Por Álex Figueroa
Luego de las anteriores exposiciones sobre las cartas a las iglesias de Éfeso y Esmirna, corresponde ahora analizar la carta de Cristo a la iglesia en Pérgamo."12 Y escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto: 13 Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás. 14 Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. 15 Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco. 16 Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca. 17 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe" (Apocalipsis cap. 2).
Introducción a la ciudad
Pérgamo, cuyo nombre significa “ciudadela” en griego, corresponde a la moderna Bergama, y estaba localizada 25 km tierra adentro, emplazada sobre una colina de forma cónica que se levanta a 300 m sobre el valle. Fue la capital de la región hasta que el último de los reyes de esta ciudad transfirió su reino a Roma en el 133 a.C., luego de lo cual se convirtió en la ciudad principal de la nueva provincia de Asia y siendo la primera en toda la región en levantar un templo de culto al César, levantado el 29 a.C. Posteriormente, un segundo altar fue dedicado a Trajano, lo que multiplicó el prestigio de Pérgamo en el Asia pagana. También hay registro de un templo levantado en honor al emperador Adriano. Esto evidencia que esta ciudad estaba profundamente romanizada, y comprometida con el culto pagano al César, siendo un referente en la región en este sentido.
Por todo lo anterior, se le identifica como la capital de Asia, lo que da muestra de que se trataba de una ciudad muy importante en la región, siendo el primer centro administrativo. El procónsul (administrador provincial) que residía en la ciudad tenía el poder de la espada, para decidir si alguien debía vivir o morir.
Se adoraba también a los dioses Zeus, Atena, Dionisio y Asclepio. Este último era el dios de la curación, y atraía a muchas personas que acudían a sanarse de sus enfermedades. Su símbolo de adoración era una serpiente, lo que se expresaba incluso en las monedas de la ciudad, en la que aparecía un emperador (Caracalla) saludando a una serpiente enroscada alrededor de un árbol joven torcido.
En el peñasco que se levantaba sobre Pérgamo estaba colocado un altar a Zeus de unos 13 m, que era parecido a un trono, el cual se encuentra actualmente en el museo de Berlín. Se levantó para conmemorar la derrota de un ejército bárbaro, lo que se representó con imágenes de un conflicto entre dioses y gigantes. Por lo mismo, a Zeus se le llamó “el Salvador”.
Pérgamo era además una ciudad cultural, y por una razón particular. Debido a un bloqueo económico, impulsado por Egipto, nación que prohibió exportar papiros (que era el material en que más comúnmente se escribía por aquellos días), Pérgamo desarrolló los pergaminos, que deben su nombre a la ciudad, y que estaban hechos de cueros de animales. Relacionado con esto, tenía una de las bibliotecas más notables de la antigüedad, que llegó a almacenar unos 200 mil rollos, compitiendo incluso con la célebre biblioteca de Alejandría.
Todas estas características de la ciudad, aunque la hacían célebre y gloriosa en términos humanos, además de muy valorada por el poder más importante de la época y quizá uno de los más notables en toda la historia de la humanidad, es decir, el Imperio Romano; pese a todo esto, digo, la hacían muy problemática para la presencia de los cristianos.
A Zeus y a Asclepio se les llamaba “soter”, que en griego significa “salvador”. Era imposible para los cristianos considerarlos de esa manera, pues para ellos el único Salvador (soter) es Jesucristo. Además, nunca podían pronunciar el lema “César es el Señor”, porque para ellos el título “Señor” estaba reservado exclusivamente para Jesucristo. La ciudad tenía numerosos templos, pero los cristianos no tenían ningún templo físico, y decían que su comunión cristiana e incluso sus cuerpos físicos servían de templo al Espíritu Santo (1 Co. 3:16; 6:19). En lugar de pedir sanidad a Asclepio, ellos recurrían a Jesús, entregándose a su voluntad sobre si resultarían sanados o no finalmente.
En resumen, para los cristianos la vida en Pérgamo estaba llena de puntos de conflicto con sus habitantes paganos, y por supuesto que también con la colonia judía. Los romanos los llamaban despectivamente christiani, y los judíos les decían nazarenos. Se les acusaba de infidelidad a Roma, de sedición (rebelión contra el orden establecido), y por lo mismo eran perseguidos, humillados y condenados a muerte. A pesar de todo esto, los cristianos en la ciudad aumentaban y la iglesia florecía.
