios de la Iglesia.
Está sentada sobre muchas aguas, las que simbolizan pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas (v. 15). La gran ciudad, entonces, surge de las multitudes del mundo, de los moradores de la tierra, que en Apocalipsis se refiere a quienes no han creído en Jesucristo, que es la misma materia prima de donde surge la bestia (Ap. 13:1). La gran ciudad es el fruto, la obra suprema de esta muchedumbre de incrédulos, y a la vez gobierna sobre ellos, está sentada sobre ellos. Por eso la Palabra dice que gobierna sobre los reyes de la tierra.
Aquí debemos entender algo, porque la idea en nuestro tiempo es distinta a la del tiempo de Juan. Mientras hoy se habla de países como Chile, México o Francia, en aquel entonces se hablaba de ciudades como Jerusalén, Atenas, Roma o Cartago. Así, el equivalente a la idea de país era ciudad. Eran urbes muy grandes y poderosas que nacían de un pueblo, de un grupo de personas del mismo origen. Además, para ellos era impensada la separación entre la religión y el gobierno. Para ellos el pueblo, la ciudad, la religión y el gobierno eran un todo, en sus mentes estaba todo unido.
Por eso el cristianismo fue un problema tan grande para Roma, porque se rompía la unidad pueblo-gobierno-religión, ya que ellos permitían diversidad de cultos, pero siempre que se respetara el elemento de unidad, que era el culto al emperador. Como los cristianos se negaban a rendir culto a alguien que no fuera a Cristo, ellos rompían esa unidad del culto común. Lo mismo pasó cuando Sadrac, Mesac y Abednego se resistieron a rendir culto a la estatua de Nabucodonosor.
Por eso, hermanos, cuando hablamos de Babilonia tenemos que pensar en una nacionalidad espiritual. Aquí el Señor nos está hablando de la nacionalidad de los rebeldes a su Palabra, la nacionalidad de quienes no han creído en Cristo. Más allá de que hablemos de ingleses, mexicanos, italianos o sudafricanos, todos los que no creen en Cristo pertenecen a Babilonia, son ciudadanos de esta gran ciudad, su nacionalidad es “babilonios”.
II. La bestia
El ángel pasa a hablar de la bestia. En Apocalipsis 13, vimos que se trata de un gobierno humano que es la expresión máxima de la rebelión a Dios y de orgullo perverso. Es el hombre aliándose con satanás, es el máximo exponente del pecado en el ser humano (“hombre de pecado” 2 Tes. 2:3).
Esta bestia, siendo humana, es un instrumento del diablo (misma apariencia que el dragón). Satanás usa a los gobiernos humanos para llevar a cabo su plan. Estamos hablando de una fuerza imponente que no se debe menospreciar. Recordemos que satanás le da su poder, su trono y su autoridad.
Esta bestia exige la adoración de todo el mundo, y la recibe. Todos aquellos que no han creído en Cristo, adoran a esta bestia, que es el gobierno del maligno sobre los pueblos, naciones, tribus y lenguas.
¿En qué se diferencia Babilonia de la bestia? Babilonia es el sistema completo que surge del hombre corrupto, es la nacionalidad del impío, la ciudad del pecado, la estructura social, espiritual, política, religiosa y económica de la rebelión contra Dios. La bestia es el gobierno, el poder político y también religioso. En otras palabras, el incrédulo pertenece a la ciudad de Babilonia, y su rey es la bestia.
Una característica distintiva de este gobierno humano-satánico es la blasfemia contra el Señor, la oposición a todo lo que tenga que ver con Cristo y su Palabra. Constantemente hablará insolencias contra el Señor y contra su pueblo, a los que odia y pretende destruir. Se le describe como bestia entre otras cosas porque perseguirá a la iglesia de manera violenta y sanguinaria.
Ahora, recordemos que la gran ramera está sentada sobre esta bestia escarlata, que tiene 7 cabezas y 10 cuernos. Las 7 cabezas son 7 montes. Recordemos que los montes simbolizan reinos, lo que nos dice que la bestia domina sobre imperios mundiales para dirigirlos en contra del Señor. Es difícil negar que puede haber una alusión a Roma con sus 7 colinas, y es que la gran Babilonia, aunque es espiritual y abarca a toda la humanidad, se refleja especialmente en ejemplos históricos de poder corrupto y sin Dios (el mismo nombre “Babilonia” nos señala el ejemplo de esa ciudad).
