Trabajando juntos en Su Obra (Neh.3)

Coloquemos en contexto el libro de Nehemías. Recordemos que Judá fue exiliada a Babilonia por casi 50 años producto de su pecado y rebelión, el Señor, en su misericordia, despertó el corazón del rey Ciro (Is.44:28) quien mando a edificar el templo bajo las ordenes de Zorobabel junto a la primera oleada de exiliados desde Babilonia. Un segundo grupo regreso bajo las órdenes de Esdras y el libro de Nehemías nos muestra la travesía del tercer grupo de judíos que regresan a Jerusalén. En Neh.1:3 observamos el contexto en el cual se está desarrollando todo el trabajo descrito en nuestra lectura. Nehemías recibe noticias del remanente de Israel que había vuelto de Babilonia: está en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego (Neh.1:3). Sus hermanos estaban en peligro y Jerusalén estaba reducida a escombros. Cuando Nehemías escucha esto se sienta, llora, hace duelo, ayuna y ora delante del Señor (Neh.1:4). Su aflicción era motivada porque Dios era deshonrado y porque la existencia e identidad su pueblo estaba en peligro. Recordemos que las murallas de Jerusalén separaban a los judíos de los demás pueblos, sin ciudad y sin muros el plan redentor estaba bajo amenaza, pues de los judíos vendría el Salvador y estaban expuestos al exterminio.

El Señor responde la súplica de Nehemías por medio del rey Artajerjes, quien lo envía a Jerusalén a iniciar la reconstrucción de la ciudad, pero cuando llega a su destino observa un escenario adverso: “Pasé luego a la puerta de la Fuente, y al estanque del Rey; pero no había lugar por donde pasase la cabalgadura en que iba” (Neh.2:14). Los muros estaban en tal mala condición que Nehemías no encontraba lugar para pasar con su caballo, es decir, era imposible la entrar a la ciudad y habitarla, no podían acceder al templo reconstruido por Zorobabel y adorar, por lo tanto, era imperioso poner manos a las obra. A pesar del escarnio de los enemigos y las circunstancias, Nehemías resuelto dice: “El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos” (Neh. 2:20). Define a los reconstructores como siervos de Dios. Este listado no es un tedioso recital de nombres olvidados, sino que preserva la memoria de siervos heroicos que tuvieron un papel fundamental en la continuidad del plan redentor de Dios. Así como Esdras restauro la relación del pueblo con la ley, colocando murallas espirituales que resguardaron al pueblo del desastre espiritual, de la misma forma, Nehemías y estos siervos se disponen a restaurar los muros físicos del lugar de Dios para el pueblo de Dios.

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1.Trabajando con prioridades

Imagina que debes reconstruir un muro de un largo de 2600 metros, en un periodo de 52 días (Neh.6:15) y los escombros son el paisaje que adorna la ciudad a reconstruir ¿cuáles serían tus prioridades? ¿Cómo, dónde, cuándo y quién debe comenzar el trabajo? El texto es categórico sobre esto: Entonces se levantó el sumo sacerdote Eliasib con sus hermanos los sacerdotes, y edificaron la puerta de las Ovejas (v.1)

Los sacerdotes eran los encargados de instruir la ley, fiscalizar los animales para el sacrificio, guardar el templo, pero en esta oportunidad su ejemplo servicial fue la enseñanza más clara y potente hacia el pueblo. No tuvieron reparos en usar sus manos, tomar una pala y trabajar. Se encargaron de reconstruir la puerta de las Ovejas, situada al noroeste de la ciudad la cual franqueaba el paso hacia el templo. ¿Qué es lo que había en el templo? El arca, y el arca representaba el trono de Dios en la tierra. Un reino sin trono no es un verdadero reino. Eliasib y los sacerdotes nos enseñan que lo prioritario en nuestro servicio es buscar primeramente el reino de Dios y su justicia (Mt.6:33). Necesitamos reconocer que el servicio que Dios nos da por medio de Su Palabra y Su presencia es lo prioritario es nuestras vidas, que cualquiera de nuestros servicios es siempre inferior a lo que él hace por nosotros. ¿Cómo sabemos que estamos priorizando el reino de Dios? Sirviendo y entregándonos a Dios a través de nuestros hermanos en el reino visible de Dios que es la Iglesia local: el trono de Dios aquí en la tierra.