La vida de los cristianos en Pérgamo
Imaginemos por un momento la presión social que existía sobre estos cristianos. Recordemos que en aquel entonces no existía la separación entre iglesia y Estado que conocemos ahora. Para ellos la política estaba muy ligada a la religión, y se consideraba que ella era un elemento de unidad del pueblo. Es decir, podían tener distintas religiones, siempre que observaran un culto común al de los demás habitantes del imperio (recordemos que eran politeístas, creían en más de un dios). Entonces, se les permitía tener su propia religión, siempre que observaran el culto al emperador.
Si los cristianos eran invitados al templo, lo que era una actividad cotidiana y muy importante para la ciudad, ellos dirían que no a la invitación, lo que por lo menos tendría como respuesta una mirada de extrañeza o un menosprecio. Por este tipo de negativas serían marginados de la sociedad, y perderían sus trabajos.
Ciertamente en nuestro contexto no vivimos una persecución tan cruda, pero pensemos en nuestra vida cotidiana. Constantemente las personas no creyentes nos hacen invitaciones a actividades que para ellos no reportan problema alguno, pero que colisionan con nuestra fe. El decir que no en muchos casos causa molestia, incomprensión, burlas y otras reacciones adversas, y generalmente no nos considerarán parte de “su grupo”, aunque no nos traten de manera hostil.
Y es que sería extraño que no hubiera una diferencia. El cristiano ha muerto a sí mismo, ya no vive para sí, sino que vive para Cristo. Como dice la Escritura, “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Ro. 14:8). ¿Cómo podría entonces vivir de la misma manera que quien vive para sí mismo? Servimos a otro Señor, nuestra vida se configura completamente en torno a Cristo y a su Palabra. Ese solo hecho marca una diferencia con los no creyentes, ellos están muertos en sus delitos y pecados, nosotros hemos recibido vida en Cristo Jesús, no por mérito nuestro, sino por su pura gracia.
Entonces, el cristiano no quiere ser diferente para ser mejor a los demás. No es que busque ser reconocido como “el bueno”, o “el justo” para brillar con luz propia. No, eso no es cristianismo, sino moralismo. El cristiano es diferente porque ha sido transformado por la gracia de Dios, ha pasado de muerte a vida, ha sido impactado por Jesucristo, su obra, su Evangelio, su Palabra Santa, y el Espíritu Santo ha hecho de él una nueva criatura.
Esa es la colisión que se estaba produciendo entre los cristianos de Pérgamo y los habitantes de la ciudad. Estaban siendo despreciados por todos. Pero el Señor Jesús ya había advertido de esto antes: “Recuerden lo que les dije: ‘Ningún siervo es más que su amo.’ Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán” (Jn. 15:20, NVI). La persecución es un precio que debemos pagar por vivir en un mundo caído, que está en rebelión contra Dios, que aborrece su Palabra y su voluntad perfecta.
Sin embargo, hay una corriente cristiana muy popular por nuestros días que sostiene que a los cristianos nada les resultará mal. Presentan a Cristo como la solución a los problemas del hombre, lo que en último término es verdad, pero ellos se refieren a que no pasaremos sobresaltos ni tribulaciones una vez que nos convirtamos, cuestión que sabemos que no es así por las Escrituras, y el mismo Cristo lo advirtió. Lo cierto es que la vida cristiana está llena de sufrimientos y de pruebas, lo que no significa que esté desprovista de gozo, ya que el Señor nos consuela y nos alienta en medio de esas dificultades.
La Escritura dice: “2 Así que les enviamos a Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo, con el fin de afianzarlos y animarlos en la fe 3 para que nadie fuera perturbado por estos sufrimientos. Ustedes mismos saben que se nos destinó para esto, 4 pues cuando estábamos con ustedes les advertimos que íbamos a padecer sufrimientos. Y así sucedió” (1 Tes. 3:2-4).
Pero Cristo también nos enseñó que en todo esto somos dichosos: “10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mt. 5:10-12).