Por lo que vemos en el libro de Daniel, y considerando que aquí dice que 5 han caído, estos 5 imperios caídos son la antigua Babilonia, Asiria, la nueva Babilonia, Persia y Grecia. El 6° es Roma, que estaba en el poder en tiempos del Apóstol Juan. Aún falta por manifestarse el reinado de la bestia en su etapa final. Entonces, ya sabemos que se encuentra en marcha el misterio de la maldad, y que irá incrementando su intensidad hasta llegar al punto en que se manifieste completamente el gobierno humano-satánico de la bestia.
Por otra parte, cuando habla de los 10 reyes que todavía no reciben gobierno, habla una vez más en términos simbólicos como ya sabemos, y se refiere a las fuerzas anticristianas combinadas que en el futuro se dirigirán contra el Cordero, considerando que el número 10 da la idea de algo completo. Estos reyes están unidos en una sola idea y propósito: honrar a la bestia y darle autoridad y dominio. El Anticristo controlará todo el mundo a través de todos los gobernantes, quienes se someterán voluntariamente a Él, y también someterán a sus pueblos.
Los reyes de la tierra fornicaron con esta gran ramera, se involucraron íntimamente y encontraron satisfacción a su deseo en una relación ilegítima, promiscua, sucia. El poder es promiscuo. El poder embriaga, hace perder el sentido y la noción de la realidad. Por eso se dice que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Quienes tienen poder harán lo necesario para mantenerlo. Formarán alianzas con quien deban formarlas, pero estarán dispuestos a romperlas y traicionar a sus aliados para formar nuevas alianzas que les traigan más poder, o cuando vean que simplemente pueden someter o eliminar a sus competidores.
Estos mismos reyes llevan la marca de la bestia: la rebelión, la desobediencia, la blasfemia, la insolencia. Su mismo egoísmo y corrupción los hacen desconocer el amor y el respeto. “La revolución se come a sus hijos”, reza el dicho, y en este caso aplica: los que hicieron una revolución contra Dios terminarán devorándose unos a otros, estos mismos reyes destruirán a Babilonia, la quemarán y devorarán sus carnes, dejándola desolada y desnuda. El egoísmo y la vanagloria que los llevó a alzarse contra Dios, los terminará haciendo destruir su propia ciudad que han levantado, lo que ha pasado muchas veces en la historia.
Aquí vale preguntarse: ¿Pones tus esperanzas en un gobierno humano, en lo que el hombre pueda hacer para alcanzar un mundo mejor? ¿Esperas que llegue ese presidente que lo cambiará todo, ese líder que nos llevará a un mejor mañana? ¿Crees que es el hombre el que tiene que tomar las riendas de su destino, ya que Dios no interviene en los asuntos de la tierra? Todos estos anhelos son propios de los adoradores de la bestia, reflejan la mentalidad y el corazón de un babilonio. Y por eso es tan dañino cuando se dice que la Biblia no habla de política, porque nos deja sin estas herramientas bíblicas para analizar esta parte fundamental de nuestra vida en la tierra.
- La victoria del Cordero y su Iglesia
Pero detrás de todo el escenario que nos muestra este capítulo, se encuentra algo que los incrédulos se niegan a ver y reconocer, pero que al mismo tiempo es la esperanza y consuelo de los cristianos. Tras todo esto, está la soberanía y el gobierno de Dios.
Es Él quien desde un principio sentenció a Babilonia y anunció la destrucción de la bestia y sus seguidores. Él sabe desde un comienzo qué nombres están escritos en el libro de la vida, porque Él los conoció y los amó desde antes de la fundación del mundo, y por tanto sabía también quiénes serían aquellos que adorarían a la bestia, y pertenecerían a la ciudad de Babilonia.
Él también es quien puso en los corazones de los reyes el ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplieran las palabras que Él había anunciado desde un comienzo. Él es tan soberano, que los corazones de los malvados y de aquellos rebeldes a su Palabra no se escapan de su control. Si alguno de ellos escapara de su soberanía, podría frustrar sus planes, pero nadie puede detener la mano de Dios ni preguntarle, “¿Qué haces?” (Dn. 4:35).
Todos los planes de la bestia, de sus reyes y reinos sometidos, de esta gran ciudad Babilonia, no son más que un mal chiste para el Señor, quien los hace añicos y los tuerce para cumplir sus propios propósitos:
“¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? 2 Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra él y contra su ungido. 3 Y dicen: «¡Hagamos pedazos sus cadenas! ¡Librémonos de su yugo!» 4 El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos. 5 En su enojo los reprende, en su furor los intimida y dice: 6 «He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo monte»” Sal. 2:1-6.