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Quizás dirás que ya sirves en el reino de Dios, pero es preciso distinguir el activismo del verdadero servicio. Todo adorador es un servidor, pero no todo servidor necesariamente es un adorador. El activismo disocia la adoración del servicio, nos afana y fragmenta nuestra vida de piedad. Sus primeras víctimas son la vida de oración, lectura y meditación de la Palabra medios básicos para adorar a nuestro Señor. El activismo nos lleva a salidas rápidas, con paliativos y parches del momento, nos seduce porque lo que “funciona” es lo que gusta y se premia, colocando al propio servicio en centro como prioridad y no al Dios que se busca adorar por medio de ese servicio. Hay formas de servir que son una ofensa para Dios, podemos estar sirviendo en algo legítimamente bueno, pero con la actitud incorrecta y eso es porque hemos perdido de vista la prioridad de la adoración a Dios en nuestras vidas. La adoración es deleitarnos en el Señor (Sal.37:4), es la satisfacción plena y total en la persona de Jesús, es el gozo no por nuestra obra, sino por Su obra en nosotros. ¿Cuál es tu máxima prioridad? ¿En qué depositas tus esfuerzos, dinero y tiempo? Dale respuesta a esa pregunta y no solo no sólo encontraras tus prioridades, sino que también encontraras al dios que hay detrás de tus prioridades. Para los siervos de Dios la máxima prioridad está en el más grande mandamiento: “Amar (es decir, adorar y servir) a Dios con todo el corazón, mente y fuerzas y (amar y servir) a tu prójimo como a ti mismo” (Mt.22:37).

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Otra prioridad en la reconstrucción de la ciudad fueron los muros frente a las casas: “Jedaías restauró frente a su casa (v.10); Benjamín y Hasub restauraron frente a su casa (v.23); Desde la puerta de los Caballos los sacerdotes restauraron cada uno frente a su casa (v.28)

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Una de las visiones contemporáneas que se ha instalado en nuestras mentes es que los únicos trabajos válidos son los visibles, estar en el pulpito o en algún servicio más notorio a nuestros ojos. Muchos, tristemente, sirven al ojo olvidando el más íntimo servicio, el servicio invisible que solo Dios ve: el de nuestras casas. Podemos estar muy activos en la Iglesia local, pero puede ser que las murallas de nuestra propia casa estén en la peor ruina. Dios nos exigirá cuentas por nuestro servicio, incluyendo el más doméstico. El estado espiritual de tu casa es proporcional al servicio que ahí brindas. En el lugar más íntimo, todos los días, hay que levantar la pala y la espada. Nuestra Iglesia local no podrá aspirar a más de lo que refleje nuestro servicio más básico en nuestros hogares. Fervientemente creemos en la máxima de que nuestros problemas tienen solución en la Palabra, por eso varón, debes subir al púlpito de tu casa y restaurar aquellas partes del muro que están arruinados. Este es un trabajo que solo tú puedes hacer, tus pastores te pueden equipar, ayudar y aconsejar, pero solo tú eres el pastor de tu hogar, tú estás a cargo de esa parte del muro.

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Glorifica a Dios sirviendo a tu esposa, ámala como Cristo amó a la Iglesia, instrúyela en la Palabra, pasen tiempo juntos, recréense en su amor, cría a tus niños en la disciplina y amonestación, juega con ellos, siembra en sus corazones las semillas del Evangelio, así estarás dando uno de los servicios más grandes que un hombre puede realizar a su congregación: gobernar bien tu casa. No tendrás autoridad en tu casa sino sirves prioritariamente en tu casa. ¿Quieres respeto y autoridad? ¡Sirve! ¿Quieres que tus hijos te amen y sirvan? ¡Sírveles! Pues toda verdadera autoridad es derivada de nuestro servicio.

No es preciso atravesar los mares o desiertos para convertirte en siervo de Cristo, reconoce los límites que Dios te ha dado, nuestro Señor mismo los reconoció durante todo su ministerio, nunca salió de la región de Palestina a predicar por el mundo y se sometió voluntariamente al lugar de servicio que el Padre le encomendó. Ciñe tus lomos, toma valor y ahuyenta por medio del poder de la Palabra hasta las pequeñas zorras que puedan echar a perder el viñedo de tu hogar, toma como lema estas palabras: Levántate, porque es tu obligación (Esd.10:4).