Así, mientras eran perseguidos, asediados, despreciados y humillados en la tierra, eran galardonados en el Cielo, lo que por supuesto era un motivo de alegría que podía opacar todas sus tribulaciones pasajeras. Para los fieles creyentes nadie está más alto que su Señor, ninguna ley humana tiene precedencia por sobre la ley de Dios, y ninguna enseñanza puede suplantar el Evangelio.
Y es que, como ya se enunció más arriba, los cristianos de Pérgamo vivían en una ciudad especialmente adversa a su fe. Esto porque era una ciudad especialmente comprometida con el culto al emperador, y con la adoración a prominentes dioses griegos. Tanto es así, que el Señor Jesús en su carta describe a la ciudad diciendo: “Sé dónde vives: allí donde Satanás tiene su trono” (v. 13).
En primer lugar, ¡Qué privilegio y qué consuelo! El Señor afirma que sabe dónde ellos viven. Él los está mirando, está pendiente de ellos, los está cuidando, no los ignora ni los pasa por alto, ¡El Señor está con ellos! Muchas veces pasamos por momentos de duda, en donde nos preguntamos si realmente el Señor estará con nosotros, si será verdad que él efectivamente nos guarda y está sosteniendo nuestras vidas. Estas simples palabras, “Sé dónde vives…” traen muchísimo aliento a una iglesia que está sufriendo persecución.
Esto nos recuerda otras porciones de las Escrituras:
“1 Señor, tú me examinas, tú me conoces. 2 Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. 3 Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. 4 No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. 5 Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. 6 Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo” (Sal. 139:1-6)
“2 Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. 3 No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida. 4 Jamás duerme ni se adormece el que cuida de Israel” (Sal. 121:2-4).
Sus perseguidores no estaban fuera del control ni del alcance del Señor, aun cuando ellos vivían donde Satanás tenía su trono, y como agrega después, se trata de “esa ciudad donde vive Satanás” (v. 13).
La palabra “trono” aparece 42 veces en Apocalipsis, 40 de ellas referidas al Trono de Dios, y 2 al trono de satanás. Vemos que en el libro se contrasta permanentemente el reinado universal, absoluto e indiscutido de Dios con el reinado temporal y limitado de satanás, siempre sujeto al control del Señor.
Pero, ¿A qué se refiere aquí con “trono de Satanás”?
Según los comentaristas, puede referirse al gran altar en forma de trono dedicado a Zeus, notorio en la ciudad; o al culto a Asclepio, quien era personificado con una serpiente. También podía deberse a que Pérgamo era una ciudad principal en cuanto al culto al emperador, siendo la primera en toda la región de Asia que levantó un templo para adorarlo. Los cristianos que se negaban a reconocer al César como su señor y dios se enfrentaban con la confiscación de sus bienes, el exilio o la muerte. Cualquiera sea la interpretación (aunque puede tener algo de todas), se enfatiza la obra de Satanás y su engaño sobre las personas de la ciudad. Él dominaba sus corazones.
De hecho, esta persecución había llegado al punto de las ejecuciones de cristianos. El mismo Señor Jesús habla de Antipas, a quien llama “mi testigo fiel”, un mártir cristiano en la ciudad (recordemos que el griego martyr significa “testigo”). Su muerte ocurrió antes de que se escribiera Apocalipsis, y en su martirio el Señor Jesús puede estar representando a muchos otros cristianos que murieron por su causa en Pérgamo. De acuerdo a la tradición, el Apóstol Juan ordenó a Antipas como obispo siendo emperador Domiciano. Se dice que fue martirizado cerca del año 90 d.C., siendo quemado lentamente en dentro de un becerro de bronce ardiendo.
Al matar a Antipas, satanás y los ciudadanos de Pérgamo bajo su gobierno estaban diciendo que la cosa iba en serio. Ser cristiano, un cristiano que vive consecuentemente con su fe, se paga con la muerte. La persecución era algo real, y con esto los miembros indecisos de la iglesia se verían tentados a abandonar su fe y preservar su vida. Aquí toma mucho sentido lo dicho por Cristo: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mt. 16:25, NVI).
Al vivir en el mismo lugar que Satanás, y donde éste tiene su trono, entonces, los cristianos podían esperar persecución en su contra y muerte. El maligno está allí donde ellos viven. Pero ellos no debían temer, porque no estaban bajo el maligno como el resto del mundo. Aquí resuenan con toda su fuerza las palabras de la Escritura: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4). Su victoria ya estaba asegurada, aunque por ahora debieran enfrentar diversas pruebas y aun perder su propia vida física, su vida ya estaba escondida con Cristo en Dios, esperando manifestarse cuando todo se consume.