Por eso hay un versículo en este pasaje que brilla con luz propia: “Ellos pelearán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque Él es Señor de señores y Rey de reyes, y los que están con El son llamados, escogidos y fieles” (v. 14). Es realmente ridículo que los reyes de la tierra pretendan pelear contra el Creador de todo y vencer, pero eso es lo que intentan. Desde luego, no hay otra posibilidad que una derrota aplastante. El Señor vence sobre ellos sin contemplaciones, y la respuesta también es obvia: porque él es Señor de señores y Rey de reyes.
Y hay un detalle conmovedor: no tendrían por qué estar allí, pero el Señor incluye a los suyos. Incluye a los que están con Él, que son los llamados, elegidos y fieles. Nuestro buen Dios nos asegura la victoria, nos da un consuelo inquebrantable: Él vencerá. Cristo, habiendo muerto por nuestros pecados una vez y para siempre, resucitó, subió a los cielos y ahora reina sentado a la diestra del Padre, esperando a que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies.
Lo que vemos aquí es una sinopsis de ese momento, que en ningún caso está en duda. El Señor vencerá por completo, y su garantía es esa cruz y esa tumba vacía. ¡Él resucitó, y vive para siempre! Aunque la bestia nos persiga, aunque muramos en Babilonia, aunque seamos insultados, excluidos, difamados, golpeados, humillados o incluso asesinados, El Señor nos ha regalado la victoria en Cristo Jesús. ¿Qué tienes que hacer para ser victorioso con Cristo? Creer en Él, depositar tu esperanza, tu confianza en Él, en que sólo Él es Rey de todo y gobierna sobre toda la creación.
Babilonia caerá, como nos cuenta el cap. 18. Sus pecados se amontonarán como la basura en un vertedero, cada vez más hasta llegar al cielo, hasta poner toda esa basura podrida a Dios en su rostro, por lo que Dios se acordará de sus rebeliones y ordenará pagarle según sus obras, devolverle todo ese río de maldades que ha hecho. Todo ese vino intoxicante de fornicación que ella dio a beber a las naciones se trasformará en la copa del vino puro de la ira de Dios derramado en su contra.
Babilonia se glorifica a sí misma, tal como los constructores de la torre de Babel que buscaban un nombre famoso. No reconocen a Dios en sus caminos, por tanto, el los destruirá. Quieren la gloria de Dios para ellos, y al vivir sensual y lujosamente, demuestran que están centrados en ellos mismos y no en su Creador. Babilonia se cree eterna, piensa que nunca vendrá mal sobre ella, dice “‘Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda y nunca veré duelo (llanto)’” (18:7). Pero su destrucción será repentina y definitiva, la ramera no podrá levantarse nunca más de las ruinas.
En todo esto, recordemos que Babilonia es la nacionalidad espiritual de los rebeldes a Dios, y es el sistema de maldad que ellos construyen sobre su pecado. ¿Cuál es nuestra nacionalidad como cristianos? Pertenecemos a la Nueva Jerusalén. Ella es la Santa Ciudad que Dios ha dispuesto para habitar con los suyos. Esa es nuestra nacionalidad, que viene del Cielo, que nace de Dios, más allá de nuestro país terrenal. Estas son las dos grandes ciudades que se muestran en Apocalipsis: Babilonia y la Nueva Jerusalén, y sus ciudadanos tienen destinos diametralmente opuestos.
Podríamos decir que la única forma de ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén es la nacionalidad por gracia. Por algo el Apóstol Pablo le llama: “la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros” (Gá. 4:26), y también afirma: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).
Este pasaje, entonces, nos confronta, nos lleva a preguntarnos cuál es nuestra nacionalidad. ¿Somos de Babilonia o somos de la Nueva Jerusalén? Los babilonios llevan la marca de la bestia, que es la rebelión de corazón hacia Dios, la desobediencia. Se caracterizan por vivir en pecado. Aunque parezcan moralmente decentes por fuera, sus corazones están entregados a la maldad y la corrupción; como lujuria, egoísmo, consumismo, embriaguez, codicia, mentira, desobediencia contra los padres, idolatría; en fin, se trata de una persona cuyo corazón no ha sido transformado por Dios y que por tanto se encuentra en tinieblas, entregada a su pecado, cualquiera sea éste.
Los de la Nueva Jerusalén, aunque luchan con su propio pecado, han creído en Cristo y están siendo reformados por el Espíritu Santo y por la Palabra de Verdad que va actuando en ellos, para hacerlos conforme a la imagen de Cristo.
La Escritura nos exhorta: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. En el lenguaje de Apocalipsis, el amor al mundo se traduce en amar a Babilonia, en ser un babilonio.