2.Trabajando con humildad y fervor

Al leer este capítulo empezamos a cobrar entusiasmo viendo que todos participan y colaboran en la edificación de su ciudad. Sin embargo, el v.5 nos muestra irónicamente una orgullosa e ilustre negación al servicio: E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor (v.5)

Todos sabían de la urgente necesidad de servir en los muros y las puertas, pero estos nobles se negaron a cooperar, no se ofrecieron voluntariamente al Señor. Negarse al servicio es colocarse voluntariamente en una peligrosa y riesgosa posición. Ampliemos esto con Jue. 5:2: “Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, Por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, Load a Jehová” (Jue. 5:2). Este es el canto de victoria de Débora y Barac, ellos alaban a Dios por aquellos que se ofrecieron voluntariamente en servicio al Señor. Pero en el v.23 se muestra un contraste terrorífico: “Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; Maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová (v.23). Los habitantes de Meroz se negaron a servir al Señor en la batalla contra los enemigos de Israel, y el texto dice que el Ángel de Jehová manda a los Israelitas a maldecir a quienes no socorrieron. Y ¿a quién no socorrieron? El texto dice: “A Jehová”. Es decir, quien no sirve al pueblo de Dios está negando su servicio directamente al Señor. A pesar de que Dios no nos necesita hay una gran bendición en servir por y para él, poniéndonos a Su disposición cualquiera sea el riesgo o el costo. A la inversa, hay un despropósito y maldición para los que hacen lo contrario, para aquellos que se quedan en casa y no luchan por el Señor y su pueblo, pues al final lo que esa decisión refleja es el escaso o nulo amor que se tiene por Cristo, por su obra y su pueblo: “El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema (maldito)” (1 Co.16:22).

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El texto dice que estos Tecoítas “no apoyaron la obra”, en el original hebreo la idea es que ellos no doblegaron “su cuello al “yugo” del servicio. Lev.19:19 dice: “No ayuntaras dos clases distintas de tu ganado. Un buey y un asno no podían estar en el mismo yugo porque la forma de caminar del buey es siempre recta y constante, en cambio el asno se detiene cuando se le antoja, no tienen sincronía, no pueden caminar juntos, es un yugo desigual. Los nobles Tecoítas eran los asnos que detenían, obstaculizaban y hacían más pesada la obra. El concepto de yugo no es un concepto negativo en las Escrituras, sino que nos ayuda a profundizar el concepto de servidumbre. O estamos bajo el yugo del pecado en sintonía con los placeres de este mundo o estamos bajo el bendito y humilde yugo de Cristo.

La raíz de la negativa de los Tecoítas no es la apatía, sino el orgullo. El orgulloso crea un concepto más alto de sí mismo, rompe sus relaciones horizontales, es divisivo, cree tener mayor capacidad y conocimiento menoscabando a los demás, se consideran a sí mismos héroes en lugar de servidores, califican a la humildad como un fallo más que una virtud y menosprecian la gracia salvadora. El orgullo es el más profundo escepticismo, es ateísmo absoluto. La fe y el orgullo se contraponen, por medio de la fe reconocemos que no nos podemos salvar a nosotros mismos y que solo Jesús puede hacerlo, pero el orgullo es la fe vana en nosotros mismos.

Quien no trabaja como estos nobles Tecoítas está intencionalmente abriendo un flanco libre para la entrada del enemigo. Quien no trabaja en la obra genera más trabajo y tristemente otros tendrán que hacer un doble esfuerzo para cubrir esa parte del muro. Debes entender que Dios no es privilegiado al contar contigo, tú eres privilegiado al trabajar para él, tú eres el primer beneficiado al servir en la Obra del Señor. Ninguno de los Israelitas tuvo temor de perder la influencia de estos “grandes Tecoítas”, que de grandes ni de nobles nada tenían, quienes servían en la obra comprendían que la verdadera grandeza está en el servicio al Señor: “cualquiera de ustedes que desee llegar a ser grande será (su) un servidor, y cualquiera de ustedes que desee ser el primero será siervo de todos” (Mr.10:43-44). La grandeza en el Reino de los cielos no consiste en un linaje sanguíneo, posición económica o política, sino en seguir las huellas del Rey Siervo Jesucristo quien no vino a ser servido, sino a servir, y dar su vida en rescate por muchos (Mr.10:45).