Estas verdades deben haber consolado a estos cristianos perseguidos en Pérgamo. Por gracia de Dios, estos creyentes se habían mantenido firmes aun en los momentos más difíciles y de mayor riesgo: “… sigues fiel a mi nombre. No renegaste de tu fe en mí, ni siquiera en los días en que Antipas, mi testigo fiel, sufrió la muerte en esa ciudad donde vive Satanás”.
Sus perseguidores quisieron enterrarlos, pero se olvidaron de que eran semillas. Los mártires significaron pérdidas dolorosas para la iglesia, pero su testimonio de perseverancia y fidelidad hasta la muerte implicaba un poderoso impuso para el mensaje de Evangelio. Esta es una verdad que también debe impactarnos ahora. Si no estamos viviendo ahora para Dios, no pensemos que moriríamos por Él. Si ahora no le estamos entregando nuestra vida, si en este momento no nos sometemos completamente a Él reconociendo que le pertenecemos y que no somos nuestros, entonces llegado el momento en que la espada se pose sobre nuestro cuello tampoco podríamos renunciar a nuestra vida por el Señor.
Hoy, cuando la persecución es bastante menos intensa, podemos renegar de nuestra fe en Cristo aun en el pequeño nivel en el que somos perseguidos. Podemos avergonzarnos de reconocer que somos cristianos ante nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo, ya que ahora nos verían distinto y quizá nos excluyan de muchas de sus reuniones. Por lo mismo, podemos temer de mostrarnos devotos al Señor, o celosos en guardar sus mandamientos, y preferimos reírnos con ellos en sus blasfemias y en sus groserías. No queremos que nos consideren “graves”, así que preferimos recortar la cruz que llevamos sobre nuestras espaldas al mínimo peso posible, optando por hacer bromas sobre nuestra fe. No habría nada peor que el hecho de que creyeran que seguimos a Cristo en serio, como a esos fanáticos a los que tanto desprecian.
Tú que estás viviendo de esta forma, ¿Qué te hace pensar que serías contado dentro de los fieles que no renegaron de su fe? Si en una era de persecución soft, casi imperceptible, como la que vivimos hoy, reniegas tan fácilmente del Señor Jesús y de su cruz, ¿Qué harías cuando llegue la espada, la confiscación de bienes, el exilio, los latigazos, las torturas, las balas, el encierro? Si ahora tu compromiso con la iglesia es débil, si te cuesta participar cuando existen los medios y la paz social para hacerlo, si rehúyes servir con tus dones a tus hermanos, si te resistes a entregarte por completo, ¿Cómo lo harás cuando se presente la persecución descarnada, cuando asistir a la iglesia sea sinónimo de muerte o de pérdidas significativas?
No debería ser necesario un mártir para demostrarnos cuán digno es Cristo de ser adorado, y cuán merecedor es de que vivamos para Él.
El poder de la vida y la muerte
Pero había otra verdad con la que Cristo quiso animar a los cristianos de Pérgamo. Él les dijo: “El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto” (v. 12). Literalmente dice “el que tiene la espada la de doble filo, la afilada”. De acuerdo a los comentaristas, aparte de ser de dos filos y estar afilada, es decir, lista para operar, la palabra griega indica que se trata de una espada larga.
¿Qué significa esto?
Lo primero que podríamos pensar es en la espada del espíritu, la Palabra de Dios. Más aún si en Hebreos 4:12 nos dice que la Palabra de Dios es “más cortante que toda espada de dos filos”. Aunque esto es verdad, es decir, Cristo tiene la Palabra, e incluso ES la Palabra de Dios hecha hombre, el texto aquí se refiere a otra cosa.
Se relaciona más bien con el concepto de espada que vemos en Romanos cap. 13: “3 Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; 4 porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo”.
Es decir, la espada aquí se refiere a la potestad de juzgar, al poder sobre la vida y la muerte. Las autoridades humanas tienen el poder de la espada, pero se trata solo de una pálida sombra de la potestad de la espada que posee el Señor. Es una espada de dos filos, y está afilada. Esto nos asegura primero que el Señor tiene el poder sobre la vida y la muerte, y por otra parte que el Señor hará justicia, y está presto a hacerlo.