¿Qué es para ti una vida digna? ¿Cuál es tu esperanza? ¿Cómo defines la justicia, la paz y el amor? ¿Qué es lo que más deseas para tu vida y para la sociedad en la que vives? ¿Cuáles son tus mejores anhelos para tu familia? ¿Para qué trabajas cada día? ¿Para qué vives? ¿Dónde te sientes más cómodo, entre los no creyentes o en la iglesia? Si miras tus amistades íntimas, ¿Están entre los que aman a Cristo o entre los que aman este mundo? Si pusiéramos en un papel tu forma de pensar, tu estilo de vida, los temas que te gusta conversar, tus pasatiempos, tus intereses, tus proyectos, tus deseos, ¿Qué encontraríamos en todo esto, a la Nueva Jerusalén o a Babilonia?
La manera en que respondas a estas preguntas te ayudará a determinar si tu nacionalidad espiritual es Babilonia o la Nueva Jerusalén. Si dudaste, si no estás seguro, o si crees que eres de Babilonia, es tiempo de que te definas por Cristo, todo lo demás es ruina, desolación y destrucción, es oscuridad, engaño, mentira y muerte. Sólo en Cristo está la verdadera vida, sólo Él puede ser nuestra ciudad, nuestra casa, nuestro refugio. No sólo eso, es la Palabra de Cristo la que debe moldear la forma en que vemos el mundo y nuestra vida aquí.
No hay lugar para la neutralidad, espiritualmente no hay algo así como Suiza, una nación neutral. Espiritualmente o somos ciudadanos de la Nueva Jerusalén, o somos ciudadanos de Babilonia, esta gran ramera madre de todas las abominaciones. Considera que puedes tener tu cuerpo sentado en una banca de la iglesia mientras tu corazón está en Babilonia. Puedes mencionar a Cristo en tus labios, y al mismo tiempo ser un ciudadano de la gran ramera. Una ciudad, más que por sus edificios, sus parques y sus calles, está hecha por sus ciudadanos. Lo que le da la identidad a Babilonia es el corazón corrupto y lleno de tinieblas de sus ciudadanos.
Recuerda que Daniel también vivió en Babilonia, y dice la Escritura que él “… propuso en su corazón no contaminarse” (Dn. 1:8). En Apocalipsis, se nos exhorta con fuerza: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; 5 porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades” (Ap. 18:4-5). Esto no significa que tenemos que ir a fundar una comunidad sectaria en un lugar escondido del campo o a las montañas. Se refiere a no tener parte con ellos, a no participar de las obras de las tinieblas, a no pensar como ellos, a no actuar como ellos, a no hablar como ellos, a no tener sus prioridades, ni sus criterios, ni sus lógicas, ni sus ideologías, ni su estilo de vida. ¿Por qué? Porque ellos viven para sí mismos, mientras que nosotros vivimos para Cristo, para la gloria de Dios. Somos de otra ciudad, tenemos otra nacionalidad, somos de la Nueva Jerusalén.
Recuerda que somos una nación santa, que vivimos en el mundo, pero no pertenecemos a él. Recuerda que somos extranjeros y peregrinos, que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (He. 13:14). La Iglesia tiene el sello del Espíritu Santo, mientras que los babilonios tienen la marca de la bestia. Es la misma diferencia que existe entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas.
Por eso el Señor dice a su pueblo: “Regocíjate sobre ella, cielo, y también ustedes, santos, apóstoles y profetas, porque Dios ha pronunciado juicio contra ella por ustedes” (18:20). ¿Te das cuenta? Los babilonios llorarán ante la caída de su ciudad, mientras que la Iglesia y todo el cielo celebrarán esta caída tremenda. No se puede ser neutral, ¿Qué harás en ese día? ¿Llorarás o celebrarás? Recuerda que Babilonia es una ramera, es la madre de las rameras y las abominaciones de la tierra, odia a Cristo y está ebria de la sangre de los cristianos, ha sido violenta y sanguinaria con nuestros hermanos.
Es Cristo quien hace la diferencia entre pertenecer a la mujer santa de Apocalipsis 12, o pertenecer a esta gran prostituta que será destruida. Es Cristo quien hace la diferencia entre ser ciudadano de la Nueva Jerusalén, o ser ciudadano de Babilonia, la ciudad que va camino a la perdición y que está llena de inmundicia. Hoy es el día, ven a tu Creador y haz las paces con Él por medio de Cristo. Que Cristo sea nuestra ciudad, nuestro refugio, nuestra victoria. Amén.