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A diferencia de los Tecoítas hubo otro grupo que se caracterizó por su fervor y entrega en su servicio. Después de él Baruc hijo de Zabai con todo fervor restauró otro tramo (v.20).

El fervor en el servicio al Señor no es un plus, es una característica común: En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor (Rom. 12:11).

Servicio sin fervor, no es verdadero servicio. No podemos ser pasivos ni perezosos en nuestro servicio. Este fervor no es humano, su fuente es divina. No solo debemos preocuparnos de no apagar ni contristar el Espíritu (1 Tes.5:19; Ef.4:30), sino que debemos rogar por la llenura del Espíritu. La plenitud del Espíritu nos humaniza, a la imagen del segundo Adán, nos hace más como Cristo, así que, nuestro servicio pasa a ser una “imagen” no perfecta, pero si verdadera y recomendable del servicio de Cristo. La llenura del Espíritu no se demuestra con manifestaciones extrañas, sino que cumpliendo fervorosamente el mandato de servir al Señor.

Dios es un (dador) servidor alegre y fervoroso, su reino no se caracteriza por la indolencia o negligencia. No olvides esto: “Servid a Jehová con Alegría” (Sal.100:2). Cuando trabajas para el Señor con fervor eres una fiel recomendación del Evangelio, en caso contrario, un servicio sin fervor difama el nombre de nuestro Señor y su reino. Examínate, ¿has estado sirviendo sin un fervoroso gozo al Señor en tu casa, trabajo o Iglesia Local? ¿Cuál es el remedio para esto? El mismo Nehemías nos dice: “El gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Neh.8:10) ¿Qué es el gozo del Señor? El gozo de la salvación (Sal.51:12). La salvación en Cristo, su Evangelio, es lo que energiza nuestro servicio. La ruta más corta para hundirnos en un servicio mecánico es la falta de gozo en la salvación. El corazón que no está satisfecho en la Obra de Cristo, no trabajara fervorosamente en Su Obra. Quizás piensas que nadie valora su trabajo, que no te lo agradecen, que no hay respuestas a tus genuinas manifestaciones de amor, y sin duda, que es necesaria la gratitud en nuestra cultura de servicio cristiano, es elemental, pero no olvides que primariamente lo haces para el Señor: “A Cristo el Señor servís” (Col.3:24). Esta verdad nos libra de decepciones y amargura, ten la profunda convicción de que de sus manos recibirás la recompensa de su herencia, en la nueva Jerusalén él te dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:21)

En los días difíciles, en las desilusiones, en medio de las penas y el cansancio predícate el Evangelio. Recuerda las misericordias de Dios en tu vida, recuerda donde estabas antes de conocer a Cristo sirviendo al príncipe de este mundo y mira donde estas hoy en medio de los santos. Recuerda el servicio sacrificial de Cristo por ti, quien voluntariamente renuncio a sus legítimos derechos, siendo el dueño de cada partícula del universo nació en un pesebre, nunca tuvo donde recostar su cabeza, nunca fue dueño de posesiones en esta vida, hizo suyo, lo que no era suyo, nuestra iniquidad para reconciliarnos con el Padre, para que nos apropiáramos de lo que no era nuestro sino suyo, su perfecta justicia. Si eso no te motiva a servir con sumo fervor entonces ¿qué lo hará?

3.Trabajando unánimes y en diversidad

Junto a ellos restauró Meremot hijo de Urías, hijo de Cos, y al lado de ellos restauró Mesulam hijo de Berequías, hijo de Mesezabeel. Junto a ellos restauró Sadoc hijo de Baana” (v.4).

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La frase que constantemente se repite en gran parte del capítulo es “junto a ellos” (vv.7, 8, 9, 10, 12,17 y 19). Bajo la supervisión de Nehemías se organizaron cuarenta grupos de trabajo, donde cada quien tomo una tarea específica funcionando como un cuerpo perfectamente coordinado, era una sinfonía de trabajo con una misma mente y parecer (1 Cor. 1:10). Esta unidad no tenía su origen en sus dones, o en la capacidad de Nehemías, su armónica unión es una fiel expresión de la naturaleza del Dios que los salvo de la cautividad de Babilonia: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt.6:4). Lo que une al cuerpo de Cristo es el Dios a quien la Iglesia está llamada a servir y adorar. Solo hay un Dios, un evangelio, una fe, un bautismo (Ef.4:5) y la dinámica interior de la Iglesia busca reflejar esta unidad. Los muros levantados por los Israelitas buscaban conservar esa unidad propia como pueblo, separándose del mundo restaurando su identidad como pueblo de Dios.