Recordemos lo dicho antes, el Procónsul de Pérgamo tenía el poder de la espada para decidir sobre la vida y la muerte. De hecho eso había ocurrido con Antipas, quien murió por Cristo. Pero aquí es Cristo quien está asegurando a la iglesia en Pérgamo que Él es quien tiene ese poder de forma absoluta, y que ciertamente hará justicia por la muerte de sus santos. Es algo que se menciona más adelante en el libro de Apocalipsis: “9 Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su testimonio. 10 Gritaban a gran voz: «¿Hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?»11 Entonces cada uno de ellos recibió ropas blancas, y se les dijo que esperaran un poco más, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a sufrir el martirio como ellos” (Ap. 6:9-11, NVI).
En otras palabras, los creyentes de Pérgamo podían seguir siendo fieles con tranquilidad, pese a que eso significara más persecución y muerte, porque quien tiene el control de todo es el Señor, y Él mismo se encargará de hacer justicia y vindicar su nombre. Él es quien tiene el poder. Él es quien llevará su obra a cabo y quien vencerá, haciendo partícipe de su victoria a su Iglesia.
Reflexión Final
Algo que llama la atención de las cartas del Señor Jesús a las iglesias, es que conoce los aspectos característicos de la ciudad, y se presenta a las iglesias haciendo un juego de ideas con esas características. Por ejemplo, aquí se presentó como quien tiene la espada de dos filos afilada. Además, el mensaje que daba a las iglesias se relacionaba con características distintivas de su ciudad, algo que para ellos era relevante y cotidiano.
Otro punto importante es que Cristo conoce íntima y profundamente a todas las iglesias. Él les asegura “conozco tus obras”, “sé dónde vives” y sabe también de su trabajo y de su fe. Lo más sorprendente de esto es que las elogia, pese a que sabemos que su trabajo y su fe son dones de Dios, y que siendo nosotros pecadores nunca creeremos ni serviremos de forma perfecta. Sin embargo, Cristo dice conocer estas cosas y los elogia por ello.
Cristo cumple así su Palabra de estar con su Iglesia todos los días hasta el fin del mundo. Él está personal y directamente involucrado con nuestro acontecer como congregación, pero no solo con lo que ocurre internamente, sino con nuestra relación con la ciudad en la que vivimos.
Cristo conoce a Santiago, y sabe perfectamente sus características distintivas. También conoce a Iglesia Bautista Gracia Soberana, sabe dónde vivimos, y quiere que seamos fieles en medio de nuestra ciudad, que demos testimonio de su Evangelio, que demos nuestra vida por Él en esta ciudad. Aquí no me refiero necesariamente a morir de forma física. Dar nuestra vida es reconocer que Él es nuestro dueño, vivir como ofrenda a Él, sea que vivamos o que muramos físicamente es el mismo principio.
Notemos que no le escribió a ninguna iglesia que viviera en el desierto en una comunidad cerrada, apartada y aislada de los no creyentes. Escribió a iglesias en medio de ciudades determinadas, en su cotidianidad, mencionando aspectos de su día a día. Como afirmó Dietrich Bonhoeffer: “el lugar de la vida del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo. Ahí está su misión y su tarea. «El reino de Jesucristo debe ser edificado en medio de tus enemigos. Quien rechaza esto renuncia a formar parte de este reino, y prefiere vivir rodeado de amigos, entre rosas y lirios, lejos de los malvados, en un círculo de gente piadosa. ¿No veis que así blasfemáis y traicionáis a Cristo? Si Jesús hubiera actuado como vosotros, ¿quién habría podido salvarse?» (Lutero)”.
Es necesario, entonces, vivir en este campamento enemigo, en esta ciudad donde vive Satanás y donde las personas no aman a Cristo. Él dio su vida para que nosotros pudiéramos tener vida. Ofrendemos nuestra vida en respuesta, consumámonos en esta ciudad, sea que vivamos o que muramos, de Él somos, y Él sigue teniendo el poder de la espada sobre la vida y la muerte. Esa espada de dos filos afilada caerá sobre Santiago. ¿De qué lado estarás cuando eso ocurra?