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No podemos producir la unidad de la Iglesia, no existen métodos humanos que la puedan generar, nuestros más grandes esfuerzos siempre terminan en la tragedia de la torre de Babel: en confusión y división. La única unidad que prevalece aún después de la muerte es la que produce Cristo por medio de su Espíritu (Ef.4:3). Imaginémonos por un momento el cuadro de servicio de estos Israelitas: debían medir, calcular, resolver problemas, llevar material, planear, dormir y vivir juntos. Las disputas podían estar a la orden del día. Lo que preservaba esa unidad era la paz implantada en sus corazones, no olvidemos esto, ellos estaban reconstruyendo Jerusalén que significa: “ciudad de paz”, es imposible construir la ciudad de paz sin paz primeramente en nuestros corazones. Ef.2:15 dice que Cristo, el rey de paz, hizo la paz, aboliendo en su carne las enemistades, en él todos nuestros impulsos egocéntricos han sido crucificados y su preciosa paz es la cuerda que une en amor a su pueblo. Esta unidad es uno de los mejores anuncios del evangelio: “(Que) Ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21). Esta unidad es preciosa y evangelizadora, por eso es que Pablo con tanto hincapié nos manda en Ef.4:3 a estar solícitos en guardarla y preservarla, porque así como la unidad es un fiel promotor del evangelio la falta de unidad y las divisiones traen daños incalculables para las almas y el testimonio del evangelio.

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Para trabajar unánimes tenemos que estar dispuestos a ser liderados por otros: Tras él restauraron los levitas” (v.17); “Tras él restauró Meremot” (v.21); “Tras él, Hananías” (v.30). Todos estos grupos sirvieron a un liderazgo y todos los grupos fueron liderados por Nehemías y Nehemías fue liderado por Dios. Jn. 10:30 dice: “Yo y el Padre uno somos”, ambos de la misma esencia, con distintas funciones en la economía de la trinidad, pero perfectamente unidos. La verdadera unidad la enseña la Trinidad. Cristo hizo la obra que el Padre le mando (Jn.17:4) y al mismo tiempo, con tierno amor, lideró a sus discípulos para que continuaran Su obra (Jn.20:21). La unidad implica sometimiento, no son conceptos opuestos ni negativos. Ser sumiso no es sinónimo de debilidad o inferioridad, el sometimiento, según las Escrituras, es aquella actitud interna y voluntaria que brota del corazón transformado a respetar y amar a las autoridades establecidas por Dios mediante una obediencia que brinda honor y amor. Por lo tanto, la Iglesia de Cristo es en esencia una comunidad donde nos sometemos los unos a los otros (Ef.5:21), donde los hijos se someten a los padres y los padres al Señor, las casadas a sus maridos y los maridos al Señor, los miembros de la Iglesia a sus ancianos y todos al Señor. Como dice Simón Kistemaker: “cada miembro del cuerpo debe voluntariamente reconocer las necesidades de los otros. Así los creyentes estarán en condición de presentar un frente unido al mundo, será promovida aquella bendición de una verdadera comunión cristiana y Dios en Cristo será glorificado[1]

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Al ser solícitos en guardar la unidad del cuerpo de Cristo surgirán ocasiones donde nos tocara servir en soledad e incomodidad: “Reedificó la puerta del Muladar Malquías hijo de Recab, gobernador de la provincia de Bet-haquerem; él la reedificó, y levantó sus puertas, sus cerraduras y sus cerrojos” (v.14). La puerta del muladar era el estercolero de la ciudad, el lugar de la basura. Probablemente era un lugar lleno de mal olor, bichos y ratas; naturalmente producía repulsión. Quizás nadie se apuntó a servir en ese lugar, pero como dice nuestro amado hermano Juan: “Malquías se ganó la bendición”. Notemos que este hombre era gobernador de una provincia, un hombre en autoridad, pero considero un privilegio servir en esa puerta. Cristo, el gobernador del mundo, bajo del cielo al estercolero del mundo a servir a los pecadores y él no olvida a los anónimos Malquías que trabajan en su obra e imitan su carácter, aquellos que no miran su propia posición, sino que estiman a los demás como superiores a ellos mismo (Fil.2:3). El Señor les dice a estos Malquías que: “no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (Heb.6:10). El registro de este servidor es evidencia de que un cristiano estará dispuesto a realizar cualquier trabajo en la obra del Señor porque él es digno.

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En la reconstrucción trabajaron una gran diversidad de personas: joyeros y perfumistas (v.8), políticos (vv.14-15), sacerdotes (v.1), levitas (v.17) y comerciantes (v.32). Trabajaron judíos de ocho localidades diferentes en un radio de treinta kilómetros: Jericó (v.2), Tecoa (v.5), Gabaón (v.7), Mizpa (vv. 7, 15, 19), Zanoa (v.13), Bet-haquerem (v.14), Bet-sur (v.16) y Keila (vv.17, 18). Esta narración no nos muestra una cuadrilla de siervos sin rostro, el Señor conoce a cada una de sus ovejas, conoce sus nombres, orígenes, lugar de procedencia y su particular historia de redención. Esta diversidad en unidad engrandece el mensaje del Evangelio porque nos demuestra que Dios salva a todo tipo de personas. El movimiento de Iglecrecimiento, que lamentablemente aún sigue vigente, propone que las Iglesias locales crecerán más en la medida que ellas sean más homogéneas, pero lo que una Iglesia sana hace es promover el Cristocrecimiento entre sus miembros, es decir, que niños, jóvenes, adultos, ancianos, ricos, pobres, criollos y extranjeros crezcan a la medida de la estatura del varón perfecto que es Cristo y unánimes exalten su nombre.

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En los vv.4 y 6 se nos cuenta de dos individuos diferentes llamados Mesulam, los vv. 11 y 31 de dos Malquías, los vv. 8 y 30 de dos Hananías, cada uno de ellos tenía su propia personalidad y su respectivo don. Tenemos Aarón y Moisés, a Elías y Eliseo, a Aquila y Priscila; y a nuestros pastores Álex y Esteban. La Iglesia es como un gran árbol, donde todas las ramas están unidas al tronco y la raíz que es Cristo; las hojas que son sus miembros se parecen mucho entre sí, pero ninguna es igual a la otra. Cuando somos regenerados Dios no crea clones, él nos llama con nuestras diferencias para mostrar su multiforme gracia transformándonos a la imagen del Hijo. La Iglesia es el gran arcoíris de Dios donde no existe gente pequeña ni trabajos insignificantes. No hay llamamiento más alto que la ocupación presente, no requieres de un título ni rótulos para para servir al Señor. ¿Qué es lo que te impide servir al Señor? O ¿Qué es lo que impide en tu vida un mejor y más excelente servicio? No es falta de oportunidades, ni carencia de capacidades, simple y llanamente es falta de amor por Dios y su pueblo. Ruega al Señor por su gracia, aviva el don de Dios que hay en ti, acércate a los carbones encendidos que Dios ha dado a IBGS únete a ellos en adoración y servicio.

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4.Trabajando como ciudadanos de la Nueva Jerusalén

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Al igual que los muros y las puertas de Jerusalén nuestras vidas estaban en la más absoluta ruina, estábamos muertos en delitos y pecados, pero nuestro sumo sacerdote Jesucristo, tomo nuestros escombros, limpio nuestros corazones y ladrillo a ladrillo inicio una nueva obra. Él ha hecho de nosotros una nueva creación, una nueva generación de reyes – siervos que sirven a su nombre. La autoridad que el Padre le dio al Hijo es derivada de su perfecto servicio (Fil.2), de la misma forma la autoridad que hemos recibido de Cristo es derivada de nuestro servicio mutuo. Pablo lo explica muy bien 2 Co. 10:8: La autoridad que Dios nos dio es para para edificación”.

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En el reino visible de Dios que es la Iglesia local son grandes aquellos que dirigen la mirada de los demás a Cristo y su ejemplo y no a ellos mismos. Son grandes los que de forma consciente se esfuerzan por ampliar su base servicial, no sirven solamente a quienes le caen bien, a su círculo más cercano, sino que hacen caso del Apóstol Pablo: “si tienen oportunidad, sirvan a todos, mayormente a los de la familia de la fe (Gál.6:10). Como dice John Stott: “El intento de reducir el número de los que tenemos que amar y servir es una actitud farisaica”. En esto, debemos imitar a nuestro Señor, quien sirvió a los tibios como Natanael, a los incrédulos como Tomás, a los inconstantes como Pedro, sirvió a las prostitutas, a los recaudadores de impuestos, a los leprosos, a los endemoniados, a los enfermos, a los paralíticos, a sus enemigos, a los niños, sirvió en público y en secreto, sirvió sin cobrar, sirvió cuando otros ya no querían seguir sirviendo, sirvió a los indignos para hacerlos dignos en él.

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Cristo es el siervo que concluye su trabajo. Fil. 1:6 nos dice que: “el que comenzó la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. ¿Cuántos proyectos has iniciado y no has concluido? ¿Cuántos planes de lectura te has propuesto realizar y ni siquiera llegas a la mitad? ¿¿Cuántos esporádicos entusiasmos te han hecho perder tiempo, esfuerzo y dinero porque eres inconstante e inconsistente? Nuestro Señor dijo: “He acabado la obra que me diste (Jn.17:4), Pablo dijo: He acabado la carrera (2 Tim.4:7). Nosotros también debemos ser diligentes y acabar nuestro trabajo en el Señor. Quizás dice: “es que no sé por dónde empezar”. Pero durante el sermón ya se te exhorto por dónde empezar, no puedes acusar falta de información o capacitación, el asunto siempre es falta de obediencia. No sirvas para ganarte el cielo, Cristo lo ganó por nosotros en la Cruz, servimos porque es la respuesta coherente a la gracia recibida, pues en él obtenemos la posición más alta que podemos recibir, porque:Ser siervos de Cristo es mejor que ser amo de millones”.

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La Jerusalén de Nehemías nos señala la Nueva Jerusalén. Esta ciudad también tendrá puertas y muros (Ap. 21:12), pero no será frágil ni temporal como la antigua Jerusalén. La nueva ciudad será invencible, nadie derribara sus muros ni sus puertas eternas, pues han sido hechas por el gran arquitecto de la salvación: nuestro Señor Jesucristo. Viviremos en eterna seguridad porque el Señor sostendrá la ciudad en paz perpetua, siendo resguardados por Su poder y presencia gloriosa. Ahí caminaremos junto al Cordero y Dios será el templo (Ap. 21:9-27), a diferencia de la antigua Jerusalén allí no habrá cerrojos para cerrar las puertas, porque no habrá amenazas, enemigos, tristeza ni pecado.

Allí no habrán más “grandes Tecoítas” que se nieguen a servir, porque la Nueva Jerusalén es la ciudad donde reinan los siervos de Cristo, sí, es verdad, allí seguiremos sirviendo. Ap. 22:3 dice: No habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán”. El premio para los servidores de Cristo será más servicio, pero sin el lastre del pecado. Allá veras la recompensa de los siervos de Cristo y a diferencia de la envidia o amargura que experimentas al ver el éxito de otros, allá disfrutaras de verdadero gozo al ver a tus hermanos con mayores recompensas que tú, experimentando una mayor gloria que tú, con mayor autoridad que tú. No habrá celos, resentimiento ni vanagloria, seremos conscientes de la perfecta gracia que nos salvó y estaremos más dispuestos a servir que nunca, porque el Amor de Cristo reinara. Ahí pasarán Zorobabel, Esdras, Nehemías y Malquías y aplaudiremos con sublime gozo por su servicio fiel. Pero que privilegio será querido hermano, aplaudir cuando digan tu nombre y honren tu fidelidad, que maravilla será ver a los siervos de IBGS caminando por las moradas celestiales con sus coronas, que bendición será escuchar de los labios de mi Señor cuando reconozca tu servicio ¿Por qué si él lo hace cómo yo no he de hacerlo? Hoy es el tiempo de empezar a vivir esa realidad, la de gozarnos por la gracia de Dios en la vida de los siervos fieles que ha dado a su Iglesia.

Mientras tanto querida IBGS, mientras caminamos aún en la tierra del primer Adán que nuestra oración sea la de Nehemías: “Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y dame gracia” (Neh. 1:11)

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  1. William Hendriksen, “Comentario al Nuevo Testamento: Efesios” (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1984), pág. 266.